Capítulo 2

19 3 0
                                    

AlinaLa vida me ha enseñado a apreciar los pequeños pasos que doy día a día para alcanzar mis sueños

К сожалению, это изображение не соответствует нашим правилам. Чтобы продолжить публикацию, пожалуйста, удалите изображение или загрузите другое.


Alina

La vida me ha enseñado a apreciar los pequeños pasos que doy día a día para alcanzar mis sueños. Los últimos siete años han sido de puro aprendizaje, no solo en el ámbito profesional, sino también en cuanto a mi evolución como ser humano. Todo ello ha ido cambiando positivamente para convertirme en la persona que soy hoy. Horizonte ha sido el factor primordial en mi crecimiento. ¿Cómo llegué aquí? Casualidad. Y, a partir de ese momento, el doctor Balaster y su esposa, Bonni, me han dado una segunda oportunidad para rehacer mi vida.
Desde que me fui a los diecisiete años del hogar de mi madre y Joseph, tuve que encontrar alternativas para ganar dinero con la mayor rapidez posible. Durante dos años me vi obligada a tomar decisiones difíciles para poder cumplir con mis necesidades. Cansada de la inestabilidad, llevaba unos meses visitando la biblioteca pública de Arlington en busca de mejores soluciones y, luego de estar navegando incansablemente por varios sitios de empleos, apareció una posición como secretaria en un centro de rehabilitación que acababa de abrir sus puertas en la ciudad. Apliqué y obtuve el puesto.
Llevo trabajando aquí desde que recién cumplía los veinte años, ya van siete largos años en Horizonte como secretaria de una de las terapeutas. Gracias a eso, he podido estudiar Enfermería y estoy iniciando el tiempo que se requiere en la práctica para poder graduarme pronto.
Asistir al personal de enfermería en el recibimiento de nuevos pacientes también es parte de mi trabajo, pero luego de ver el expediente de quien se supone que llegaría ayer a las tres de la tarde, las náuseas comenzaron. Balaster notó mi condición y decidió dejarme descansar el resto de la jornada.
Conocí a Sebastián cuando ambos teníamos cinco años. Berlín, Alemania, se convirtió en el hogar de ambas familias porque nuestros padres trabajaban allí para la Embajada de los Estados Unidos. Siempre estábamos juntos... Mi amor por el chico de ojos negros y pestañas envidiables comenzó desde muy jóvenes, para luego convertirse en algo especial. A mis quince años, mi padre fue diagnosticado con cáncer de colon y, a pesar de haber iniciado tratamiento, en solo unos meses partió para acompañar a mis abuelos en el cielo. Fue entonces cuando mi madre tomó la decisión de regresar a Arlington, Virginia, ciudad que me vio nacer, y así comenzar desde cero. Desde entonces todo cambio. Alejarme de Sebastián fue doloroso, pero, para suerte de los dos, su padre fue trasladado a Virginia un año más tarde y nos volvimos a encontrar en la escuela superior. Y, como si el destino nos odiara, a los diecisiete años, el día de nuestra graduación, tuve que alejarme de él otra vez. Desde entonces no he parado de correr.
La mañana de hoy ha sido común, nada especial. En la cocina, junto a Tais y Ramona, terminamos de preparar el desayuno para los pacientes y el personal; aunque no es mi labor, disfruto de ayudar en lo que pueda aquí. Los salones de las sesiones se mantienen siempre organizados así que no me toma mucho tiempo prepararlos, que es mi tarea usual de las mañanas.
Arreglo la mesa de refrigerios para la sesión grupal de la sala C mientras escucho en mi iPod —y canto en voz baja— la última canción de Imagine Dragons. A la mayoría de los pacientes les encanta el café de Colombia que prepara Ramona, así que acomodo en una esquina de la mesa la urna gigantesca llena del café Quindío y organizo con delicadeza los diferentes endulzantes. En eso, inicia la llegada de algunos de los pacientes. Varios se sientan a esperar por el profesional que dirigirá la sesión y otros van en búsqueda de la cafeína que necesitan para soportar el día. Continúo acomodando el resto de los refrigerios cuando Scott Weiss realiza su rutina diaria de comentarios hirientes hacia mí persona. Ya estoy acostumbrada a ellos.
—Alina, ¿cuánto cobrarías por veinte minutos con Charlie?
Lo que dice no me interesa en lo absoluto. Algunos de los pacientes decidieron averiguar sobre mi vida privada y fue así como descubrieron que, por un tiempo, estuve viviendo en las calles de Arlington y que la manera que tenía de obtener dinero para sobrevivir no era la más digna. Sus pequeños conocimientos sobre mí no me causan ningún efecto porque los pacientes vienen y van todo el tiempo.
—¿Con cien dólares aceptarías? Son solo veinte minutos —insiste.
Su rostro está a unos centímetros del mío, hasta puedo sentir su aliento en mi nariz, boca y mejillas. Si fuese otra mujer, el gesto me haría correr hacia la montaña más alta, pero sus palabras y acercamiento no me conmueven, al contrario, sobreviví perfeccionando este tipo de juego en solo unos días cuando estuve en las calles. Con tan solo una mirada mía, su respiración se corta; y estoy absolutamente segura de que su erección está apretada dentro de su pantalón.
«Eres tan feo que te cobraría el triple», pienso. Intento transmitir esto con mi gesto, sin ponerlo en palabras.
—Es hora. Comencemos la sesión de hoy —el doctor Balaster, alzando su voz para todos, indica desde el umbral.
Con una sonrisa en mis labios, giro el cuerpo para encontrarme con el rostro del doctor. Sin palabras, le doy a entender que debería haber ignorado las provocaciones del paciente, pero que de alguna manera tenía que defenderme. Y que podría haber sido peor.
Balaster alza sus cejas a modo de advertencia y continúa con lo suyo como si nada.
—Charlie, Scott, vamos es hora de sentarse.
Poso mi mirada en el grupo que ya se ha acomodado en las sillas y lo veo. Sebastián Everett, al parecer, llegó a Horizonte en la madrugada. Cuando éramos niños, él siempre era puntal, a veces hasta aparecía media hora antes de lo pactado solo por no quedar mal y ser responsable. Como no había ingresado ayer a la hora determinada, pensé que había cambiado de opinión y que no me tendría que preocupar. Sin embargo, supongo que los nueve años que no nos hemos visto nos han cambiado.
Mi primera impresión es que el chico que dejé atrás se ha convertido en un hombre espectacular. Su físico es excepcional, a pesar de que sus oscuras ojeras me dicen que lleva carga con un armario lleno de esqueletos. Mis ojos no dejan de penetrar los suyos y, en un momento, noto que su frente se frunce y que su boca se abre lentamente: me ha reconocido.
Inhalo fuerte cuando él se pone de pie y da unos pasos hacia adelante, en mi dirección.
Finjo no notarlo y me dispongo a salir de allí. El gesto hace que Sebastián vuelva a acomodarse justo cuando el doctor Balaster inicia la sesión. En medio de sus palabras de bienvenida, sale la voz de Scott, que hace eco dentro de las cuatro paredes del salón.
—¿No creen que ya es hora de que Alina nos acompañe en las sesiones? Siempre se la pasa escondida, entrando y saliendo del edificio como si fuese alguien normal. El resto de los empleados acatan cada una de las reglas y ella hasta sale a dar sus servicios nocturnos.
Sus insinuaciones hacen que me quite los audífonos, dejando atrás la música que me suele tranquilizar.
—¡Basta! ¡Scott, basta! —Balaster expresa, callando al paciente. Segundos después, su voz está pegada a mi oído; me ordena que no diga una palabra y que salga a ver a Bonni, su esposa.
Muerdo el interior de mi mejilla derecha para controlar mis emociones y, de inmediato, salgo corriendo del salón.


------------------------------------

------------------------------------

К сожалению, это изображение не соответствует нашим правилам. Чтобы продолжить публикацию, пожалуйста, удалите изображение или загрузите другое.
Cuidarte el AlmaМесто, где живут истории. Откройте их для себя