𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒: 𝒆𝒍 𝒓𝒆𝒕𝒓𝒂𝒕𝒐 𝒅𝒆 𝒐𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂 𝒂𝒓𝒄𝒉𝒆𝒓

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—Arranca —pronunció por fin, sentándose con la mirada puesta en el frente.

—¿Qué pasa? ¿No estás acostumbrada a que te sigan el juego o qué?

—Me gusta que se pongan nerviosos y no sepan qué decir. —Cruzó las piernas, agarrando su pequeño bolso negro.

—Es normal. Creen que tienen una oportunidad y tienen miedo de cagarla; quieren decir lo correcto. —El volante se deslizó entre mis dedos al doblar la calle para tomar la autovía hacia el sur de Pasadena.

—¿Y tú no tienes miedo?

—No, porque yo no tengo oportunidad. —Sentencié, dejando las manos en mi regazo cuando el coche se paró en la hilera de coches que provocaba la caravana—. Juego con las reglas de la improvisación, me lo paso bien.

—¿Invitarme a esta fiesta fue improvisado?

—Sí, pero que sea improvisado no significa que no sea verdad.

De nuevo, el silencio en el coche. Apoyé el codo en la ventanilla y me froté el labio inferior con la punta del dedo pulgar, mirándola con una sonrisa mientras esperaba su reacción, que no se hizo esperar.

—Pues no deberías jugar conmigo.

Mientras decía eso admiraba cada detalle de su cuello, el vello que intentaba agarrarse a la coleta pero que sobresalía en el intento, la cadenita de plata acomodándose entre sus clavículas y el pequeño lunar que tenía justo en la mandíbula, bajo la oreja.

—¿Quién lo dice? —Escupí, acelerando de nuevo.

—Lo digo yo.

—O sea, ¿tú puedes jugar y yo no? Tú puedes decir: "ay, qué dedos tan largos tienes", ¿y yo no puedo seguir la broma diciendo "vamos a ver hasta dónde llegan"? —Aquello desató la risa en Olivia, que se tapó la boca con la mano al soltar tal carcajada.

—A ver esa mano. —Me agarró de la mano derecha, dejándome conducir con la izquierda. Pasó un dedo por las venas que cruzaban el dorso de mi mano, por los anillos de plata que se abrazaban a mis dedos y negó—. Tampoco son para tanto. Bah.

—Pero ¿tú qué sabes? —Entrecerré los ojos—. ¿Con cuántas mujeres has estado? Si es que has estado con alguna.

—Con bastantes para saber cuál es mi tipo.

—¿Y cuál es tu tipo?

—Tú no, eso tenlo por seguro.

*

Whitley Heights nos enseñaba Los Ángeles desde las alturas, desde las palmeras y el estilo mediterráneo de sus casas, desde la intimidad que te daba vivir por encima de los mortales y la paz del olor a azahar primaveral de los naranjos en flor.

Noah se guardó las llaves del coche en el bolsillo trasero del pantalón, colocando en el otro su cartera. No entendía esa manía en guardar las cosas en el bolsillo trasero, era el mejor sitio para robarte y el peor sitio donde sentarte.

—¿Van todos tus amigos a la fiesta?

—Yo no tengo amigos. —Respondió, presionando el timbre de la puerta—. Solo conocidos.

—Oh, solitaria y misteriosa. —Alcé las cejas y moví la cabeza—. Qué interesante.

La puerta se abrió ante nosotras por alguien que ni siquiera saludó, tan solo pasaba por allí. Había gente con vestidos de lentejuelas, algunas cabezas rapadas, otros con traje, minifaldas y sombreros estrafalarios sin importar el género de quién los portaba. Si mi padre viese aquella escena probablemente los mandaría a todos a un sanatorio mental.

El salón era una sala diáfana con sofás de color rojo, donde en las paredes había cuadros que llamaban mi atención. Delante de cada uno, un grupo de personas discutía cada una de las obras como si de un Van Gogh se tratase.

Champán, mimosas, bandejas de canapés variados y una música suave sonando de fondo.

—Como organizadora de eventos, ¿qué te parece? —Agarró una copa de champán y yo me decidí por una mimosa.

—Buena atención de los camareros, buena luz general, algo de comida para no desfallecer... Quizás me faltan unos focos alumbrando los cuadros, por poner un pero.

—Vaya, la próxima vez te llamaré a ti para organizarlo —dijo una voz a mi espalda.

Una chica de pelo caoba sonreía, extendiéndome la mano.

—Esta es Jocelyn, y esas son sus pinturas. —Noah extendió la mano, sacudiéndola antes de darle un beso en la mejilla—. Y esta es Olivia, compañera de trabajo y organizadora de eventos.

—¿También trabajas en la revista?

—Desde hace poco —aclaré—. Creo que Noah es la única persona que me ha recibido bien.

—Bueno, que disfrutéis de mis obras entonces. —Le dio un suave toque en el brazo a Noah, que ella respondió con otro en su hombro mientras se alejaba.

—Vamos a ver los cuadros. —Señalé en la dirección del primero con la copa en la mano—. ¿Sobre qué pinta?

—Relaciones entre mujeres. —Le dio un sorbo al líquido burbujeante de su vaso—. No te he traído a algo aburrido.

—Solo faltaría.

Pasamos por delante de cada cuadro parándonos un par de minutos para admirarlos con el champán como maridaje y el debate de los invitados que parecían críticos de pintura. A unos le gustaba más la pincelada corta, otros preferían los trazos con pincelada larga. Algunos decían que las curvas estaban un tanto estáticas, los otros que les parecía estar bastante bien compensada la disposición interna del cuadro.

Noah y yo nos miramos de soslayo al escuchar aquellas cosas mientras le dábamos un trago a nuestras copas y disfrutábamos de las imágenes que Jocelyn había retratado. No eran excesivamente sexuales, eran sensuales, atrevidas y dejaban el aliento entrecortado en alguna de ellas.

Una mujer con una bata de seda roja dejando ver su escote, sentada encima de un cuerpo de mujer semidesnudo. Una chica sentada en un taburete, vestida de traje y solo con un sujetador de encaje debajo de la camisa con una copa de vino a medio tomar. Se parecía a Noah, pero me guardé el comentario para no hacer su ego aún más grande.

Nos plantamos delante del último cuadro, uno en el que había una mujer sentada sobre el regazo de otra mujer, con un vestido negro, corto, que dejaba ver su escote y sus pechos naturales sin sujetador, mientras que la otra la agarraba por la cintura y le quitaba las tirantas del vestido.

Era el más sensual que habíamos visto. Era la palabra 'deseo' representada en un lienzo. Era un cuerpo real, unas caderas voluptuosas, unos pechos que nada tenían que ver con la versión operada que nos presentaban en las películas y en revistas, esa versión en la que la gravedad no existía y la grasa tampoco. La mujer del cuadro tenía carne, tenía muslos, tenía pechos y tenía brazos que las manos que surgían por detrás se morían por agarrar.

—Me encanta este —dije, ganándome una mirada de Noah.

—Se parece a ti. Se parece mucho a ti —sentenció, guardando las manos en los bolsillos.

—¿Qué dices? Si no tiene cara, Noah.

—Pero su cuerpo me recuerda mucho al tuyo —añadió, señalando las caderas.

—No me has visto desnuda.

—Aún.


Nota: Las cosas empiezan a ponerse buenas entre estas dos. ¡Nos leemos!

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let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora