X - Fase 9: En el ojo de la tormenta

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—No se te da bien negociar.

Pero esa respuesta se perdió en los labios de Raoul, que le sujetó el cuello, esta vez con mayor firmeza, e inició un nuevo beso, menos cauteloso y más desordenado, decidido a saborear bien aquellos labios que tanto había querido cerrar esas dos semanas.

Agoney le sujetó la cintura y lo atrajo más hacía sí, profundizó el beso y acarició la boca contraria con la suya propia, frenó una y otra vez todos los reproches que querían romper el momento y se concentró en disfrutar de la calidez que le proporcionaban los labios de Raoul; sintió como metía los dedos entre el nacimiento de su pelo y suspiraba justo en su boca, decidió que podría robarle el aliento si quisiera.

—Deberíamos... ir a descansar un poco antes de lo de esta tarde —susurró Raoul cuando pararon para coger aire, aún sin alejarse.

—Si, deberíamos.

En ese momento sí que hubo un silencio un poco incómodo, no por lo que había pasado instantes antes, si no por todo lo que podría llegar a ocurrir después, que no querían dejar que empañase lo que sentían en ese momento.

Estaba siendo su momento.

Raoul suspiró, aún sintiendo el fantasma de los besos compartidos, con una ansiedad creciente por añadir más a la cuenta, por no dejar de hacerlo ni un sólo instante, pero tenía que concentrarse y centrarse en la opresión del pecho que no era tan bonita como su aceleración.

—Ago, yo... es tu último día aquí, no me apetece-

—Pensar —completó su frase, asintiendo—, a mí tampoco. Llevo dejándome llevar todo el día, puedo hacerlo las horas que me quedan.

Raoul no se atrevió a preguntarle si iba a arrepentirse de todo más tarde, Agoney no se atrevió a preguntarle si estaba dispuesto a esperar a que ordenase sus ideas. Sólo se sonrieron y se alejaron un poco más, con las mejillas sonrosadas, antes de ponerse en pie y empezar a caminar hasta la parada de autobús que les dejaría más cerca de sus respectivos hogares. Cuando estuvieron subidos se sentaron juntos y sus manos volvieron a encontrarse, y la cabeza de Agoney volvió a apoyarse en el hombro de Raoul, al igual que la noche anterior, que parecía ahora tan lejana.

—Espero —rompió el silencio Raoul, buscando no preocuparse pero siendo incapaz de contenerse en indagar más en los que estaba pasando— que no me culpes cuando en la ciudad no puedas volver a comer pizza porque ninguna esté tan buena como la que vas a cenar hoy.

—Creo que la pizza va a ser una de las pocas cosas que sí pueda volver a hacer en la ciudad, sin importarme no estar aquí, y sin echarte la culpa —Agoney acompañó aquella confesión con una media sonrisa que Raoul tuvo el atrevimiento de besar.

No sabían si aquello era sólo un espejismo, porque lo parecía, un sueño que no tendría implicaciones reales; pero fuera como fuese, no les apetecía desperdiciarlo, por lo que cada palabra, cada gesto, era comedido, para que no se les escapara como aguanta entre los dedos; incluso aquel corto trayecto en autobús, sin apenas hablar, sólo disfrutando de la presencia del contrario que poco a poco había ido variando de significado hasta llegar a ese punto, ese en el que el estómago se revolvía de forma demasiado agradable.

—Los chicos han contestado que perfecto —informó Raoul después de mirar el móvil, que había vibrado en su bolsillo mientras bajaban del autobús.

—Pues entonces nos vemos en unas horas, Raoul.

—Hasta luego, Agoney.

Con una última caricia siguiendo el borde de su mandíbula, en un impulso no lo suficientemente fuerte como para convertirse en un beso de despedida, Agoney inició el camino hacia el interior de la granja, llevándose una sonrisa y dejando atrás otra igual de emocionada, aunque también con un poco de miedo colándose entre los huesos de ambos, y el pensamiento de que estaban haciendo justo lo que había dicho que no iba a hacer luchando por ganar terreno entre sus sentimientos.

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