PARTE 4 - PRIMER DESPERTAR: MALESTAR

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Dos años después de haber tenido la experiencia de viajar a Connecticut, me gradué de la escuela normal. Durante el último año trabajé como profesor en una escuela primaria, mientras que seguía tomando clases en la normal a la par que realizaba mi tesis de investigación para poder titularme.

Dada mi situación, me pareció que el método de investigación-acción era el más adecuado para la elaboración de mi estudio. Esta consiste, a grandes rasgos, en detectar una problemática e investigar a profundidad sobre ella para poder diseñar una propuesta de intervención y ejecutarla, atendiendo la problemática detectada. En mi caso, dirigí mi estudio hacia la mejora de la convivencia escolar a través de la formación cívica y ética.

Mi perspectiva teórica se fundamentó principalmente en la teoría sociohistórico cultural del aprendizaje del psicólogo soviético Vygotsky y la teoría del desarrollo moral de Kohlberg. La primera teoría postula que los humanos aprendemos principalmente de nuestro entorno y de nuestra interacción con él. Es decir, de la manera en la que interactuamos en nuestro contexto social, cultural, familiar, etc. Somos el producto de los contextos en los que interactuamos. La segunda teoría menciona que el desarrollo de nuestra moralidad se da por estadios distintos a lo largo de nuestra vida. En la medida en la que los humanos maduramos a través del tiempo, nuestra noción de la moral es interiorizada con mayor profundidad. Así como también los valores que atribuimos como "buenos" y "malos", influyendo sobre nuestra conducta, pensamientos y percepción: nuestra capacidad de distinguir entre el bien y el mal.

Por tanto, pensé que sería posible favorecer la convivencia entre mis alumnos a través de la ejecución de diversas estrategias pedagógicas que reconfiguraran el ambiente de aprendizaje del aula (su contexto de aprendizaje escolar). Una de esas estrategias fue fomentar el trabajo en equipos junto con la implementación de dilemas morales que debían resolver entre sus pares. De esta forma, a través de las interacciones encaminadas al análisis y reflexión de los valores, se buscó influir positivamente en el desarrollo moral de los niños. Es decir, utilicé las bondades de la teoría del aprendizaje sociohistórico cultural para impactar significativamente en uno de los estadios del desarrollo moral de los alumnos.

Lo que diseñé, implementé y evalué como proyecto de mi tesis de investigación fue una serie de estrategias de enseñanza en donde a través del trabajo en equipos, del debate sobre dilemas morales y la reflexión constante sobre los valores para la vida, se fomentara un ambiente de aprendizaje que favoreciera las interacciones de los alumnos, contribuyendo a una mejora en la convivencia escolar. Como parte final del proyecto, invité a participar en una entrevista con mis alumnos a dos jugadores de equipos deportivos y representativos de Nuevo León (Natalia Villarreal de Tigres Femenil y Luis Moreno de Auténticos Tigres). El tema de la entrevista fue sobre los valores de vida que los deportistas tenían, fungiendo como referentes de éxito para los alumnos.

Gracias al trabajo realizado, fui aceptado para presentar mi tesis de investigación en un congreso nacional de educación, llevado a cabo en Tijuana, Baja California. Sin duda me esforcé demasiado ese año. Pero pareciera que también algo dentro de mi había despertado. Y no precisamente algo distinguido como bueno.

Durante ese año comencé a padecer extraños síntomas. En lugares públicos y concurridos me abrumaba demasiado, tanto que sentía la necesidad de irme. Mi mente se sentía incómoda e intranquila. Pensaba demasiado cada simple detalle y suceso, incluso pensaba sobre cosas distintas a la vez. Era como si mi mente tuviera tormentas de pensamientos y mi psique no pudiera seguirle el ritmo. Esto me hacía sentir vulnerable, por lo que ponía extrema atención a cada detalle de toda cosa que me sucediera, y redundantemente, esto hacía que el ciclo de ansiedad siguiese.

Esto comenzó en lugares públicos donde me sintiera incómodo. Poco a poco los síntomas fueron agravándose, al grado que una ocasión llegué a sentir que la vista se me nublaba por el aturdimiento ante tantos pensamientos. Estos no eran del todo negativos, pero eran demasiados que se volvían pesados. Era como si mi mente prestara atención a todos los detalles del escenario en donde me encontraba y dedicara un pensamiento simultáneo para cada cosa. Por ejemplo, una ida al centro comercial significaba ir caminando y estar atento de todas las personas que estaban alrededor: sus conversaciones, su ropa, sus expresiones faciales, por qué se comportaban como lo hacían, porqué vestían lo que vestían, etc. Sobre analizaba todo. Era abrumante. No quería hacerlo, pero mi mente lo hacía en automático.

Después surgió otro síntoma, el cual me animó a ir con un psicólogo. Estaba en una reunión con amigos de confianza. Me encontraba platicando con uno, cuando de pronto me sentí fuera de mi propio cuerpo. Veía como él hablaba y articulaba palabras con su boca, pero yo me sentía ajeno a mí mismo. Como si mi mente se hubiese salido de mi cuerpo y estuviese analizando la escena desde fuera de mí. Es difícil de explicar. Sentía como si mi mente estuviera flotando por encima mío, y con ella, mi percepción de las cosas. Me había desconectado de la realidad. Sentía mi cuerpo encogido y mi mente envuelta en algodón. Era como si observara todo detrás de una pared de cristal que nadie podía ver.

Cuando estaba detrás de esa pared, todo me parecía una ilusión. No le hallaba sentido a nada. No sentía frío ni calor. Tampoco miedo ni desesperación. Me sentía fuera de mi cuerpo. Me encontraba sumamente indiferente a todo. Mis ojos seguían viendo a mi amigo, mi rostro seguía reflejando una sonrisa cada cierto tiempo para mostrarle simpatía al otro interlocutor, pero mi mente estaba observando todo de manera periférica, distante e indiferente. Me parecía que todos éramos carcazas jugando un rol absurdo dentro de una obra de teatro. Así mismo, cuando estaba del otro lado del muro de cristal, escuchaba el silencio. Veía como todos hablaban dentro de la escena, pero yo no los escuchaba. El silencio ensordecía mis oídos.

En esos momentos fue cuando descubrí que el silencio no significa que no haya ningún sonido, sino que en realidad es la ausencia de ruido. Y esta ausencia de distractores permite que escuches el sonido del silencio y del todo. De la vida y de la muerte. En primera instancia se escucha similar a un pillido constante. Pero si uno centra su atención y consciencia en el silencio, encontrará otro mundo y otra realidad ajena a nuestra percepción común. El silencio decodificado y a conciencia se vuelve un puente entre realidades y planos distintos. No es de sorprender que sea una de las herramientas principales para la meditación.

Investigué en internet sobre esto que me ocurría y concluí que posiblemente estaba padeciendo de ansiedad social. Así como también que el último síntoma que padecí recibe el nombre de despersonalización, también relacionado a la ansiedad. Fui con un profesional para validar mis deducciones generales y en efecto, el psicólogo confirmó lo que temía. Padecía de ansiedad. Pero él la determinó como agorafobia: miedo y necesidad de evitar lugares que puedan causar sensación de pánico, encierro o impotencia. Así como también a las multitudes y a los puentes. Lo primero lo confirmaba, pero lo segundo no lo entendía. ¿Puentes? Eso no me había pasado. Después descubriría qué tipo de puente era al que mi ser tanto temía...

No entendía porque de estar bien comencé con este problema. El profesional me comentó que posiblemente ya estaba genéticamente predispuesto a padecer de algún tipo de ansiedad, y que el estrés generado por las actividades en las que me sumergí durante mi último año de licenciatura despertó eso en mí. Me aseguró que el problema era tratable y que incluso con terapia podría superarlo, pero que debía de ser paciente durante todo el proceso. La paciencia nunca ha sido mi mejor bondad.

Mala e irresponsablemente, deserté el proceso. Sentía que la terapia no me ayudaría. Siempre he sido terco, y yo estaba obstinado a que tarde o temprano superaría esa etapa. El tiempo pasaba y no veía mejoría. Al contrario, los malestares se volvieron más constantes. Al grado en que incluso dentro de mi propia habitación llegué a sentirme abrumado por mis pensamientos y despersonalizado. El silencio que escuchaba durante esos momentos me ensordecía. Mientras que los pensamientos me cegaban. Intentaba distraerme jugando videojuegos o escuchando música, pero sentía que al hacerlo estaba perdiendo el tiempo, en lugar de hacer lo que en verdad debía de esta haciendo. ¿Pero qué era ello que debía de hacer?

Cabe mencionar que esto no me volvió disfuncional dentro de mis actividades cotidianas. Hacía lo que me correspondía sin fallas ni contratiempos. Los malestares aparecían de la nada y así como aparecían también desaparecían, dejándome un cansancio y pesadez de hombros y cuello. Lo que si se vio afectado fue mi sociabilidad. En cuanto terminaba mis actividades, prefería estar solo en casa antes que salir con amigos. De todas formas, resistía este deseo hacia la soledad y me empujaba a mí mismo a salir a interactuar. Sabía que aislarme no era bueno ni tampoco sería la solución. No podía dejar que los malestares influyeran de más en mi vida.

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