Capítulo veintisiete

430 71 5
                                    





Marco se ha puesto el mejor traje de su armario. Lo analizo desde atrás. Lleva un saco negro y una camisa blanca por debajo, un pantalón de vestir y sus típicos zapatos charolados. ¿Cómo es posible que se vea así de bien incluso desde atrás? Parece un modelo de revista, o esos que ves en la pasarela.

Voltea a verme luego de un rato y me sonríe de costado. Me ha estado esperando. Ha montado tremenda cena romántica. Nos acomodamos en la mesa.

―¿Todo eso fue idea tuya o de Abel?―pregunto observando todo lo que hay en la pequeña mesa.

―De ambos―responde sirviéndome una copa de vino.

Mientras llena mi vaso, mi vista queda congelada en el líquido que cae. No entiendo que estamos haciendo. Nada de esto tiene sentido aunque Abel lo crea posible. Temo estar equivocada, pero al mismo tiempo, tengo miedo de no disfrutarlo.

―¿Qué pasa?

―Nada―simulo una sonrisa.

―Dímelo. ¿Estoy haciendo el ridículo?

―Solo me pregunto a dónde quieres llegar con esto. Sabes que mañana volveremos a la Posada y la única relación que tendremos será de cuidadora a paciente. No habrá cena con velas ni charlas junto al lago o compartir la cama.

―Ya lo sé, pero no puedo prohibirme pasar estas últimas horas a tu lado. Y cuando lleguemos a la Posada―resopla―No sé qué haremos ahí pero mis sentimientos no cambiarán.

―Se darán cuenta, si es que no lo notaron ya.

―¿Y? No lo van a entender y tampoco lo vamos a explicar―toma mi mano―Cinthia, no importa si me matan a golpes por besarte, de verdad, no me importa. Ahí dentro puedo hacer lo que quiera, después de todo, según ellos, estoy loco―sonríe―Yo sería feliz, golpeado y todo.

―Jamás alguien me demostró tanto―acaricio su mano.

―Salgamos juntos de ese infierno, por favor.

―Marco, hay un contrato de por medio. No puedo romperlo.

Sirve nuestra comida mientras parece pensar algo. Sus ojos brillan de alegría pero al mismo tiempo se notan raros.

―Tú ganas―golpea la mesa, resignado―En algún momento te darás cuenta de todo y estarás lista para salir corriendo. Estaré esperándote.

Terminamos la cena hablando de otros temas menos controversiales hasta que la llovizna comienza a caer y nos levantamos de inmediato. Algunas gotas nos al alcanzado y ha mojado nuestra ropa. Subimos a las habitaciones en silencio tratando de hacer el menor ruido posible por los demás.

―Duerme conmigo―le pido.

No hacemos nada más que dormir. Marco se pega a mí como una garrapata toda la noche y correspondo a ese abrazo. No nos separamos ni un segundo, aprovechamos el poco tiempo que nos queda a pesar de que luego, todo pasará.

La mañana llega con la lluvia más torrencial que jamás haya visto, como si el clima estaría triste al igual que nosotros porque debemos partir a un lugar en el que no queremos estar. Damos una última mirada a la casa que estos días nos acogió y partimos en silencio.

Viajamos en silencio, no con la emoción con la que veníamos, sino con una pena que golpea nuestros pechos.

***

Al llegar a la Posada, nos reciben los guardias de seguridad. Llevan nuestras maletas hasta nuestras habitaciones y es inevitable recordar el primer día que estuve aquí, arrastrando mi valija por este pasillo gris. Y al final de él, Marco. Tal cual ahora, solo que, al inicio nos miramos extrañados, y ahora voltea a verme con otros ojos, enamorado.

Vuelvo a mi habitación donde he pasado la mayor parte del tiempo esta semana, y al terminar de colocarme el ambo, me percato de que hay una chica nueva en la cama de Marisa, y todas sus pertenencias han desaparecido.

―¿Dónde está Marisa?

―La despidieron―responde Julieta, afligida―Parece que encontraron a alguien más joven.

―¿Pero por qué? Marisa hace bien su trabajo.

―Ellos tendrán sus razones―dice mi compañera encogiéndose de hombros.

Pienso en todo lo que ha revelado Marco cuando estábamos en la cabaña. Lo que más bien creía era un delirio, puede que, en cierto, punto tenga algo de razón. Pero, ¿qué sentido tendría asesinar a ex empleados? No lo sabía, pero algo en mi interior gritaba que Marco no mentía. Pienso en Marisa, si es realmente cierto lo que él decía, ella tendría que estar muerta. ¿Sería eso posible? ¿Y por qué?

Es hora del almuerzo así que dejo mis pensamientos a un lado aunque es inevitable pensar en mi compañera. Al llegar, mi grupo ya se encuentra almorzando diferentes platos que han preparado, como si hoy fuera un día especial, como si hubiera algo que festejar.

―Otra vez la misma porquería―protesta Marco arrojando un pedazo de pan duro sobre la mesa, pero al verme sonríe como si todo estuviera bien.

―Marisa no está―susurro sentándome junto a él.

De inmediato deja lo que está comiendo y me mira desconcertado.

―¿Qué dijiste?

―Dicen que la despidieron, al parecer encontraron a alguien más joven―digo repitiendo las palabras de mi compañera.

Se toma la cabeza con ambas manos mientras niega sin parar. No sabía que esta información le afectaría de este modo.

―¿Sabes qué significa eso?―dice inquieto

―No lo entiendo. ¿Por qué la matarían? ¿Con qué objetivo?―bajo el tono de mi voz.

―No sé, pero no permitiré que tú seas la próxima.

―¿Y por qué lo sería?

―¿Y por qué no? Nadie conoce al enfermo que maneja este loquero.

―Yo sí―admito y voltea a verme, sin poder creerlo―No sé porque pero me permitió verlo.

―No confíes en él. Ese desgraciado gana millones por mantenerme aquí―da una mordida al pan que anteriormente arrojó―Además es un asesino.

―¿Por qué dices eso?

―Escuché y vi cosas. Cuando todos duermen pasan cosas raras... Pero no voy a seguir sentado preguntándome si Marisa está viva o muerta. Iré a buscarla―se levanta de un golpe y lo siento de un tirón.

―Yo iré.

―Es peligroso.

―Déjame hacerlo. Solo así sabré que es verdad.

Niega con la cabeza reiteradas veces hasta que logro convencerlo.

―Cuando estemos en el patio, ve hacia atrás de los pinos sin llamar la atención y busca la tapa en el suelo.

―¿No hay cámaras ahí?

―No, ya estuve ahí.

―¿Y cómo haré para ir hasta allí? Habrá mucha gente.

―Yo sé cómo. 

Hilos de sangre © ✅Where stories live. Discover now