Capítulo diecisiete

534 80 22
                                    


Ella es mí París

Marco me mira incrédulo. Seguramente no entiende a que viene mi pregunta ni a donde quiero sacarlo porque después de todo no podemos ir a ninguna parte. Pero siempre se puede hacer magia con lo poco que se tiene.

―Sí, me encantaría volver a Paris―dice con su sonrisa de costado y río con él.

―No puedo llevarte a Paris esta noche pero si a otro lugar.

Se coloca nuevamente sus zapatos impulsado por la curiosidad y salimos. Pasamos por el pasillo de luces rojas e ingresamos a ese sitio mágico. Marco observa cada rincón como si fuera la primera vez que pisa ese sitio, aunque tal vez lo han mejorado desde la última vez que estuvo ahí. Le pasa la mano a los instrumentos musicales que adornan el lugar, a la guitarra acústica, a la batería, pero al llegar al piano se detiene, se acomoda en el asiento y acaricia las teclas. La expresión en su rostro ha cambiado.

―Abel me dijo que te gusta este lugar.

―Sí... Ahora está más lindo.

Me agrada la sensación de estar allí a solas con él. Me agrada ver el brillo en sus ojos cuando mira los instrumentos, me fascina ver su rostro y notar que está a nada de sonreír pero no lo hace. Me acerco al reproductor de música y no me abstengo de hacer sonar "Lovefool de No Vacation". Nadie podría reclamar el ruido, después de todo este es lugar donde nada sale y nada entra. Ningún sonido se oirá de fuera y eso me da libertad.

―Me gusta―dice sonriendo y se abalanza sobre un sofá―¿Por qué me trajiste aquí?

Estoy a punto de responder pero me interrumpe.

―¿Por qué me haces venir aquí y me pones esa música? ¿Qué quieres de mi? ¿Qué buscas? ¿Qué quieres que confiese?

Tantas preguntas en un mísero segundo me descolocan. Que desesperante se pone a veces.

―Esto es cosa de Abel, ¿verdad?

―Dijo que sería bueno para ti.

―¿Y estás aquí porque te lo ordenó o porque tú quieres?

Pienso que responder. Me siento atrapada.

―Yo quería. Nadie me ordenó nada. Solo llegamos a la conclusión de que esto te hace bien. ¿Contento?

―¿Qué querías? ¿Estar conmigo?

Mi semblante vuelve a tornarse de un color rojizo intenso. No quiero responder a eso. Se supone que la respuesta es más que obvia pero este chico no me dejará en paz hasta que salga de mis propios labios. Sin embargo, se levanta a tomar una guitarra.

―No es muy divertido estar conmigo.

Toca una nota y cierra los ojos como si esa melodía hubiera atravesado su corazón como un proyectil.

―¿Qué pasa?

―Supongo que si estás aquí como parte de mi tratamiento debo hablar.

―No es necesario si no quieres.

―Es cierto que me gusta este lugar pero al mismo tiempo me hace mal. ―hace una pausa acariciando las cuerdas del instrumento. Lo dejo hablar―Mi madre ella... era cantante y compositora.

Alza la mirada al techo cuando termina de hablar, como buscando motivación para continuar. Parece que las palabras le pesan, le cuesta decir lo que lleva dentro como uno de esos secretos bien guardados que jamás has contado a nadie y solo tú sufres por el.

―Crecí entre guitarras y pianos, es por eso que me gusta este lugar pero al mismo tiempo lo rechazo. Me recuerda a ella.

―Lo lamento. No sabía que podría llegar a ponerte mal, quería alegrarte un poco.

―No te preocupes, estoy bien―sonríe―Cuando clausuraron este lugar me alegré. No quería volver a tocar ni ver un instrumento, ni oír a alguien cantar. Incluso si alguien tocaba la guitarra me tapaba los oídos. Habrán pensado que estaba loco de verdad.

Ambos reímos, aunque probablemente Marco no sentía ansias de reír.

Se acomoda en el asiento del piano y comienza a tocar una canción y la reconozco al instante. Es "Lady Grinning sould" de David Bowie. La canción que sonaba despacio en el reproductor lo inspiró. Tocaba muy bien, sus dedos eran rápidos y ese instrumento emitía un gran sonido. La melodía me entristece, aún más sabiendo la historia de Marco con la música, la relación que tiene con el arte. Pero en algún punto, mientras no le saco la vista de encima, me percato de que Marco está tocando. Volvió a tocar después de tanto tiempo, aunque fueron solo treinta segundos. Valió la pena venir hasta aquí. Sé muy bien que Abel se pondrá feliz de saber este avance.

Cuando termina la canción lanza una risa de alegría, una risa que proviene de su garganta.

―Le gustaba oírme tocar esa.

―¿Cómo se llamaba tu madre?―pregunto tocando el tema sensible.

―Tania Palth, pero le decían...

―Talula―decimos al unísono.

Me sorprendo al oír ese nombre y me emociono al mismo tiempo. No podía creer que Talula fuera la madre de Marco, ni siquiera sabía que tenía un hijo.

Tania era una mujer muy reconocida, de la cual no se supo nada más en la televisión luego de su muerte. Una cantante francesa de gran talento. Mis padres eran y aún son sus fanáticos. Iban a todos sus conciertos, siempre les ha encantado. Y por supuesto, a mí me obligaban a escucharla cantar.

―No lo puedo creer, estoy con el hijo de Tania.

Lo noto sonreír orgulloso, de costado como siempre. Hablar de su madre, aunque lo pone triste, también lo vuelve manso.

―Sí, nadie me creía cuando decía que era mi madre.

―¿Pero qué le pasó?

En la televisión nunca dieron mucha información.

―No quiero hablar de eso.

Metí la pata. Mi curiosidad me llevó a preguntar algo que no debía. ¿Cómo iba a preguntarle algo así conociendo su dolor?

Marco se sienta en el escenario viendo sus zapatos relucientes. Se quita el sweater y queda con una remera blanca. Me siento a su lado.

―Perdón por preguntar, soy una imbécil.

―Tranquila―dice acariciando mi mano.

―¿Estás bien?

Me observa serio como buscando algo en mis ojos. Está concentrado en mí.

―No sé―responde sin quitarme la mirada de encima.

―Podemos quedarnos aquí el tiempo que quieras.

Sonríe y noto como su mirada se desliza hasta mi boca y vuelve a mis ojos.

―¿Qué haces aquí, Cinthia?

―Necesito el dinero para...

―Sí, aparte del porque trabajas en este manicomio. ¿Qué haces aquí conmigo?

No quiero volver a transformarme en un tomate así que miro hacia abajo, no quiero verlo a los ojos, no puedo. Pero me toma la barbilla y me obliga a verlo.

―Dímelo de una vez, porque dudo mucho que traigas aquí a todos tus pacientes a cargo. ¿O si?

―No.

―Bueno, Abel te recomendó traerme aquí pero si no hubiera sido así... ¿Estarías aquí por cuenta propia?

Bajo la mirada aunque aún me sostiene de la barbilla.

―Mírame―me ordena y lo hago.

―Sí, Marco. Tienes algo que me atrae constantemente a ti. ¿Te gusta esa respuesta?

Marco sonríe moviendo los pies como un niño.

―Maldita sea―dice riendo―Lo dijiste... te gusto.

No fue precisamente lo que dije pero Marco lo sabía tan bien como yo.

Los pasos de alguien acercándose nos descolocó hasta que vimos quien andaba rondando por ahí como un fantasma.

Lucía. 

Hilos de sangre © ✅Where stories live. Discover now