Capítulo veinticuatro

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Juntos.

Sigo el camino hasta la cabaña ignorando los gritos de Marco. Sigue detrás de mí pero no quiero voltear a pesar de insistir tanto. Tengo sentimientos encontrados con este chico y no puedo hacerle frente a esas emociones.

—¡Cinthia!

Lo oigo trotar detrás de mí.

—Ahora no.

—¿¡Y si no es ahora, cuando!? ¡Acabas de decirlo todo!

Me detengo en seco levantando polvo con los pies y volteo a verlo directo a esos ojos que incitan mi locura. Me mira tan desesperado, con el pecho subiendo y bajando que provocan ganas de besarlo.

—Acabas de confesar que estás en este puto infierno por mi.

La carcajada sale de mi cuerpo como un suspiro. Esa es mi táctica para huir y no tener que afrontar el problema. Acababa de decirlo todo frente al grupo. ¿Qué dirían de mí?

Veo a Marco patear una piedra mientras vuelvo a la casa. Corro directo a la ducha, ahí es donde puedo pensar, soñar y arrepentirme de cualquier situación. ¿Cómo podía aceptar que me enamoré de un paciente?

El agua caliente me calma, relaja mis músculos y me permite pensar con claridad. Hasta que golpean la puerta.

—Abel dice que bajes a cenar. No sé que preparó, solo espero que sea buen chef.—dice Emma detrás de la puerta.

Cuando bajamos todos están colaborando. Marco y Austin ponen los platos en la mesa mientras Abel termina de cocinar un plato que desprende rico aroma y lo lleva a la mesa donde lo esperamos ansiosos.

—Espero les guste—dice sirviendo los espaguetis que ha hecho.

—No sabía que te gustaba la cocina—habla Marco.

—Está delicioso —apoya Austin.

Me animo a levantar la vista mientras todos alaban la comida de Abel. Tengo a Marco en frente y como si no fuese muy obvio, también está mirándome. Es como esa mirada que surgió el primer día que llegué a la Posada. Una mirada traviesa, inocente al mismo tiempo, de súplica. Una mirada única.

Y mientras los demás no dejan de hablar, siento su pie que se enreda con el mío por debajo de la mesa. Acaricia mi pierna con su calcetín áspero pero me quito. Frunce el seño de inmediato y busca mi pierna una vez más pero ahora, con un movimiento brusco, la atrapa con sus dos pies. La mesa se levanta moviendo todos los platos.

—¿Qué fue eso?—pregunta Abel asustado.

No puedo evitar que mi risa salga aunque me esfuerzo por contenerla, cuando Marco me sigue, es imposible retenerla.

—Creo que me ha picado un insecto.

Marco finge rascarse y aprovecha la oportunidad para apretar un dedo de mi pie. Chillo al instante.

—¿Te ha picado a ti también?—pregunta Marco alzando las cejas. Fingiendo sorpresa.

—Dejen de jugar y coman—dice Abel sonriendo.

La comida estuvo deliciosa, hace tiempo no comía un plato tan rico como el que Abel acababa de servir. Todos ayudamos a levantar y lavar los platos.

―Austin me pidió dar un último recorrido antes de dormir. Emma irá con nosotros―anuncia mientras se coloca un abrigo―Ordena tu cabeza―susurra en mi oído y sale cerrando la puerta en mi cara.

―Nos dejaron solos―habla Marco detrás de mi fingiendo tristeza.

―No estés tan contento porque me iré a dormir.

Hilos de sangre © ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora