Capítulo diez

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Beso de buenas noches.

¿Yo? ¿Bailar con Marco Ruffo? En otro momento, bajo otras circunstancias, hubiera aceptado al instante, pero no estábamos en una discoteca, sino en un psiquiátrico. No sé si es correcto hacerlo pero veo a Emma saltar y aplaudir como si fuera una niña y Abel a mi lado me alienta con las manos. Finalmente acepto.

Tomo su mano suave y nos acercamos a la pista que han formado. Todos bailamos como si fuera una de las mejores fiestas a las que has ido aunque no tengo idea de cómo bailar.

―No sé hacerlo.

Marco ríe.

―Copia lo que hago―dice y eso intento hacer.

De reojo observo a Abel que no deja de reír en su pequeño banco. Se lo ve divertido viendo mis torpes movimientos y llega cierto punto en el que no me importa nada más que ese momento y me dejo llevar por la emoción. Pacientes y acompañantes bailan alegres hasta que me agoto y dejo a Marco bailando con los demás.

Suspiro una vez sentada.

―Es extraño―habla Abel―Desde que llegó aquí no lo vi divertirse ni una sola vez.

―Este no es un lugar al que precisamente vienes a divertirte. Quizás hoy está de humor

―No, es otra cosa. Algo cambió en él y tengo que descubrir que es―hace una pausa terminando un café―Iré a ver que hace Austin.

Apenas se levanta mi compañero, Marco cae rendido junto a mí ocupando su lugar.

―Mi mayor miedo era entrar a un psiquiátrico y sentirme como en casa―habla agitado.

―¿Lo sientes así ahora?

―Más o menos, pero no me gusta nada. Hay muchas mentes locas.

―No es necesario ir a un manicomio para encontrar mentes desordenadas.

Voltea a verme y sonríe de costado. ¿Por qué hace eso tan cerca de mí?

La noche llegó rápido y para el momento de terminar la cena todos se encontraban agotados luego de tanto bailoteo. Acompañé a mi grupo a la cama. Austin apoyó su cabeza en la almohada y durmió como un bebé. Emma se encerró a dibujar un poco más, y Marco se acostó a mirar por su ventana.

―Dicen que si la luz de la luna toca tu frente mientras duermes, despiertas loco.

Carcajeo ante semejante chiste.

―¿De qué te ríes? De ahí proviene la palabra "lunático".

―Es absurdo, Marco―digo aún riendo, entrando a su habitación―Toma la pastilla.

Le entrego el frasco y toma mi mano.

―No quiero que me trates como si fuese un niño al que hay que arropar.

―Solo hago mi trabajo.

―Lo sé.

Me dirijo a la puerta para finalmente irme a dormir hasta que Marco me detiene.

―¿No me darás el beso de las buenas noches?

Niego con la cabeza entre risas por las ocurrencias de ese chico y me voy.

Antes de dormir me doy una deliciosa ducha mientras no dejo de recordar todo el día de hoy. Pienso en Marco y puedo jurar que es lo único que tengo en la cabeza, tanto así que creo empezar a tener algún tipo de demencia u obsesión con ese chico.

―¡Sal de mi puta cabeza!―grito golpeando el azulejo.

Por la mañana, luego de desayunar, subo las escaleras para despertar a mi grupo. Emma es la primera en salir, Austin le sigue por detrás, y a Marco... a él siempre hay que esperarlo.

―Estoy cansada de esperar a este chico todas las mañanas―se queja Emma.

Los minutos pasaban pero algo pasaba. No salía. Así que me decidí por acompañar a los muchachos al baño y volver al cuarto.

Golpeo la puerta pero nada.

―Marco, soy yo.

Escucho un ruido del interior como si la puerta estuviera a punto de ser abierta pero algo la trababa. Los guardias de seguridad se acercan para abrirla pero Abel los detiene.

―Marco, no es necesario que salgas hoy si no quieres, solo dinos si estás bien y nos iremos.

Nada. Silencio.

―¿Qué pasa?

―Debemos abrir―dice un guardia.

―No, ya lo ha hecho una vez y es mejor no molestarlo. Necesita estar solo.―habla el psiquiatra.

―Marco, por favor, estoy preocupada por ti. Dime si estás bien, solo eso.

Hilos de sangre © ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora