IV

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—Días después—

—Son insoportables los mosquitos —se quejó molesta.

—Es una zona muy húmeda, cálida, hay muchos insectos en esta zona, señorita Jeniffer.

—Los detesto —pronunció con rabia, intentando espantarlos con su abanico—. Oye Paul ¿Hasta cuándo tendrán encerrado al muchacho de la jaula?

—Ya le dije que no le podemos hablar de él.

—No es que pueda hablar de él con alguien más aquí —le dijo rodando los ojos—. No tengo contacto con nadie, más que con ustedes.

—Lo sé, pero de todos modos, no es algo que nosotros tengamos permitido contarle. Cuando su padre lo ordene, o decida hacerlo, lo sabrá.

—Si lo trajeron conmigo, es porque es muy importante para mi papá. Pero no tiene sentido que lo tengan todo encadenado.

—¿Usted tendría un animal salvaje suelto?

—No tendría un animal salvaje que resultara peligroso para mí, en primer lugar —pronunció con calma—. Además, él no es un animal, es una persona.

—Hay cosas que usted desconoce, y por eso no entiende.

—Entonces explícame.

—Su padre lo hará en el momento que lo crea adecuado.

—Y otra vez la misma frase de mierda —le dijo rodando los ojos, poniéndose de pie.

—¿A dónde va?

—A mi habitación —pronunció molesta, subiendo las escaleras.

La casa era de dos pisos, con más de diez habitaciones, sin contar la cocina, la sala de estar, el recibidor, y el sótano. La habitación de Jeniffer era la única con balcón, un capricho que le habían permitido tener a la jovencita.

—Cansada de todo esto ya —murmuró con fastidio, cerrando la puerta y dirigiéndose al balcón.

Era lo único que le daba un poco de distracción, de paz, ver el paisaje de aquel lugar. Las montañas se veían tan verdes, incluso de noche, tanta vegetación había allí. El cielo nocturno, lleno de estrellas, sin luces artificiales, que le permitían observar con claridad las constelaciones y-

Dejó de pensar cuando algo rozó su mejilla, clavándose al costado de su cabeza en la pared, y que gracias al susto, cayó sentada en el suelo, mirando con horror que se trataba de una flecha.

—¿Q-Qué?

Vio como tres más llegaban hasta ella, hasta la pared, y otras entrando a su habitación, y gateó rápidamente por el piso, hasta la puerta.

—¡Paul! ¡Dante! ¡Máximo! —gritó asustada, en el momento que la puerta se abría.

—Señorita Jeniffer, debemos sacarla de inmediato de aquí.

—¡Alguien intentó matarme, Dante! —le dijo comenzando a llorar—. E-Ellos-

—Nos están atacando, son esos salvajes indios.

—¿I-Indios?

Comenzó a escuchar disparos por toda la casa, y vio como Dante también tomaba su arma, escoltándola escaleras abajo.

—Rápido, rápido, corra, vamos —le dijo poniéndose frente a ella, dirigiéndose a una de las habitaciones del piso inferior.

—Dante ¿P-Por qué nos atacan?

—Porque son salvajes. Entre ahí, y quédese adentro.

—Pero-

—Son las paredes más gruesas y resistentes del lugar, quédese ahí adentro y no salga por nada del mundo, hasta que alguien más venga por usted.

—¡Espera! —exclamó al ver que iba a cerrar la puerta—. Si algo llegase a ocurrirles ¿Cómo saldré de aquí? —le preguntó con lágrimas en los ojos.

La puerta sólo se abría de afuera, a excepción de que tuviera la llave para abrirla de adentro. La miró inseguro, y le dió un manojo de llaves rápidamente.

—Esta es la llave de aquí, no salga hasta que regresemos —le dijo cerrando la puerta.

Jeniffer miró la puerta por unos segundos, y luego la llave en sus manos.

—Regresaste.

Escuchó aquella voz gruesa detrás de ella, y se giró, observando al muchacho pelirrojo. La habían dejado en la misma habitación, y ella lo sabía muy bien.

—Si tú me ayudas, y-yo podría ayudarte también —le dijo temerosa.

...

LaxelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora