VI. La promesa de un nuevo vicio.

109 24 50
                                    

Elena
Diciembre 22 de 2017.

Había sido una tarde maravillosa, llena de risas limpias al igual que cómplices. Mi mente estaba a rebosar de imágenes virtuosas: de su rostro contento, de su perfil concentrado mirando algo nuevo, detallando la belleza natural que nos rodeaba, la efervescencia del lugar; de su cabello que ondeaba gracias al viento, de los reflejos rojizos que le sacaba el sol como si fuese algún tipo de mago, al igual que resaltaba el tono miel de sus ojos. Fui testigo de su manía por mover los pies de prisa cuando estaba algo abochornada, de como su tono de piel canela brillaba, de nuevo, por obra de aquel hechicero mayor, invitándome a que pasase por sus hombros y clavícula, aunque fuese una hojilla de las que nos rodeaban o premiara a una pequeña flor con tan real belleza.

Conocí varias curiosidades de Briana y cada vez el grado de gusto aumentaba, deseaba seguir aventurándome a indagar nuevas cosas, sabía que me estaba quizás apresurando, que me estaba dejando llevar de más por las sensaciones que despertaba, sin embargo poco me importaba, ansiaba otro tanto de ella, una o dos nuevas caricias suaves en las manos, volver a sentir el sabor de su boca, llevaba horas queriéndolo y ahora que pensaba que pronto nos separaríamos, era casi desesperante la sensación de anhelo.

—Te ayudo —sentí su voz cuando regresábamos al auto. Sin darme tiempo a entender bien a qué se refería se inclinó en mi dirección, retirando de mis manos una de las cestas que usamos para el picnic, cargándola sin problemas, rozándome el abdomen al tomarla. Había quedado peligrosamente cerca, podíamos besarnos sin problema, una petición casi tácita, que cada una percibía, una que las dos leíamos en los ojos de la otra, que sabíamos, a pesar de que ninguna daba el paso, esperando por quien tomara las riendas en este momento sin alcohol de por medio.

—Ah, creo que no dejamos nada —le tembló la voz al inicio de la oración haciendo que sintiese un vacío en el estómago. Ella desvió la vista, moviéndose para terminar de llegar al vehículo, para acomodar lo que llevaba en la parte de atrás del coche, subiendo a este de igual modo lo que yo cargaba, el cabello se le desordenó un tanto por el movimiento lo que, a mis ojos, le dio un halo de ternura mayor al que ya su rostro evocaba. No pensé mucho, solo me incliné para besar su mejilla lo que la hizo frenar en seco. Cerré los ojos siguiendo cerca de ella. La sentí voltear, pegar su frente a la mía, acariciarme la mejilla con dedos temblorosos. El olor a rosas inundó el coche antes de que mi voz la estremeciera, antes de que, de hecho, nos hiciera temblar a las dos.

—No aguanto más, Briana.

Un segundo después tenía sus labios deslizándose por fin sobre los míos, al probarla por segunda vez fui más consciente de su cuerpo curvilíneo, tibio y receptivo.

Se separó sin que yo estuviese lista aun para dejar su boca por lo que volví a buscarla enseguida. Sin abrir los ojos supe que sonreía. Volvió a corresponderme el beso, enredándonos en este por varios minutos. Yo le sostuve el rostro con ambas manos, ella pasaba sus dedos despacio por los brazos que la agarraban sin dejar de buscar nuestras bocas.

Me estaba encendiendo de una forma única y no sabía si debía dejar salir esta bomba de estrógenos en forma de pasión o contenerme, avergonzarme de ello, pues la mujer era nueva en todo esto según me había dicho, no deseaba asustarla.

El beso paró, abrí los ojos encontrando un expresión en exceso dulce en el rostro de Briana, quien continuaba con los ojos cerrados.

— ¿Qué mierda se supone que me pasa contigo? —susurró enfocando mi mirada. Pasé los dedos por su rostro sacándole un suspiro.

—Debo llevarte a tu casa —ella soltó parte de lo que quería yo también, que era todo menos despegármele.

—Ir a mi casa poco me apetece en este momento.

Almas PerdidasWhere stories live. Discover now