Capítulo 19.

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Camino analizando todo lo que hay a mi alrededor, la cantidad de turistas que pasean por las calles a estas horas, los bares abiertos, la alegría que se siente en el lugar. Quizás para muchos las vacaciones de navidad sean lo mejor del mundo, desgraciadamente no comparto esa sensación. Observo un gran árbol de navidad en medio de una plaza, mucha gente se para a su lado para hacerse un par de fotos. Paso de largo. Sigo andando hasta llegar al único lugar que me gusta de esta ciudad, el único que he podido conocer por mi cuenta.

— Hola, preciosa — giro la cabeza hacia la derecha, un señor me sonríe, hago lo mismo intentando no poner una mueca e ignorando las ganas que tengo de salir corriendo—. Una flor para otra flor — extiende hacia mi una pequeña rosa del gran ramo que trae. se saca el sombrero y se aleja sin decir nada más.

Observo la flor entre mis manos, podría ser perfectamente la mejor conservada del ramo. Camino con ella hasta sentarme en un banco. Llevo mis ojos hacia la puerta de la capilla de los marineros, la gran edificación se ilumina por las luces amarillentas que le dan más vivacidad al lugar. Las puertas están abiertas, lo normal en estas fechas del año.

Inspiro profundamente debatiéndome entre si entrar o no, no hay demasiada gente en los alrededores de la iglesia. Llevo la mirada al cielo, buscando alguna que otra estrella, pero no se ve nada. Mi teléfono suena en el bolsillo de la chaqueta, leo varias notificaciones de mi madre preguntando por qué no le cojo el teléfono, resoplo guardándolo de nuevo.

Camino en dirección a la iglesia, observo los techos altos mientras camino hasta pararme en uno de los bancos del final, por mucho que mi familia lleva la religión al extremo, nunca he sido demasiado amiga de los curas.

— Buenas noches, pequeña oveja perdida — giro la cabeza seria hacia la derecha, frunzo el ceño al ver como un párroco se sienta en el banco de enfrente al mío —. ¿Qué te trae por aquí? — juega con el borde de la sotana, mirada al frente sin fijarse en mi ni un mísero momento.

— La navidad, supongo — murmullo apartando los ojos de él.

— ¿Algo que quieras hablar con Dios, hija? — dice, su acento se remarca, trago saliva suspirando— Puedes hablar como si no estuviera aquí, niña — giro la cabeza de nuevo hacia el hombre, que se mantiene estático, arrodillado en el banco de madera —. Él te escucha — murmura antes de colocar sus codos sobre la tabla de madera, suspiro e imito su gesto, arrodillándome en el banco.

Observo el final de la iglesia, en silencio, todo está en silencio, hasta mi cabeza. Creo que es la primera vez que no escucho nada más que la manera en la que fluye mi sangre por mis vasos sanguíneos, cómo si fueran corrientes de agua. Disfruto del silencio mientras puedo, hasta que un ruido intenso capta completamente mi atención. Me levanto en silencio, echándome el bolso al hombro, escucho la risa del cura a mi lado, lo miro de reojo viéndolo levantar ligeramente la mirada.

— Que pases una buena noche de navidad — me dice, asiento con la cabeza.

— Usted también, padre — me paro a la salida de la iglesia, veo cómo caen las gotas de lluvia con fuerza.

Me cruzo de brazos mientras saco el móvil, miro hacia el final de la calle apretando los labios. Saco el móvil de mi bolsillo, busco el único número que me puede ayudar aquí. Sonrío sintiendo unos nervios absurdos mientras me llevo el dispositivo al oído.

— ¿Oli? — escucho cómo hay mucho ruido de fondo, manda callar a alguien que no alcanzo a entender el nombre — ¿Ha pasao' algo, nena? — se me eriza la piel al escucharlo, alzo la mirada hacia el cielo.

— No — murmuro, tal como se ve el cielo no va a dejar de llover en poco tiempo —, ¿qué tal por Sevilla?

— Está cayendo la de dios, aunque por lo que se escucha, ahí también — río dándole la razón —. Espero que te hayas puesto el vestido — bajo la mirada a mi vestimenta y niego con una sonrisa que no ve.

Fuego Amigo • Pablo GaviWhere stories live. Discover now