—Pero, ¿Es seguro?

Se encogió de hombros con lástima, su cabello ondulado y castaño cayó hacia atrás—. Hannah no quiere hablar.

—A mí tampoco me quería decir.

—¿Saldrás con alguien? —unos segundos después de lo que dije. Ojeó mi atuendo como si estuviéramos en una pasarela.

—No. Pensé que ponerme ropa bonita me subiría el ánimo.

Pero no lo hizo, más bien me provocó  sentirme mal porque me quedaba algo ajustada, se notaba que había subido de peso.

—¿Lo logró?

Suspiré y eché la silla para atrás, levantándome con pocas ganas de todo. Era extraño porque desde antes tenía anemia, sí sentía bajones de ánimo y cansancio pero no como ahora. En ese momento me di cuenta de lo poderosa que era la mente, pensar que algo malo me pasaría si afectaba mucho.

—¡Te ves hermosa! Más linda que nunca, cielo —alagó con intención de que sonriera un poco.

—Te quiero —me detuve en el marco de la puerta que daba entrada a mi habitación para decir aquello.

—Te amo —dijo lo suficientemente alto para que la escuchara con claridad.

Entré al cuarto y cerré la puerta de tras de mí, lo que ví me desesperó muchos: todo estaba desordenado. Me disgustaban las cosas desordenadas y llevaba como una semana acumulando cosas en mi habitación sin ordenar, cuando veía todo tan desacomodado me sentía ahogada en miles de cosas.

Pero no tenía ganas de ordenar.

Sólo quería estar en mi cama viendo un punto fijo o dormir para no pensar en nada, ni ganas de leer tenía. Tomé asiento en la silla blanca y acolchonada frente a mi escritorio donde yacía la laptop. Mis piernas subieron a la silla, encogiéndose a mi pecho pareciendo que trataría de calmar un poco del frío que sentía en el cuerpo.

No era bueno obligarme a escribir sin ganas, pero seguro esas ganas regresarían pronto si tomaba la iniciativa de sentarme y al menos prender la laptop para abrir el documento.

Lo que contaba era la intención.

Digamos que yo mal más escribir no era buena combinación, terminaba dándole todos mis problemas a los personajes y quizás mataba a uno si se me antojaba. Era una forma rara de sentirme mejor.

Después de llorar por cosas que salieron de mi cabeza, mamá tocó la puerta y alzó la voz, informando que:

—Hades está en la puerta, ¿Qué le digo?

Rápidamente me apresuré a la puerta de mi cuarto, la abrí con los ojos abiertos y mi cuerpo por cómo se movía podía notar mi claro nerviosismo.

—¿Qué?

—Dijo que venía a entregarte unas notas.

Se me había olvidado por completo.

Acordamos que él iba a entregarme las notas de exámenes que realicé la semana anterior a eso. Pedí permiso en dirección para faltar al menos una semana a clases, no podía concentrarme.

—¿Le dijo que se vaya? —Eso me sacó de mis pensamientos, ganándose un meneo de cabeza, negando.

—Dile que entre. 

Poco después ella volvió a la puerta principal, al escuchar los pasos de ambos mi mirada bajó a mi cuerpo. Llevaba un top corto de color blanco, una chaqueta crop lila con las mangas encogidas hasta mis codos y un jean de tiro bajo.

Un beso bajo las estrellas ©✓Where stories live. Discover now