20| Tuve respeto por los muertos

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Las iglesias tenían algo que me inquietaba, y no era solo el recuerdo de mi madre temblorosa despertándonos a las tres de la madrugada para obligarnos a pedir perdón por nuestros pecados, arrodillados frente a la cruz de la que colgaba un hombre d...

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Las iglesias tenían algo que me inquietaba, y no era solo el recuerdo de mi madre temblorosa despertándonos a las tres de la madrugada para obligarnos a pedir perdón por nuestros pecados, arrodillados frente a la cruz de la que colgaba un hombre de porcelana sacrificado hacía miles de años. 

No, la casa del Señor tenía algo que podía sentir en el eco de la voz cavernosa del sacerdote que daba la misa de ese domingo fúnebre, en el aire que me helaba la piel, y en la tensión que hacía vibrar cada cabello de mi nuca. No era solo un par de ojos esta vez, había varios y todos me estaban observando, me reconocían, me hacían sentir como un impostor.

A veces me preguntaba si Dolores había sentido lo mismo, y si, a parte de los golpes que recibía en la cabeza, esa fue la razón por la que su cordura finalmente la dejó.Yo tenía serias dudas al respecto.

—Recuerden, hijos míos. No juzguen, y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados.

Muerto o no, no pensaba perdonar a Bruno por lo que me había hecho.

Poco importaba ya.

«Insensible».

Aunque sentía que le había puesto una cadena a la caja de mis pensamientos, físicamente era otro hecho. Desde que Ezequiel me tocó, mi energía se drenó en gran parte, y también me volví más sensible a todo cuanto me rodeaba. La conexión entre ambos, que al principio zumbaba como una simple abeja, ahora se había transformado en una necesidad constante parecida a arañas que caminaban por mi cabeza.

Sabía que solo él podía calmarla.

«Santo remedio».

Ni bien terminó la misa la mayoría de las personas se levantaron cual ovejas entre lamentos con la vista fija en sus manos. Lorena y yo los imitamos. Debido a la conmoción que causó la muerte de Bruno, había pedido un día libre en el trabajo para asistir a la misa, y como pensaba que ver su cadáver me había afectado, parecía un chicle pegada a mi lado. 

—¿Todo bien? Si querés que hablemos, decime. —Era la quinta vez que lo ofrecía.

—Ajá —bostecé, recién eran las diez de la mañana y tenía serías ganas de darme la cara contra la pared.

—¿Seguro? Mirá que a mí tampoco me gustan las iglesias —susurró Lorena, toqueteando el pendiente en su oreja—. Todos los curas son unos turbios y el edificio en sí tiene una vibra medio rara —murmuró—. Como si alguien no nos quisiera acá.

«No era el único».

—¿A parte de la mala vibra que me causan mis enormes traumas religiosos? —pregunté, tratando de aflojar el cuello del traje me había obligado a usar—. No, nada la verdad. Además, a menos que seas una bruja, dudo de que no te quieran acá. —Señalé hacia atrás con la cabeza para probar mi punto—. Preguntale a ese monaguillo de allá, parece que encontró el milagro del Señor en tu culo de tanto que te lo está mirando.

YO NUNCA |BL|Where stories live. Discover now