[Especial] Festejé año nuevo

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—Nene, nos faltan dos reyes magos y mi mamá se está volviendo loca, ¿dónde carajo están vos y tu novio? —escuché la voz de Milagros a través del parlante de Cazzani, a pesar de que se apretó el celular contra el cuello para tratar de que yo no lo ...

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—Nene, nos faltan dos reyes magos y mi mamá se está volviendo loca, ¿dónde carajo están vos y tu novio? —escuché la voz de Milagros a través del parlante de Cazzani, a pesar de que se apretó el celular contra el cuello para tratar de que yo no lo escuchara.

Me miró preso del pánico, como para confirmar si yo había oído cada palabra.

—Ni en pedo —solté, y empecé a abrir la puerta. Prefería lanzarme del auto en movimiento antes que disfrazarme para participar del acto público de la iglesia.

—¡Pará, pará! —gritó, estirando el brazo para alcanzar la manija de mi lado, le costó una maniobra con el volante—. ¿Vos sos loco?

El auto que nos pasó por al lado tocó bocina y de regalo nos soltó un lindo insulto de año nuevo. Julián, que no estaba en su día más pacífico, sacó la cabeza por la ventanilla.

—¡Felices fiestas para vos también, pelotudo! —Volvió a ver el celular con la cara colorada por la indignación—. Ya son las once, no hay tiempo.

Se suponía que solo íbamos a llevar insumos para la cena comunitaria de año nuevo, pero como siempre, el padre de Julián nos había cargado con todo el trabajo pesado. Para aprovechar la alta demanda de alcohol de la fecha habíamos tenido que quedarnos atendiendo en el almacén hasta hacía menos de diez minutos. Eso sumado a que mi querido amigo no tenía idea de lo que significaba decir que "no" y ahora estaba a punto de quedarse pelado por el estrés.

—Esto no era parte del plan —gruñí, pero su respuesta fue pegar otro volantazo, que me obligó a rasguñar el asiento, y entrar al predio de la nueva iglesia.

Me mordí el interior de la mejilla al bajar y ver el coche de policía estacionado junto a nosotros, el aire helado de la noche me acarició la nuca. Estaba toda la ciudad presente.

Todos no, falta alguien.

Siempre faltaba alguien.

Había largas hileras de mesas decoradas con manteles blancos alrededor de una hoguera enorme que expulsaba un calor insoportable, tenía clavados pinchos gigantes con extensiones de carne asándose al fuego. Luces amarillas se desprendían de los postes eléctricos y colgaban sobre nuestras cabezas a modo de luciérnagas gigantes.

Alguien había instalado un escenario justo frente a las puertas de la iglesia, donde se ubicaba la escenografía exageradamente realista de un pesebre tamaño real, junto a otra mesa más chica decorada con fruta fresca y velas rojas donde la Madre Superiora y el gobernador Abel Florencio se sentaban. Charlaban con una mujer de pelo dorado, zapatos y vestido rojo con un cinto grueso que le marcaba la diminuta cintura. Movía las manos de forma efusiva, sin parpadear.

La excéntrica Eleonora Vidal, la mamá de Milagros.

Carla, la mamá de Cielo, me saludó con la mano desde la segunda hilera de mesas, mientras hablaba con mi hermana que me guiñó un ojo, señalando el lugar que me había guardado. Busqué a mi amiga entre la gente sentada en las mesas, compartiendo desde asado hasta empanadas vegetarianas y estuve tentado de acercarme a agarrar algo, ya que mi estómago gruñía desde las cinco de la tarde.

YO NUNCA |BL|Where stories live. Discover now