Capítulo 33. SI DIESEN PREMIOS A LA ESTUPIDEZ...

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SI DIESEN PREMIOS A LA ESTUPIDEZ, YO QUEDARÍA EL PRIMERO EN EL PÓDIUM, SEGURO.


No pegué ojo en toda la noche. A la mañana siguiente me levanté hecho trizas, los muelles de ese sofá se me habían clavado en el costado y en la espalda continuamente, recreándose en mi patético dolor para que sufriera más. De nada me sirvieron mis inútiles intentos por evitarlos, y, encima, ese asqueroso gusano que ya estaba dentro de mis sesos no me había dejado en paz durante mi desconcertado insomnio.

Tuve que esperar a que ella terminase de ducharse y se secara el pelo con ese secador que Rachel había dejado aquí, para pasar al cuarto de baño, ya que se había levantado muy temprano y se me había adelantado. En cuanto pasó a mi dormitorio, me levanté y entré.

Cuando terminé de ducharme y salí de allí para dirigirme a la sala, Billy ya había terminado de preparar el desayuno y estaba sentado a la mesa, junto a ella.

Me quedé trabado como un tonto al verla. Mantenía una animada charla con Billy y sus labios dejaban ver esa sonrisa tan dulce. Se percató de mi presencia enseguida y dirigió sus preciosos ojos hacia mí.

―Buenos días, Jake ―me sonrió.

Cogí una buena bocanada de aire para que mi pulso se controlase y todo en mi organismo volviese a la normalidad.

―Buenos... buenos días ―murmuré, enfurruñado.

Me obligué a mover los pies y me acerqué a la mesa para sentarme, eso sí, lo más alejado de ella que pude.

Pasé de charlar con los dos, no me apetecía, así que estuve todo el desayuno con la vista clavada en el plato. La verdad es que todavía tenía la cabeza como un bombo, y lo único que deseaba es que ella se fuera lo más pronto posible de aquí para seguir con mi vacía y patética vida, que se largase de una vez para, después, volver a reconstruir mis ruinas lo antes posible. Sí, porque eso es lo que era yo sin ella, las ruinas de algo, y ella había aparecido para patearlas una vez más, desperdigándolas por todos sitios en trocitos aún más pequeños.

El horizonte que se me planteaba a partir de este día en el que ella se marcharía otra vez era desolador. Ahora tendría que empezar de nuevo, tendría que volver a construir ese rascacielos infinito y cochambroso que no se terminaba nunca, que era incapaz de levantar y que estaba cimentado en arenas movedizas. Eso es lo que era yo. Sin embargo, en este año no había puesto ni la primera piedra, y con su segunda marcha ahora los cachitos eran más pequeños, prácticamente se habían pulverizado. Y las arenas movedizas seguían engulléndome, ya me llegaban al cuello.

Me levanté el primero de la mesa. Recogí mi plato, lo llevé a la cocina y me dirigí al baño para lavarme los dientes. Mi pericia con la pasta dentífrica hizo que me manchase la camiseta.

―Mierda ―mascullé, escupiendo el último enjuague de mi boca.

Intenté limpiarlo con la toalla, pero el blanco de la pasta se quedó bien incrustado en el negro de la tela.

Guay.

Suspiré y salí de allí para entrar en mi habitación. Me dirigí al armario, cogí otra camiseta limpia y me cambié. Iba a salir de nuevo, cuando algo captó mi atención, y me detuve.

Ella había dejado varias cosas sobre la cama para guardarlas después en su mochila. Había algo de ropa, entre la que se incluían esos shorts rosa pastel, una caja metálica, un monedero pequeño y el recipiente de lo que parecía ser un medicamento.

Mis ojos se abrieron como platos y mi respiración comenzó a escapárseme con agitación cuando vi de qué se trataba ese medicamento. No era un medicamento. Ese recipiente lo conocía muy bien. Era ese pastillero de forma elíptica, con los días de la semana marcados en el borde. Eran esas píldoras anticonceptivas que Carlisle le conseguía.

NUEVA ERA I. PROFECÍA (por mí, su autora). Continuación de mi Fanfic Despertar.जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें