I - Plan A: Encuéntrate

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—Pero...

—No hay más que hablar. Prepara las cosas, porque te vas.

Agoney refunfuñó, sabiendo que había perdido esa guerra. Intentó buscar nuevas réplicas, pero todas las que se le ocurrían habrían caído en saco roto, por lo que simplemente se quitó las gafas de sol y las dejó en el mueble a su derecha antes de girar hacia el pasillo que conducía a su habitación.

—Eres insoportable —dijo en su camino, casi chocándose con Raquel, que bajaba en ese momento al piso de abajo.

—¡Me lo agradecerás! —le gritó su padre cuando ya se había encerrado en su cuarto.

Increíble. Le parecía jodidamente increíble. Puede que fuese verdad que la mentalidad de sus nuevas amistades no era precisamente la que le habían inculcado desde siempre, esa en la que daba igual cuanto tuvieras, tenías que mancharte las manos y asumir que "todos somos iguales", y todo aquello.

Y a veces le venía a la mente, al fin y al cabo se lo habían metido en la cabeza cuando era un niño, pero es que cuando hablaba con Mimi, Ana y Ricky... sentía que esos euros de más sí que importaban, porque ¿cómo iba a ser igual que él una persona que no sabía lo que era viajar cuando le apeteciese, o que estaba acostumbrada a ir por la vida como uno más, conteniendo sus deseos por ser "demasiado caros"? No tenían las mismas vivencias, no podían ser iguales, no tenían que tratarse como tal. Es prioridad tener buenas relaciones con las personas que están a tu nivel, con las que vas a tener que convivir en tu día a día.

Ellos cuatro se habían hecho amigos en un crucero cuando él tenía diecisiete años, esos con los que la mayoría de la gente no puede ni soñar. Las dos chicas, una rubia y la otra morena, una andaluza y la otra canaria como él (motivo por el que empezaron a hablar), se ganaron su confianza al instante, desafiándole a una partida de póker; al rato se les unió otro contrincante, Ricardo Merino, hijo de uno de los mayores empresarios de la ciudad donde vivían. Conectaron al instante.

Después de ese viaje no dejaron de verse, de ir a fiestas, de hablar a todas horas, Agoney escuchó e interiorizó cosas que jamás había pensado, en las que nunca había caído. Cosas como que lo que ellos podían lograr con sólo chasquear los dedos producía rencor y envidia en el resto de gente, lo que les hacía inferiores; cosas como que si vistes con las mejores prendas de los mejores diseñadores todo el mundo cae a tus pies tarde o temprano; cosas como que si aprendes a mandar, no te tocará obedecer.

Pero otras veces, como esa en la que se encontraba, frente a la idea de viajar hasta la finca de su familia, no podía evitar recordar cómo era todo antes; antes de ese crucero, antes de la universidad, antes de empezar a decidir qué rumbo quería tomar.

Por una parte, recordaba a Alfred y a Mireya, sus amigos de la infancia. Eran los hijos del matrimonio que servía a su tía, Noemí, la cual siempre opinó diferente a la educación que Glenda, su hermana, y él recibían. Pero volviendo a Alfred y Mireya, esas dos personas habían llenado sus tardes de infancia de juegos, de mundo, con ellos nunca había sentido esa línea que separaba el tener o no tener, simplemente eran ellos, niños disfrutando y regalándose sonrisas sin ton ni son.

Hasta que se fueron. Su tía se mudó y, desde ese día, no volvió a ver a sus amigos ni a los padres de estos.

Y, por otra parte, estaba la granja en sí. Abian y Faina, sus padres, compraron el terreno cuando él era un bebé y su hermana un par de años mayor. Fue un plan improvisado, lo decidieron en un viaje por un pueblo cercano a la ciudad en la que ahora vivían, pero ellos siempre habían pensado que si las ganas de hacer algo te llegaban tan de repente es porque lo necesitabas.

Así lo hicieron. El espacio fue creciendo y lograron fusionarlo, con ayuda de los que serían sus nuevos socios y grandes amigos, con la empresa familiar que, desde ese momento, además de ofrecer organización de eventos y servicios de hostelería (los cuáles se vieron complementados al introducirse también en la industria restaurantera), creó un área de distribución de alimentos en la que entraban desde legumbres, verduras y frutas hasta los diferentes tipos de carne, leche y fabricación de quesos y embutidos. Ese fue el principal motivo de su mudanza a la península.

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