-Necesito unas salchichas y como aquí está el mejor servicio de toda la provincia…

Rodrigo se dijo que debió haberlo esperado. El descuento que antes solía ser sólo para el agente Álvarez se había extendido a la cuenta de Emiliano de forma natural e inevitable. En su caso era un caso de verdadera amistad, de modo que el sacrificio de su bolsillo no le dolía en lo más mínimo.

-Sí, cuando dejes de hacerme la pelota ya te las alcanzo –dijo, acabando de hacer el corte (que volvían a ser sólo costillas) y la dejó caer en el mostrador junto los otros antes de inclinarse hacia el muchacho-. ¿Cuánto quieres?

-Tres kilos. Mis viejos organizan la fiesta para uno de mis tíos. Con tres kilos va a ser suficiente, ¿no? Somos sólo una docena de personas.

-Me parece que tres estarían bien –Sacó una bolsa del dispensario y empezó a llenarla.

Sonó el crujido de las bolsas plásticas que llevaba cuando se movió para ponerse en frente de él, dejándole percibir el aroma de las frutas y verduras frescas de la verdulería a una calle de ahí. Emiliano se había detenido en medio de una ronda de hacer compras completas. Rodrigo llevó su carga de tripas de cerdo rellena a una vieja pesa. La larga aguja del medidor le indicó que había acertado en su primer intento. Un aparato así resultaba anacrónico en la misma fiambrería adonde hacían fetas con cierras fijas eléctricas, pero tanto al dueño como a Rodrigo les gustaba y no hubieran querido prescindir de él fácilmente.

Al dueño porque la balanza había sido usada por sus abuelos cuando eran granaderos y era una reliquia familiar de la que no podía deshacerse. A Rodrigo porque le hacía pensar en entregaba la cabeza de Juan Bautista, pero si le hubieran preguntado (que nadie tuvo necesidad de hacerlo) habría contestado que era simplemente lindo conservar algunas cosas a la antigua. Hizo unos rápidos cálculos, restándole un diez por ciento, y se los anunció a Emiliano. Este había sacado el celular y tecleaba unas cosas rápidas en él antes de regresarlo a su bolsillo.

-Buenísimo, justo lo que tengo –Se irguió-. Sos un amor, Rodri.

-No seas lamebotas, Mili, ya te he dicho que sí al descuento –Le sonrió para que supiera que el comentario era de buena onda. Le pasó por encima del mostrador la bolsa con las salchichas-. ¿Necesitas algo más?

-No, con eso ya sería todo. Che, ¿quieres salir conmigo y unos amigos a la noche? Como mis viejos van a estar ocupados en lo suyo, pensaba que podríamos ir al cine y luego a comer algo por ahí. ¿Qué te parece?

No era la primera que lo invitaba espontáneamente a algo así. En los cuatro años que habían pasado desde que Rodrigo se sorprendiera de realmente verlo tras el asalto fallido al más joven, este había dado lo mejor de sí para incluirlo en su vida tanto como buscar incluirse en la de él. Lo bueno de él era que Rodrigo no se sentía presionado a decir siempre que sí, pues Emiliano sabía encajar un rechazo, y tampoco tenía la impresión de que el chico tuviera altos estándares que esperaba llenar con él. Si no quería salir con otras personas, estaba todo bien. Si no estaba disponible una noche, no importaba, existían un montón más en las que podrían estar.

La falta de presiones y la naturalidad con la que Emiliano le dejaba ser habían vuelto la suya una de las relaciones más extrañamente estables que había tenido hasta el momento. Sólo eran amigos, desde luego. Jamás lo había tocado más de la cuenta, ni siquiera había permito que lo abrazara y no tenía ningún plan futuro de cambiar ese simple hecho. No tenía idea de qué hubiera podido desatar en ese caso y tampoco deseaba averiguarlo. A Rodrigo le causaba un gran desasosiego el saber que alguien normal y feliz de serlo todavía existía a sus alrededor. Quería mantenerlo de ese modo.

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