Capítulo 3

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Al regresar del trabajo el lunes, Rodrigo se extrañó de encontrar la mochila de Isaac tirada en el sillón. Todavía era temprano para que hubiera salido de la escuela.

-¿Isa? –dijo, acercándose a la puerta de su pieza. Tocó en la superficie con los nudillos-. ¿Isa, estás ahí?

-Sí –respondió el chico desde el interior.

-¿Has faltado al colegio de nuevo?

Esperaba que le dijera que habían salido temprano o que no se había sentido para nada bien. Se había repetido la escena tantas veces que en serio empezaba a preocuparse. Mientras más tiempo ese chico permaneciera en el colegio más tiempo iba a pasar hasta que pudiera decirle que estudiaba o trabaja. Personalmente prefería la segunda opción, pues con ella podía aspirar a que se acercara el día en que el chico pudiera sostenerse por sí mismo y mudarse de casa.

-Sí.

Rodrigo escuchó pero ni una palabra fue pronunciada para aclarar al respecto.

-¿No te sentías bien o algo así?

-No.

Rodrigo suspiró, frotándose las sienes.

-Isa, no puedes seguir haciendo esto. No me importa si tienes las mejores notas o no, pero al menos deberías poder ir al colegio. Vas a acabar repitiendo el año sólo por eso.

No era tampoco como si nunca le hubiera preguntado al chico la razón de las faltas. Ni bien se dio cuenta de que se volvían una insidiosa costumbre, había querido que el chico le hablara sobre ello sin que llegaran a ningún lado. El chico sencillamente decía que no había tenido ganas, encogimiento indolente de hombros y mirada evasiva incluido. Desde luego que no se lo creía, pero sabía que tampoco saldría con un buen resultado presionando al chico. Desde el principio de su convivencia había notado la tendencia de Isaac para el ostracismo y el silencio. Suponía que era uno de esos casos de ser de una manera en casa y otra en el exterior, porque el chico sí salía con amigos, recibía visitas y llamadas de vez en cuando, lo cual al menos le quitaba ese peso de encima. Lo único que quería era que se apresurara en tener su propia vida.

Luego de haber hablado, no recibió ninguna respuesta. Era un caso perdido.

-Mañana no faltes –advirtió y se volvió hacia el pasillo.

Fideos. Hoy tocarían fideos para el almuerzo. No tenía ganas de hacer nada más complicado. Además, que recordara, tampoco era que quedaran muchas opciones en las alacenas. Deberían salir al supermercado para hacer las compras para el mes. Ya había sacado el paquete de pasta cuando percibió que Isaac se acercaba por su espalda. No reaccionó hasta que este estaba lo bastante cerca para que fuera comprensible que lo hubiera notado. Sacó una tijera del madero para los cuchillos para romper un hueco considerable. Luego procedió a llenar una olla con agua. La hornalla encendida con un fósforo.

-¿Por qué te importa? –dijo Isaac.

Rodrigo miró sobre su hombro. El más joven estaba apoyado contra el hueco de la entrada.

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