14. Olor a suavizante, perfume, coco y no sé qué más.

31 10 0
                                    

Hace ocho meses que le hice la promesa. Ocho meses que llevo sin saber de él. Ocho meses desde la noche en que me prometí a mi misma dejar de hacer lo que no me gustaba y empezar a vivir la vida de otro modo. Esa noche lloré. Lloré por lo que yo era y ya no quería ser. Y me dije que sería la última vez. Que cambiaría y que me comería el mundo. Y hoy, justamente el día quince de marzo, hace seis meses que me dedico a lo que siempre he querido y solo porque cambié mi manera de ver.

El lunes después de volver de vacaciones, mientras trabajaba, me acordé de algo que me dijo mi abuela el día anterior cuando yo estaba ocupada quejándome y gimoteando sobre cuánto odiaba mi trabajo: "Si quieres algo, agárralo por los cuernos y lucha por ello. Si no te arriesgas, cierto, no te harás ningún rasguño, pero no creas que alguien se arriesgará por tí", me indicó pero yo, en ese momento, no le hice mucho caso porqué estaba lamentandome de mi mala suerte pero, de algún modo, se me quedó grabada a fuego dentro de mi cabeza. Entonces, veinticuatro horas después, me dí cuenta de que, si no quería seguir aquí, tenía que hacer algo YA, así que, en cuanto acabé mi jornada laboral, fuí a casa directamente para hablar con Irune. Ella me ayudó dando mi currículum a recursos humanos de su editorial. Al poco me llamaron e hice la entrevista. Estaba tan nerviosa que, cuando salí, iba con la idea de que no me iban a coger porque, en mi opinión, me fue de pena. Pero, para mi sorpresa, a las dos semanas me llamaron, el puesto era mío. Y así fue como dejé mi trabajo para irme al que siempre había soñado.

A Hugo no le hizo ni pizca de gracia cuando se lo dije y me pidió explicaciones pero yo no se las dí. No tenía porqué hacerlo. A él ni le iba ni le venía lo que yo hiciera, así de sencillo. El último día, antes de irme, también me dijo que los sueños no me darían de comer, a lo que le respondí qué, de ser así, prefería no comer. Y así fue como corté toda relación con Hugo.

Me dolió, por supuesto, no soy de piedra. Pero creo que lo que me dolió no fue el hecho de cortar toda relación con él de manera tan drástica, sinó el hecho de darme cuenta de cómo una persona que te importa mucho puede, en décimas de segundos, dejar de existir en tu vida y convertirse en un desconocido como el resto. Es, como poco, triste y asusta. Asusta la capacidad que tiene el ser humano de olvidar tan rápido y que lo veas con tanta normalidad. Pero yo hice de tripas corazón y seguí hacia delante con la cabeza bien alta haciendo oídos sordos, por mí, porque me lo merecía.

Así que aquí he acabado, de ilustradora en una editorial con Irune. Ahora voy mucho más contenta al trabajo porque, joder, me gusta cantidad. Mi abuela y mis amigas también me lo han dicho, se nota que estoy más contenta. Dan dice que parece que, de un momento a otro, vaya a vomitar arcoíris y llorar purpurina.

—¡Gis! —grita bajito Irune, sacándome de mi ensoñación.

—Dime.

—¿Has acabado el proyecto?

Lo miro, no. No está acabado y me queda un poco bastante para hacerlo.

—Casi—miento como una bellaca—. ¿Por?

—Tienes que encargarte tú del próximo proyecto.

—¿Cuál?

—Tienes que hacer la portada de un libro nuevo. Me ha dicho Miriam, la editora, que es súper chulo y que, cuando salga, se convertirá en súper ventas en cero coma.

—¿Quién es el escritor?

—No lo sé, no lo he visto y no se como se llama pero dicen que es muuuuy guapo.

—¿Si? —pregunto deseosa de información.

—Si, si.

—¿De que va el libro?¿Y porque lo tengo que hacer yo?

—No se, pero creo que es de terror y lo tienes que hacer tú porque la jefa ha pedido expresamente que lo hicieras tú.

—Ah, vale. ¿Y... tengo que reunirme con el autor o algo?

Sep. Pero ahora vamos a comer —sentencia, recoge su mesa, se levanta, coge su bolso y tira de mí hacia el ascensor para ir a comer al restaurante de la esquina.

Entre risas, atragantos, fuentes de agua por parte de Irune y anécdotas, comemos. Cuando acabamos, el camarero se acerca a nuestra mesa y nos cobra. Luego salimos y vamos hacia la editorial mientras nos paramos en algunos escaparates de tiendas para observar algo que nos llama la atención pero en ninguna ocasión entramos ya que, si lo hacemos, nos quedamos secas de dinero.

Al llegar al edificio acristalado en el que trabajamos, atravesamos las puertas y entramos. Mientras esperamos a que el ascensor venga, noto unos ojos puestos en mi cogote, así que me giro. No veo a nadie mirándome. Observo a un chico de espaldas a mí, apoyado en la pared, que, de repente, me recuerda muchísimo a él. A Leo. Tiene el pelo negro desordenado, la espalda ancha, un culito de cazador-recolector enfundado en unos tejanos negros roídos, y en los pies, unas Converse zarrapastrosas. Podría ser perfectamente él pero es imposible, ¿o no? Es decir, él es de Ibiza, ¿que haría en Madrid y, concretamente en esta editorial? Es completamente imposible. Yo no tengo, ni de coña, esa suerte.

Un montón de preguntas se acumulan en mi cabeza y la sensación de añoranza se hace presente en mi pecho.¿Habrá conseguido lo que me prometió?¿Estará bien?¿Se acordará aún de mi? Sacudo la cabeza para borrar esas preguntas de mi mente justo en el momento en que las puertas del ascensor se abren y entro a la vez que lo hace Irune.

Soy idiota. A pesar de que le echo de menos y de que me gustaría saber de él, no tengo cojones a enviarle un mensaje y preguntarle. Me da vergüenza. Mucha de hecho, así que prefiero quedarme con las ganas.

—Tonta —me reprendo mentalmente yo misma—. ¿Cómo puedes ser tan tonta como para no enviarle un mensaje y quedarte con las ganas?

Una vez estamos en nuestra planta, las puertas vuelven a abrirse y yo me dirijo a mi mesa para enterrarme en el trabajo hasta la hora de irme a casa.

Cuatro horas después, a las seis y media de la tarde, me pita el reloj. Se ha acabado mi jornada laboral. Así que recojo todo, cojo mi bolso, aviso a Irune que me voy y me dirijo esta vez hacia las escaleras. Las bajo a toda prisa, corriendo, como si me fuera la vida en ello. En un momento dado, doy un traspié y cierro los ojos para no ver la caída de mi vida que me hará perder los dientes. Espero el golpe contra el suelo pero este no llega nunca y entonces me percato de que unos brazos alrededor de mi cintura están evitando que me coma el suelo. Un olor a suavizante, perfume, coco y no sé qué más, me envuelve y entonces reacciono. No puede ser. Me incorporo, me sujeto a la barandilla y me giro mientras descubro al dueño de los brazos que hace unos segundos han evitado que chupara el suelo. Conecto mis ojos con los suyos tan negros en los que, si te fijas bien, puedes ver estrellas.

No me lo creo. No puede ser verdad. Estoy flipando. Me han echado algo en la comida hoy, estoy segura. No puede ser que Leo esté delante de mí.

—Esta es la segunda vez que evito que te comas el suelo —murmura, me dedica esa sonrisa de bajabragas tan suya y yo siento como todo alrededor nuestro desaparece.

No se que decir. Bueno sí, pero no puedo hablar, sencillamente, no puedo, así que solo rodeo su cintura con mis brazos y le abrazo haciendo que se estremezca, enterrando mi cara en su pecho, mientras él me imita, abrazándome también.
Me conforta notar su respiración contra mi mejilla y me calma escuchar el latir rítmico y sereno de su corazón. Y de repente siento como una sensación me recorre entera hasta instalarse en mi pecho, a la vez que aparecen las mariposas revoloteando en el centro de mi vientre.

Joder, Leo, lo que te he echado de menos...

Todo empezó en IbizaWhere stories live. Discover now