13. Prometer no hacer promesas y aun así, hacerlas.

34 9 6
                                    

En estos seis días me he enamorado de esta isla. Volveré, lo sé, porqué me lo he pasado como nunca en mi vida antes. En una hora tengo que coger el vuelo a Madrid así que estamos en el aeropuerto esperando a mis amigas. Yo, como he pasado la noche en casa de Leo, me ha traído él en su coche.

Para matar el tiempo mientras esperamos, hemos estado hablando de cosas triviales, contando chistes malos y haciéndonos fotos haciendo el gilipollas con los filtros de Snapchat. Ahora estamos cogidos de las manos, uno frente al otro, callados, con la presencia de las bolsas de viaje llenas y cerradas a nuestros pies. No siento mariposas en el estómago sinó elefantes saltando. Hemos pasado unos días increíbles. Dormíamos juntos en el sentido más inocente de la palabra, sin besarnos ni tocarnos, solo abrazados sintiendo el calor del cuerpo del otro. Luego Leo se iba a trabajar y yo, con mis amigas, a ver Ibiza. Por las tardes o a veces por las noches, él y yo nos reuníamos, a la misma hora y en el mismo sitio, y entonces me llevaba a algún sitio especial que conociera.

Nos observamos intentando memorizar cada facción, lunar o poro de la cara del otro para que así nuestro recuerdo nos dure algunos días porque los dos sabemos que no es un hasta mañana y esa certeza sobrevuela por encima nuestro esperando alimentarse de los restos de ilusión que quedan. Me sonríe y me promete no hacer promesas. Me encantaría estamparle un beso en los labios pero no lo hago. Me contengo. No sé cómo reaccionaría, supongo que se alejaría porque hemos dormido juntos al menos tres noches y no nos hemos tocado ni besado. A raíz de esos pensamientos, me vienen más del mismo estilo y, poco a poco, me voy adentrando en un maremágnum de ideas negativas.

Entonces tomando él las riendas, sin esperármelo yo, me besa. Ahí va nuestro primer beso. Me besa como en los cuentos adolescentes que nos contábamos antes de dormir cuando el amor de tu vida se despedía, para volver después y quedarse con nosotras para siempre, claro. Qué ironía. Prometer no hacer promesas y aun así, hacerlas. Los dos nos quedamos absorbidos en ese beso porque, joder, es super intenso. Lo es tanto que todo ha desaparecido y solo estamos nosotros. Mi corazón late a una velocidad de vértigo dentro de mi pecho, como si quisiera salir de allí y el suyo también, porque lo noto.

Empiezo a escuchar aplausos y silbidos detrás nuestro y entonces reacciono poniéndome roja separándome de él. Giro mi cabeza y veo que las que están montando el numerito son mis amigas. Me giro otra vez pero, esta vez, para mirarle a él. Le descubro mirándome con una sonrisa y yo se la devuelvo.

—Lo siento, están locas —digo haciendo referencia a mis amigas mientras no dejo de sonreír.

—No te disculpes —murmura, de repente, tímido.

—Yo... tengo que irme.

—Lo sé, pero antes me tienes que prometer una cosa.

—Acordamos ayer por la noche que nada de hacer promesas —le recuerdo.

—También lo sé, pero esta si que tienes que prometérmela.

—Solo con una condición.

—¿Cuál? —inquiere mientras se mordisquea el labio nervioso.

—Tu también tienes que prometerme una cosa a mi.

—Está bien pero empiezo yo.

—Vale. Dispara.

—Prométeme que dejarás el trabajo que tienes y buscarás el que tú realmente quieres —dice y yo asiento ilusionada porque alguien que me conoce de pocos días sepa lo que me hace feliz y lo que no.

—Ahora prométeme tú a mi que, cuando acabes de escribir tu libro, lo enviarás a una editorial para que te lo publiquen.

—Prometido. —Sonríe.

Todo empezó en IbizaWhere stories live. Discover now