Capítulo 3

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¿Qué tan vulnerable podía convertirme ante un hombre? ¿Qué tan adictivo se podía convertir un hombre para mí?

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¿Qué tan vulnerable podía convertirme ante un hombre? ¿Qué tan adictivo se podía convertir un hombre para mí?

Esas preguntas invadían mi cabeza mientras manejaba camino a casa. Bajé la ventanilla de mi lado y dejé que las pequeñas gotas de agua que caían del cielo rápidamente rozaran mi rostro, mientras que mis pensamientos seguían aferrados a los recuerdos inexistentes de ese tal Ryan.

Sentí una corriente de electricidad que me recorrió desde la punta de los pies hasta el último cabello de mi roja cabellera, al imaginar cómo sus manos viajaban suavemente por todo mi cuerpo haciendo unas pequeñas pausas para besar y saborear cada lugar a su gusto.

Coloqué la mano izquierda sobre el marco de la ventanilla y enredé mi cabello entre los dedos.

No había tenido a ese hombre para mí; aún, y ya sentía como moría de placer sin siquiera haberlo probado.

Me iba a enloquecer.

Me mordí el labio.

El celular sonó y me sacó de golpe de mis pensamientos tan fuera de lugar. Lo conecté al auto y contesté.

—¿Cómo te fue? —la voz de mi padre al otro lado era cortante, pero con bastante curiosidad.

—Esperaba más —me mordí la lengua—. Son más complicados de lo que pensé.

—Pero tenías todo listo, ¿no?

Coloqué los ojos en blanco.

—Claro, papá, como siempre.

—Pero, ¿entonces en qué quedaron? —comenzaba a perder la paciencia.

—En qué lo pensarán.

—¿Lo pensarán? —estalló—. ¿Lo pensarán, Loren?

—Sí —solté, secamente.

Hice un giro y volví a la autopista. No me gustaba llegar a casa cuando tenía a mi padre al teléfono porque siempre arruinaba mi noche, así que seguí conduciendo.

La lluvia se había detenido.

—¿Sabes todo el dinero que podemos perder si se niegan?

—Claro que lo sé —chasqueé la lengua—. Yo fui quién diseñó el contrato.

—¿Entonces qué mierda estás esperando para hacer algo más?

—Padre, padre, padre... —miré por el espejo retrovisor y vi un auto negro con las luces apagadas; siguiéndome. Maldije por lo bajo—. ¿Quién es la dueña de la empresa?

—Tú.

—Exacto. Yo me hago cargo de todo lo que suceda.

—Eso no te da el derec...

—Adiós, papá.

Colgué.

Aceleré e hice giros en varias calles sin saber a dónde me llevaban, pero tratando de huir.

No seguiré tus reglas +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora