CAPITULO XIII

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Dejó que su mirada se perdiera entre el cielo estrellado y suspiró lentamente, tratando de calmar sus ansias.

A su alrededor, todos seguían enfocados en sus quehaceres, bajo su propio ritmo, terminando los últimos preparativos del campamento que habían levantado a la entrada del castillo en espera del regreso del Laird y los demás guerreros.

Desde la partida de Gustaf, Daviana permaneció alerta, con su corazón apretado y una extraña sensación recorriéndole el cuerpo, debido al temor que sentía de solo pensar que algo pudiese ocurrirle en aquella batalla.

Aquel hombre, después de todas las molestias que se había tomado con ella, había terminado por ganarse su confianza y aprecio. Por ello, estaba segura de que la aflicción le destrozaría si este regresase mal herido o peor...

Sin embargo, sobre todo esto, había algo más que no paraba de alimentar su nerviosismo... y eran aquellas palabras que este le dirigió cuando le informó de su partida.

Cuando regrese de la batalla, deseo volver a conversar contigo. Había dicho, agregando al terminar la importancia de aquella conversación, dejándola pensativa, imaginando mil y un posibilidades sobre que podría ser aquello que él deseaba comunicarle.

En su ausencia, había tratado de tranquilizar su mente de distintas maneras, principalmente atajándose de quehaceres, ayudando a todo aquel que lo necesitase y poniéndose en plena disposición de la señorita Rhoda, quien llevaba las riendas de los preparativos para el retorno de los guerreros.

A pesar de ello, no podía evitar perderse entre sus pensamientos en medio de sus tareas o quedarse de pie, mientras todos a su alrededor seguían su curso, observando la nada, el cielo o las estrellas, como en aquel preciso instante.

Una cálida mano se posó en su hombro, devolviéndola a la realidad, de inmediato siendo consciente del ruidoso caos que le rodeaba, de la fría brisa de la noche que rozaba y sonrojaba sus mejillas...

Al voltear, encontró el rostro preocupado de su amiga devolviéndole la mirada.

— ¿Estás bien? —preguntó Martina.

Daviana asintió.

—Sí, lo siento —respondió, tratando de que su sonrisa llegase hasta sus ojos.

La morena torció el gesto, sin creer sus palabras.

—No creo que lo estés —admitió—. Te he visto ya varias veces haciendo lo mismo —siguió—. Es como si estuvieses aquí, pero al mismo tiempo no...

Daviana rio un poco, intentando calmarle.

—No te preocupes —dijo—, en verdad lo estoy —enfatizó—. ¿Me necesitan para algo más? —preguntó y con ello su amiga olvidó el tema, enfrascándose en detallarle las pocas cosas que faltaban para al fin terminar aquello.

Mientras esto ocurría, un poco alejados de allí, la comitiva continuaba el camino de regreso a su hogar, luego de la extenuante batalla en que participaron.

Era un hecho innegable que la victoria había sido aplastante, pues los esfuerzos de los guerreros, la estrategia de los mismos y su coordinación fueron admirables. Sin embargo, Gustaf no se sentía conforme con el resultado de la misma.

Al menos ocho de sus hombres habían sido heridos de gravedad, mientras que cuatro perdieron la vida en la misma y, para completar su disconformidad, solamente había podido conectar un misero golpe sobre el maldito cobarde de Acair.

El hombre había caído de inmediato bajo la oscura inconciencia, desplomándose en el suelo, impidiendo que Gustaf llegase a expresar todo aquello que desde un principio estuvo queriendo decirle.

La Perdición del Highlander (Secretos en las Highlands 2)Where stories live. Discover now