Capítulo 28

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¿Alguna vez mencioné que el amor es una mierda? Bien, pues si lo dije, me retracto. Nosotros somos los que hacemos del amor una mierda. O sea que la frase correcta sería: "las personas son una mierda".

Mis piernas definitivamente ya no quieren caminar, el sol ha secado todas mis lágrimas. Ni siquiera sé porque estoy volviendo al pueblo, tal vez porque es un lugar "seguro" para mi. Me refiero a que es mejor dormir allí que en una carretera.

No tengo ni idea de cuanto tiempo estoy caminando. Pero el sol está en todo su auge. Meto mi mano en una de las fundas del supermercado y tomo una botella grande de agua, la abro y la bebo como si mi vida dependiera de ello -aunque creo que realmente lo hace-, algunas gotas caen en mi pecho.

Mi celular se quedó sin batería, lo cual es estúpido porque no lo he utilizado. Por otro lado agradezco que este maldito aparato haya muerto por un instante. Trevor no dejaba de llamar.

Decido que es un buen momento para descansar, encuentro una roca lo suficientemente grande para, incluso, recostrame. Agradecida con los dioses de las rocas-para-recostrase, corro hasta esta, me siento y... lloro. Lloro mi pérdida. Lloro por ser yo. Lloro porque estoy frustrada. Lloro porque "las personas son una mierda". Lloro porque Trevor es una mierda. Lloro porque simplemente no puedo dejar de llorar.

Dejo a un lado la botella de agua y tomo las dos últimas Heineken que me quedan. Me sorprende que mi vejiga no exija un baño.

Abro una lata y la bebo de una sola. Cuando termino me limpio con el dorso de mi mano algunas gotas. Abro la última lata y la término incluso más rápido que la anterior.

No sé si es por mi arranque de ira, frustración o por mi patética depresión, pongo las dos latas y algunas botellas de agua, una al lado de otra encima de la roca-para-recostarse, saco la Magnum y sin importarme en apuntar bien, disparo, disparo a cualquier punto. Lloro, gruño y al final, estoy de rodillas, llorando, con una arma entre mis manos.

Alzo mi cabeza y creo que las latas y botellas se burlan de mi. No le atiné a ninguna. Todas están jodidamente paradas en el lugar que las dejé. Me levanto furiosa y tiro mi arma en dirección a las putas latas y un poco de satisfacción me recorre al ver caer a tres botellas.

Me siento en la roca-para-recostrase.

Me pregunto si realmente soy la peor mierda que pudo existir en este mundo.

Mi cuerpo sabe que fue autodefensa. Mi corazón estaba rompiéndose de a poco. Pero ahora parece que ni siquiera tengo corazón.

Soy un zombie.

Un zombie patético.

Lloro porque lo dejé. ¿O sea que yo soy la culpable de mi pena? Definitivamente no. Son las mentiras las culpables de mi pena. Ya ni siquiera sé en que o quien creer.

Sorbiendome los mocos y sacándome las lágrimas de mis ojos con mis dedos, doy media vuelta para recoger el pequeño desastre que hice.

-No es bueno desperdiciar tantas balas -la voz de Lenin hace que de media vuelta y maldiga por lo bajo.

-No estoy de humor como para aguantarte. Te recomiendo que sigas tu puto camino, si sabes valorar tus pelotas -hasta yo me sorprendo de mi vocabulario.

-Bien, el simple hecho de que estés cabreada no significa que yo tenga que aguantarte -Lenin me mira desafiante.

-Si no quieres aguantarme entonces largate, nadie te dijo que te me acerques -sé que me estoy desquitando con él, pero no me importa lo más mínimo.

-Voy a fingir que no escuché eso.

-¿Qué rayos quieres? -digo dándome por vencida.

-Ayudarte.

HAZME PECARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora