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La vida no es sino una continua sucesión

de oportunidades para sobrevivir.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Julia Tucker

Octubre de 2017

Centro Cardiovascular Montefiore- Einstein, Nueva York


Cuando conocí a Jack lo primero que pensé fue que no me convenía, primeramente porque no era el tipo de hombre que a priori me habría llamado la atención. Sin embargo, en ocasiones, las primeras impresiones no son válidas y, para mi satisfacción personal, resultó ser sumamente interesante.

Romperé una lanza a su favor y os diré de que Jack Tucker era agradable, seguro de sí mismo. Y, sobre todo, diferente. Muy distinto a mis anteriores parejas. Digamos que era lo más parecido a un gentleman. Un caballero de los pies a la cabeza, de esos que están en vías de extinción. De los que primero te abren la puerta y después te ceden el paso. De modales distinguidos y exquisita educación. Un hombre gentil y considerado; siempre atento a mis pasos.

De modo que sucedió.

No estoy segura de cómo ni cuándo sucedió exactamente, pero sucedió. Sin pretenderlo. Me embaucó y yo permití que pasara.

A diferencia de lo que muchos puedan imaginar, me fui enamorando de él poco a poco y de forma gradual. Como el buen café, ese que se hace a fuego lento.

Es más, hoy por hoy sigo enamorada de Jack hasta el tuétano. El caso es que nada tuvo que ver que tuviera la barbilla hendida y unos monísimos hoyuelos en ambas mejillas, además de poseer la mirada más dulce que había visto nunca, lo juro. Esa misma mirada que acostumbra a invadir todos y cada uno de los recónditos lugares de mi ser.

Desde siempre había tenido la convicción de que Jack Tucker y yo estábamos destinados a estar juntos, que viviríamos una larga y placentera vida en común y que envejeceríamos uno al lado del otro.

Ya me entendéis, lo típico: esa enternecedora escena en las películas de dos abuelos, de la mecedora y de la manta.

Pero resultó que la realidad iba a ser muy distinta.

Es curioso cómo cambia todo: una noche estás brindando por un acontecimiento importante en tu vida y, un instante después, el maravilloso mundo que habías trazado en tu cabeza se esfuma con un simple chasquido de dedos.

Irónico, ¿verdad?

—Siento comunicarle que las noticias no son demasiado alentadoras.

El doctor Anderson dejó la cuestión en el aire mientras yo me removía incómoda y la silla de la consulta crujía.

Sentí cómo se formaba un doloroso y angustioso nudo en mi garganta al querer contener el irrefrenable deseo de llorar. Todo había sucedido demasiado rápido. A pesar de saber que la única manera de seguir adelante era mostrándome serena aunque estuviera destrozada por dentro y diciéndome a mí misma que no estaba ocurriendo. No él. No a Jack. No a nosotros.

Me convencí de que esa era la única forma en que iba a ser capaz de afrontar todo lo que se nos venía encima, de sobrellevar de algún modo el sufrimiento que me iban a provocar las palabras del facultativo.

Era mi particular truco de magia, mi mecanismo de defensa. Además, odiaba parecer una reina del melodrama.

Así que me mantuve en silencio, como si la cosa no fuera conmigo, de la misma forma que el año anterior, cuando me comunicaron que mi padre había fallecido tras una larga y dolorosa enfermedad.

Tomé aire despacio y permanecí a la espera.

—Anoche su marido sufrió un infarto agudo de miocardio.

Vi cómo el doctor me estudiaba el rostro a conciencia.

—Pero... Jack es una persona joven... —Me tembló la voz. Esa no era la frase que a priori estaba preparada a oír—. No bebe, no fuma, practica mucho deporte...

—Cierto, señora Tucker. Y ese es precisamente el motivo de mi preocupación.

En aquel momento mi corazón se saltó un latido, pues tuve miedo de seguir manteniendo esa conversación.

—Lo siento, pero... no le comprendo.

Lo miré con los ojos vidriosos; su imagen empezó a desfigurarse ante mí.

—Trataré de explicárselo en pocas palabras sin entrar demasiado en los detalles, para eso habrá otra ocasión. —Levantó la vista del informe médico y apoyó ambos codos sobre la mesa escritorio—. A pesar de que el estilo de vida de su marido es saludable y no existen factores de riesgo, padece una cardiopatía isquémica.

Las lágrimas empezaron a agolparse en la comisura de mis ojos, a riesgo de que se desprendiera una de ellas.

—Esto ocurre cuando las arterias que suministran la sangre al corazón se bloquean, lo que ocasiona una reducción en el flujo sanguíneo al músculo cardíaco. Es decir, una oclusión súbita por trombosis de la arteria.

Algo me decía que el problema no se limitaba sólo a eso. Y por desgracia no me equivoqué, porque treinta segundos después el doctor Anderson por fin se sinceró:

—Jack precisa de un trasplante de corazón lo antes posible.

«¿Un trasplante? ¡Oh, Dios mío!».

Incluso entonces me fue imposible contener las lágrimas, simplemente me limité a dejarlas salir.

—Hasta el momento del trasplante le colocaremos un dispositivo de asistencia ventricular denominado VAD. Se trata de una bomba en miniatura que se implanta en su pecho para ayudar al corazón a bombear sangre hacia su cuerpo.

El tono de sus palabras denotaba compasión, como si me estuviera dando el pésame cuando el cuerpo de Jack aún estaba caliente: vivito y coleando.

Más tarde me explicaría con calma y con todo lujo de detalles los siguientes pasos.

Pero yo no necesitaba más información, lo único que anhelaba era reunirme cuanto antes con Jack; coger su mano y no separarme de su lado en mucho tiempo.

Entré en la habitación doscientos tres y observé al hombre que amaba sin dejar de imaginar cómo sería retomar mi vida sin su compañía, sin nuestra vida en común, sin nuestras largas conversaciones, sin nuestras miradas cómplices, sin nuestros momentos íntimos, sin él.

Y no me hacía a la idea.

No quería hacerme a la idea y me negaba a ese despropósito.

Por más que me lo propuse, no conseguí imaginar un mundo carente de Jack. Es más, me negaba encarecidamente a imaginar cómo sería un solo día sin él.

VALENTINE (GANADORA THE WATTYS 2022)Where stories live. Discover now