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Aprende de los errores de otros.

Nunca vivirás lo suficiente para cometer todos tú mismo.

GROUCHO MARX



Bobby Taylor

Octubre de 2017

Bedford-Stuyvesant, Brooklyn


Quisiera que quedase una cosa bien clara: yo no robé el dinero a mi mujer, sólo lo tomé prestado. Digamos que era por el bien de todos; para contribuir a la puñetera economía familiar. Lo cual decía mucho acerca de mi persona...

¡Joder! ¡Era una buena acción por mi parte!

Y lo decía en serio, porque si apostaba y ganaba una pasta gansa, nuestra unidad familiar se encaminaría a un futuro mejor.

¡Y no en la puta mierda que andábamos metidos!

En honor a la verdad, no estaba de humor para dar explicaciones. Y lo que era más, no tenía por qué darlas. Su dinero era también mi dinero, ¿no? En lo bueno y en lo malo, así lo manifestó el clérigo en el día de nuestros votos de boda.

Y no nos engañemos. No lancemos balones fuera, pues Valentine a menudo era demasiado dada al catastrofismo. Siempre se ponía en el peor de los casos. Y nunca, jamás, veía el lado bueno de las cosas.

Simplemente, no se le metía en la cabeza que cuando una puerta se cerraba, justo después, había en cualquier otra parte una ventana abierta. No bloqueada...

Yo era más del rollo: ¡Al mal tiempo buena cara! O ¡no hay mal que apuesta no cure!

En cuanto hube solventado el dichoso incidente de las propinas y con matrícula de honor (dicho sea de paso), esperé a que Valentine se marchara para vestir a Matt, darle el desayuno y después dejarlo colocadito en la casa de nuestros vecinos. Aquellos individuos que siempre estaban predispuestos a cuidar de mi miniyo, tanto de día como de noche y a la hora que fuese. ¡Vamos! Lo que vulgarmente se conoce como un chollazo en toda regla.

Salvo porque lo mejor de todo no era eso no. Nooooo. ¡Qué va! ¡Ni mucho menos! Lo mejor de todo era que jamás hacían preguntas tediosas del tipo: «¿Adónde vas? ¿Cuándo volverás?». Y la verdad, la manera de proceder de la pareja a mí me dotaba de cierta... libertad para hacer y deshacer a mi antojo. Y además, sin rendir cuentas a nadie. Ni siquiera a mi mujer.

Sin perder más tiempo entré en mi furgoneta. La pobrecilla estaba casi para el desguace y con las ruedas casi pisando el otro barrio y, aunque me habría gustado darle una última patada en el guardabarros, me vi obligado a hacer malabares para que sobreviviera unos cuántos miles de kilómetros más.

Pronto llegaría a Gramercy Park, donde estacioné mi reliquia en un aparcamiento junto a El Maialino, un restaurante italiano que solía frecuentar cuando me dejaba caer por allí para visitar a mi colega Mike Curtis, el chef y el jefe de cocina de ese lugar.

Entré.

Era temprano y el local estaba completamente en silencio y vacío y lo más parecido a un jodido funeral. Por extraño que resultara, a esas horas no había un alma en el interior, salvo un tipejo que daba sorbos a un expreso con hielo mientras hojeaba una revista de actualidad. ¿Cuál? Ni pajolera idea...

Me senté en la barra e hice lo primero que se me antojó, que fue preguntar al camarero de turno (a los cuales cambiaban cada dos por tres) por mi colega Mike.

VALENTINE (GANADORA THE WATTYS 2022)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant