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Para de pensar y termina tus problemas.

LAO TZU


Bobby Taylor

Noviembre de 2017

High Bridge, South Bronx


Tras saldar todas las deudas que tenía pendientes con los corredores de juego, Elliot Hughes, alias el Irlandés, y uno de los cabecillas de la banda me ofrecieron trabajo y, de paso, formar parte de su personal de confianza.

Mi misión era bastante básica. Únicamente se trataba de acompañar (o más bien de escoltar), a un tal Travis Duncan a distintas partes de la ciudad. Por otro lado, la labor de ese tipo era la de hacer entregas de paquetes con contenido confidencial a personajes cuya identidad jamás nos era revelada.

Top secret!

En resumidas cuentas, un puto trabajo nada complicado y por el que me pagaban una pasta gansa justo en el momento de finalizar la entrega. In situ. Al momento. Guita en mano y calentita.

Parece del todo surrealista, ¿verdad?

Eso mismo fue lo que yo pensé al principio. Y me lo tomé a broma, pero nada más lejos de la realidad, pues al final resultó ser una propuesta plenamente formal y seria.

Según las palabras textuales de Elliot, habían visto algo en mí que les interesó, y mucho.

La ocasión me la servían en bandeja de plata. Además, un servidor ya estaba hasta las narices de no encontrar curro, de estar sin blanca y con la moral por los suelos.

Así que acepté. Por supuestísimo que acepté. No estaba en situación de rechazar una oportunidad semejante.

Sobre las diez de la noche me hallaba junto a mi nuevo colega Travis, alias el Pijo Ruso. Lo apodaban así por su apariencia de niño bien. Rubio, ojos claros, rasgos algo afeminados, imberbe, alto pero bastante desgarbado... Vamos, lo que viene siendo un galán de telenovela baratucha. Aunque, para ser justos, debería añadir en su defensa que el tipo era bastante majo.

Yo, por el contrario, rompía con esos cánones de estética, pues era todo lo opuesto a él. Moreno, pelo ondulado con greñas, barba bastante generosa. Rasgos fuertes y bien marcados; ojos oscuros, penetrantes y en ocasiones incluso desafiantes, y mi cuerpo era grande y repleto de tatuajes talegueros, de los que hacen sospechar de mi paso por el talego, aunque sólo lo haya pisado en sueños.

Y, en honor a la verdad, lo prefería. Prefería mil veces parecer un macarra hijo de puta a un niño bueno. Porque, para garbear por esos lares de gentuza y maleantes, más valía parecer chungo y, si me apuráis, también serlo.

Pues bien, tras las aclaraciones pertinentes, allí nos hallábamos. En el epicentro, en la zona más degradada y peligrosa de Nueva York. Por antonomasia, High Bridge. Una barriada poblada principalmente por negros, hispanos y pandilleros. La mayor parte de aquella gente eran jóvenes. Adolescentes cuya esperanza de vida no superaba la veintena.

Mirases por donde mirases, sólo veías pobreza y más pobreza. Un lugar desolador donde los haya: edificios quemados, pues los propietarios les prendían fuego para echar a los inquilinos y así cobrar del seguro; numerosos callejones marcados con sus huellas personales: grafitis, contenedores de basura destrozados, zapatos suspendidos de los cables de la electricidad...

Todo un espectáculo visual y bastante aterrador, os lo juro.

-Se están retrasando, ¿no?

Eché un vistazo a mi Rolex Oyster professional GMT-Master II dorado. Chulísimo, con sus veintitrés diamantes, sus dieciocho zafiros y sus dieciocho rubíes de inserción bisel... ¡Y con sus setenta y seis diamantes engastados en la caja cd!

¡Una auténtica flipada por menos de doscientos pavos!

-Sí, tío. No creo que tarden...

Sonreí y luego extendí mi sonrisa de oreja a oreja cuando el colega se fijó en mi peluco de imitación.

-Regalo de mi Valentine.

-¿Tu chica?

-Mi mujer a efectos legales -dije, y añadí-: También tengo un renacuajo.

-Enhorabuena, o tal vez no. Quizá debería darte el pésame.-Se rio, pero no sonó a burla-. En este curro es mejor no tener lazos sentimentales. Ya me entiendes... Ni mujer, ni hijos, ni familiares. -Negó con la cabeza y miró en otra dirección-. Por si las moscas. Por lo que pueda pasar. A veces suceden... cosas.

Enarqué una ceja.

-¿Cosas? ¿Qué cosas?

-Cosas -repitió, y luego carraspeó, aclarándose la garganta-. Malentendidos.

Abrió la cremallera de la chaqueta en dirección descendente. Luego miró a su alrededor antes de mostrarme lo que tenía oculto bajo esta.

-Este es mi seguro.

Acarició el acero de un revolver que apareció entre su ropa.

Tragué saliva.

Hasta aquel momento jamás había visto un arma de fuego tan de cerca. Y justo en esa ocasión, casi pude percibir el olor a pólvora que aún perduraba en su recámara.

-Un Taurus 905, nueve milímetros.

-¡Joder, tío! Espero que sea tan falso como mi puto Rolex -me carcajeé con intranquilidad, queriendo quitar hierro al asunto.

Esta vez cerró la cremallera sin decir ni mu.

Era evidente que no se trataba de una imitación, pero tampoco esperaba explicaciones. Ya me había dejado muy claro que llegado el caso actuaría sin contemplaciones y que no le temblaría el pulso si tuviera que echar mano del arma.

Travis era un tipo sin escrúpulos y sin tabúes, que sabía muy bien por dónde se movía. No como yo, que no sabía dónde me había metido. O tal vez sí, pero me negaba a la evidencia.

La pasta mandaba y yo carecía de ella. Tenía que seguir. No me quedaba otra.

-Puedo conseguirte una igual a un buen precio.

-¡Joder...! Te lo agradezco, Travis. Pero no, colega... Yo paso de esas mierdas.

Torció el gesto y asintió.

-Vale. Ojalá no llegue el día en el que te arrepientas por no haber tenido una a mano. Ya me entiendes, como seguro de vida y eso. -Hizo un sonoro gargajo y escupió en el suelo, junto a las rendijas de una alcantarilla-. Como bien decía mi madre, que en paz descanse: «Prefiero que llore tu madre que la mía».

-No lo creo -lo interrumpí, esta vez en seco y con malas pulgas. Para zanjar el tema de una vez, pues su comportamiento estaba empezando a incomodarme. Travis se estaba tomando demasiadas confianzas para mi gusto.

«Por si acaso, por si acaso...» .

¡No necesitaba nada de eso!

Maldita sea. Sabía que no se trataba de un trabajo de oficinista, pero tampoco quería mancharme las manos de sangre. Ni de mi sangre ni de la de nadie.

Al poco, y para mi salud mental, tres desconocidos acudieron a la cita.

El intercambio fue rápido, directo al grano. Ausente de palabras.

Y yo permanecí en un segundo plano. Expectante. Analizando la situación desde mi posición. Con la boca cerrada herméticamente y rígido. Con los brazos doblados, aparentando ser un tipo duro.

Y, lo más importante: manteniéndome con la puta mente... fría.

VALENTINE (GANADORA THE WATTYS 2022)Where stories live. Discover now