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—Idiota —murmuré adormilado cuando sentí que algo me golpeó la cara.

El algo era un calcetín hecho bolita.

—Shh —me ordenó Bill, llevándose el dedo indice a los labios, tenía su celular pegado a la oreja—. ¡Hola! —se aclaró la garganta antes de volver a hablar—. Hola —dijo de forma mucho más tranquila.

Por un momento no entendí qué carajos pasaba, luego recordé que se había quedado a dormir en mi cuarto y todo tuvo un poco de sentido.

Me puse las gafas mientras él seguía hablando.

—Sí, recibí un regalo... Con mi mejor amigo, Emeth —me miró y me hizo una seña para que me sentara a su lado a la orilla de la cama—. Di hola.

—Hola, buenos días —saludé de forma educada, no sabía quién estaba al otro lado de la línea, y Dylan no era.

—Hola, Emeth, buenos días —escuché una voz femenina. ¿Su mamá?—. Bueno, hijo, tengo que dejarte —sí, su mamá.

Él quitó el altavoz y volvió a ponerse el teléfono en la oreja.

—Sí... ah, ¿cómo están?... Bien, me alegro... Okay, adiós, mamá... Sí, yo también... Bye.

Colgó y se quedó en silencio unos minutos, yo tampoco dije nada para no presionarlo.

Justo sonó mi celular. Era una videollamada de Dylan.

—Emeth, qué guapo, hola —saludó y yo le mostré mi dedo corazón—. Sé que te enloquezco, muñeco —me guiñó el ojo y me reí.

—Hola —respondí e hice que Bill se acercara a la pantalla.

—Hola, idiota —saludó y Dylan nos hizo una seña para que esperáramos.

Mientras él volvía, nosotros tomamos nuestros regalos y bajamos a la estancia de la residencia, dónde había un árbol de Navidad.

—¡Listo! —gritó Dylan mientras Bill y yo nos sentábamos frente al árbol.

Me quité las gafas y las puse en el piso, creando un soporte para el teléfono para que Dylan nos viera bien.

—Primero yo —dijo Bill y tomó el regalo de Dylan —. ¿Qué es?

—Pues ábrelo, descerebrado —Bill también le sacó el dedo.

Y luego lo abrió.

—No inventes —sacó de la caja un libro y un separador de Capitán América—. Dylan, te amo.

Yo no sabía ni qué libro era.

—Es mi turno —dijo Dylan y tomó mi regaló. Quitó la envoltura y miró hacia el celular con los ojos muy abiertos—. ¡EMETH, ¿CÓMO CREES QUE ME REGALASTE EL RELOJ?!

El reloj del que hablaba era uno que mi tía abuela me había regalado, nunca lo usé, pero Dylan lo vio en mi habitación y dijo que le encantaba, le dije que se lo quedara pero no quiso, así que lo obligué a aceptarlo como regalo de Navidad.

—Me toca —dije y tomé el regalo de Dylan. Lo abrí y miré con incredulidad al celular—. ¿En serio?

—Sí.

Era el mismo puto reloj. Pero en otro color.

—Te odio.

Sonrió y me mostró su muñeca con el reloj. Yo me puse el mío y también se lo mostré.

—¡Mi turno!

—Dylan, cariño, no grites —se escuchó una voz, seguro era su mamá.

—Perdón, má —se disculpó mientras quitaba la envoltura—. Oh, por Dios.

SummeryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora