Dream

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Sansang

"Cada noche lo veía en sus sueños, lo veía sonreír, él era feliz ahí.
Es una pena que él existiera únicamente en sus sueños."

De nuevo estaba ahí, admirando el hermoso paisaje que sus ojos lograban captar al instante, hasta que aquel pelirosa apareció sonriéndole mientras gritaba el nombre del contrario.

Yeosang sonrió, cada noche regresaba al mismo sueño como si fuera por arte de magia y siempre lo encontraba ahí, recibiéndole con los brazos abiertos y una gran sonrisa con sus característicos hoyuelos que curaría todo mal que rondase por la cabeza del rubio.

Sintió los fuertes brazos del pelirosa alrededor de su cuerpo, instintivamente cerró los ojos y sus labios se curvaron en una tímida sonrisa, mientras que en su rostro se apreciaba un leve sonrojo.

San amaba ver a aquel rubio disfrutar cada momento que estaba ahí, él estaba completamente seguro de que Yeosang era mucho más feliz ahí que allá fuera, donde todo era desesperación, descontrol, agobio y sufrimiento. Tristemente, también sabía que el mayor pasaba unas ocho horas máximas con él ahí, tal vez nueve o diez si este se quedaba más tiempo dormido ; sabía que él mismo era un producto de la imaginación del mayor, una ilusión a lo deseado por el rubio, una utopía perfecta para el mayor, sin problemas, sin gritos, sin preocupaciones de por medio.

Pero, con tal de ver a su mayor feliz, él cumpliría todos los pequeños caprichos que este quisiera, era lo mínimo que podía hacer.

— Sannie, ¿qué tal todo por aquí?

El menor se separó un poco del mayor, extrañado por la pregunta, ya que el mayor sabía perfectamente que para San, su día comenzaba cuando este comenzaba a soñar su utopía.
Su utopía no era nada más ni nada menos que un lugar tranquilo, feliz y, todo eso lo emanaba el pequeño pelirosa, siempre sonriente ante él.

— Sanggie, mi día comienza cuando entras aquí. — dijo el menor suavemente.

Yeosang, en cambio, su boca permaneció en una pequeña "o".

— Oh, cierto, lo olvidé. Perdóname, pequeño.

El menor acercó a Yeosang y lo abrazó con fuerza.

— Está bien, no pasa nada, ángel.

Aish, ¿cuándo llegará el día en el que me dejes de decir así? — preguntó molesto.

— Nunca. — dijo el contrario mientras sonreía.

Yeosang golpeó el pecho del pelirosa quien reía cariñosamente, contagiando la risa al rubio, para así minutos después terminar acostados sobre el campo lleno de flores coloridas.

El rubio podía jurar que se sentía completamente sereno, estaba acostado sobre el pecho del menor, mientras escuchaba los latidos del corazón de este, el ritmo era tranquilo, despacio y de vez en cuando sentía las manos de San sobre su cabello, dándole cariños al mayor. Sonrió de nuevo, sintió calidez en su pecho, sintió seguridad, un conjunto de emociones que rara vez experimentaba.

Por otro lado, San observaba las hebras rubias del mayor, quien estaba recostado sobre su pecho, sus manos desaparecían cada vez que tocaba el cabello del contrario, amaba darle pequeñas caricias si así él se sentía feliz. Siguió hasta que se cansó y volvió a abrazarlo mientras cerraba sus ojos. Sintió al menor removerse sobre él, a lo que rápidamente abrió sus ojos en forma de preocupación, ¿tan rápido despertaría esta vez? Apenas habían hecho un cuarto de las cosas que solían hacer cada vez que el mayor venía.

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