Capitulo 24

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Rubén corrió rápidamente en dirección contraria a Vegetta, alejándose del borde del acantilado. Agradeció mentalmente ser el encargado de la distracción, de esa manera no tendría que enfrentarse a su terrible vértigo.

Vegetta paró de correr, al estar lo suficientemente cerca de la orilla, y volteó a ver la Rubén mientras asentía con la cabeza. Rubén comprendió la señal, alzó su espada en el aire y comenzó a hacer movimientos bruscos hacia la criatura del cielo.

–¡Eh, tú! ¡Por aquí!– gritó el rubio, intentando obtener la atención del dragón –¡Te estoy hablando, baja!

Al no lograr nada con sus gritos, Rubén dejó la espada por un lado, y recogió piedras alrededor de él para luego lanzarlas hacia el dragón. Tuvo más suerte con eso, pues hizo que la criatura volteara la cabeza hacia él y cambiara radicalmente su ruta.

A pesar de tener éxito en su plan, Rubén instantáneamente entró en pánico, pues ahora el dragón se acercaba a él peligrosamente, y él había tirado su espada hacia quién sabe dónde.

Pronto el fuego se hizo presente en la montaña, haciendo que Rubén bailara de un lado a otro, esquivando las llamas hasta encontrar un lugar más seguro. Vegetta miró a Rubén preocupado, a lo que Rubius le hizo una señal de "no pasa nada".

El dragón fue bajando a gran velocidad, quedando a la altura de la montaña en la que los chicos de encontraban. Todo iba de acuerdo al plan, ahora el resto quedaría en manos de Vegetta.

De un momento a otro, el dragón cayó en picada hacia la montaña, rugiendo a todo volumen. Rubén tuvo que taparse los oídos y arrodillarse rápidamente para que la criatura pudiese pasar de largo sin hacerle daño. Vegetta se incorporó en su lugar y sacó la espada de rubí, sosteniéndola con ambas manos, con total firmeza.

Separó ambos pies y se agachó un poco, listo para tomar impulso. Y cuando el dragón estuvo lo suficientemente cerca de él, saltó con todas sus fuerzas, logrando enterrar la espada de rubí en una de sus patas traseras.

La criatura, tal como ambos chicos lo esperaban, comenzó a sacudirse, intentando sacarse de encima al intruso. Lo que no esperaban, era que el pelinegro no lograra escalar hasta subir al dragón, y cayera al precipicio.

–¡Vegetta!– gritó Rubén, corriendo tan rápido como sus pies se lo permitieron. Sintió que su corazón saltaría fuera de su pecho al ver a Vegetta cayendo desde tal altura, tenía un nudo en la garganta y comenzaba a pensar lo peor.

Se asomó al precipicio, y para su alivio, Vegetta aún se encontraba ahí, aferrado a una roca que sobresalía de la montaña. Rubén automáticamente le tendió la mano, Vegetta se sostuvo fuertemente de ella con su mano libre, mientras se impulsaba hacia arriba con la mano contraria.

Una vez su pie encontró un soporte estable para sostenerse, dió un último esfuerzo y logró llegar hasta donde estaba Rubén. Ambos cayeron rendidos ante el alivio, uno al lado del otro.

–¿Estás bien?– preguntó Rubén, aún recuperando el aliento. Ese día había hecho más esfuerzo físico que en toda su vida.

Vegetta asintió, le costaba respirar al igual que a él. Poco a poco sus respiraciones se fueron normalizando, hasta que los corazones de ambos latieron a una velocidad común. El pelinegro se sentó, soltando una extraña risa nerviosa que confundió a Rubén.

–¿Y tú de qué te ríes?– preguntó Rubén seriamente, aún acostado, mirando a Vegetta desde abajo –¡Casi te mueres!

–No es la primera vez que me pasa algo así– admitió Vegetta, aún riendo. Rubén le miró seriamente, no le encontraba ninguna gracia a lo que acababa de pasar.

En mis sueños (Rubegetta) Where stories live. Discover now