Capitulo 19

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Rubén tomó la mano del pelinegro y comenzó a caminar a pasos apresurados. Vegetta le siguió con dificultad, entre tropezones y miradas confusas que le lanzaba al rubio de vez en cuando.

Subieron las escaleras, uno siendo prácticamente arrastrado por el otro, y cerraron la puerta detrás de sí con un fuerte portazo.

–No te muevas, voy por algunas cosas a mi habitación– sentenció Rubén señalando con el dedo índice, dejando a Vegetta sentado en uno de los sillones de la sala de estar, apenas dejándole tiempo para asentir con la cabeza.

Corrió rápidamente hacia su habitación, tomando entre sus manos algunos cuadernos y hojas sueltas que había escondido en lugares estratégicos, por si a Vegetta alguna vez se le ocurría entrar ahí.

Salió del cuarto con la misma velocidad con la que entró, apenas cerrando la puerta. Regresó a la sala de estar, donde le esperaba un muy confundido chico de ojos morados, que arqueó una ceja al ver al rubio regresar.

Rubén dejó las hojas y los cuadernos sobre la mesa, mientras comenzaba a categorizar y separarlos según él lo sentía. Ponía hojas, quitaba hojas, hasta que consideró que todas las hojas separadas estaban en orden. Luego, siguió con los cuadernos, eligiendo páginas y arrancándolas con prisa, aunque cuidadosamente.

–Rubius... ¿pero qué haces chico?– preguntó Vegetta, con una risa preocupada.

El rubio continuó con su trabajo, sin darle tanta importancia a las preguntas de Vegetta. Mientras Rubén seguía en lo suyo, Vegetta decidió ponerse de pie, pensando que tal vez así vería desde un mejor ángulo lo que Rubén intentaba hacer.

–Quédate ahí– pidió Rubén, a lo que él pelinegro obedeció, y no se movió ni un centímetro más de donde estaba.

Una vez terminó de organizar todos los pedazos de papel frente a él, los tomó nuevamente entre sus manos y los fue dejando en el suelo uno a uno, rodeando a Vegetta.

Vegetta observaba atentamente cada una de las hojas que Rubén iba soltando frente a él, muchas de ellas consistían en dibujos, algunos de lugares, otros, de él. También habían páginas escritas, eran menos que los dibujos, pero las había. Y Vegetta iba girando poco a poco a medida que Rubén lo rodeaba de papeles, hasta que las manos del rubio quedaron vacías.

–¿Qué es todo esto?– preguntó Vegetta, cauteloso, aún mirando todo lo que había alrededor de él –¿Me vas a proponer matrimonio?

Rubén sonrió sin querer, al pensar que esa podría haber sido una pedida de mano muy bonita y épica. Aún así, negó suavemente con la cabeza.

–Vegetta... he soñado contigo, mucho antes de que llegaras a Karmaland– comenzó a relatar, mientras se acercaba al pelinegro con cuidado.

–Uy, ¿sueños húmedos acaso?– preguntó Vegetta de manera coqueta, mientras arqueaba una ceja y reía pícaramente, a lo que Rubén no pudo evitar ruborizarse.

–¡¿Qué?! ¡N-no!– tartamudeó Rubén, negando repetidamente con la cabeza, haciendo que Vegetta soltara una risa escandalosa –No, he soñado con... cosas que ya hemos pasado juntos, al parecer.

Vegetta regresó la mirada hacia los dibujos, agachándose para ver los detalles. Tenía que admitir que estaban muy bien hechos, Rubén tenía un gran talento para dibujar.

–¡Ey, es la casa del árbol!– exclamó Vegetta entusiasmado, mientras tomaba dicho dibujo entre sus dedos.

–No sabía que la construirías para mí– admitió Rubén, mientras sonreía recordando aquella noche, sin duda alguna el mejor cumpleaños de su vida.

–¡Y los meteoritos!– sonrió Vegetta, dejando el dibujo anterior nuevamente sobre el suelo, y tomando uno diferente.

El pelinegro se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, admirando cada uno de los dibujos. Rubén le imitó, tomando asiento frente a él, fuera del círculo de papeles, hojas y palabras hechas por él mismo.

–Espera... ¡pero si es mi casa!– dijo el oji-morado, entusiasmado, mientras señalaba el dibujo –O será mi casa, supongo. ¡Es tal cual la dibujé en los planos!

Vegetta tomó ahora la hoja que se encontraba junto al dibujo de su futura casa, era una página de cuaderno escrita a bolígrafo azul, por Rubén. Comenzó a leer las palabras una por una, antes de terminar de leer el escrito frunció el ceño, y Rubén ya sabía la razón.

–Soñé que veíamos la lluvia de meteoritos en tu casa, en la casa rodeada por la muralla de piedra– explicó Rubén, mientras Vegetta dejaba el papel de vuelta en su lugar.

–Pero no los vimos ahí, si mi casa ni siquiera está terminada– dijo Vegetta mientras levantaba los hombros, intentando comprender la situación.

–¡Exacto! Es a lo que quiero llegar– asintió Rubén, mientras se inclinaba hacia Vegetta –Todo lo que he soñado ha pasado, pero de una manera diferente. En algunos cambia el lugar, en otros el contexto.

–Pero al final siempre ocurren en la vida real– finalizó Vegetta, y Rubén sintió como si le hubiese leído la mente.

–¿A tu madre le pasaba lo mismo?– preguntó Rubén con curiosidad, viendo cómo Vegetta fruncía los labios.

–No lo sé, nunca me explicó a fondo la naturaleza de su don– respondió Vegetta, algo decepcionado, mientras veía nuevamente a Rubén –Aunque decía los Dioses solían bendecir a un miembro de cada pueblo con él cada cierto tiempo.

Rubén asintió lentamente, sintiéndose especial y a la vez desgraciado. Una persona de cada pueblo, y esa persona tenía que haber sido él, genial. Ahora resulta que podía ver el futuro gracias a un don de los Dioses, pero qué carga más pesada estaba siendo.

–Supongo que éste no ha pasado aún– dijo Vegetta, tomando otro dibujo del suelo, arqueando los labios hacia abajo. Era el dibujo de un dragón. Rubén negó, agachando la cabeza.

–Tengo miedo por ése– admitió Rubén en voz alta. Si lo del don era real y acertaba siempre, todos en Karmaland estaban bastante jodidos.

–Yo también– dijo Vegetta, desviando la mirada –Pero es especialmente para éste que debemos estar listos.

Vegetta se levantó del suelo, sacudiendo un poco sus rodillas, y saliendo con cuidado del círculo de dibujos.

–¿Y qué vamos a hacer?– preguntó Rubén, mirando a Vegetta desde abajo.

–Vamos a reunir a los guerreros de Karmaland– afirmó Vegetta con seguridad –Y vamos a defender este pueblo, hasta la muerte. 








En mis sueños (Rubegetta) Where stories live. Discover now