Capitulo 12

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La mañana siguiente fue bastante incómoda. Vegetta preparó el desayuno como de costumbre, y Rubén se encargó de poner la mesa y todo lo que hiciera falta. Sin embargo, había tensión entre ellos, y ambos lo notaban. Rubén se sentía un poco triste, quería pensar que Vegetta era incapaz de matar una mosca, pero no sabía qué pensar.

–Rubius...– llamó Vegetta tímidamente. Rubén le miró de reojo, inexpresivo –¿Me puedes pasar la sal, por favor?

Rubén tomó el recipiente de la sal y se lo alcanzó a su compañero, sin despegar la mirada de su plato y procurando no tocar su mano. Vegetta miró a Rubius con ojos apagados, y continuó con su desayuno, que no tenía tanto sabor como los desayunos anteriores ahora que pensaba en ello.

Habían quedado en ir a la playa a pescar el día anterior, y aunque Rubén actualmente no tenía tantas ganas de ir, pensó que quizás el sonido del agua podría ayudarlo a distraer su mente. Es así, que ambos guerreros tomaron sus cañas de pescar, junto con dos hieleras para mantener frescos los pescados, y caminaron hasta su destino.

Al llegar, Rubén se sentó sin cuidado alguno sobre la arena, se quitó los zapatos y hundió los pies, sintiendo cómo la playa abrazada cada uno de sus dedos. Cerró los ojos y suspiró en paz, escuchando el agua correr y el ruido de las gaviotas de fondo. ¿Qué se sentirá volar y ser tan libre como esas gaviotas?

Abrió los ojos lentamente, encontrándose a su compañero que ahora se encontraba sentado junto a él y sin camisa, como ya era costumbre. Rubén volteó rápidamente la mirada, negó para sus adentros y alzó su caña, haciéndola ir hacia atrás y luego, tirando el anzuelo hacía adelante con fuerza. El anzuelo se hundió en el agua, y Rubén se dispuso a esperar hasta que algún pez curioso lo mordiera. Vegetta siguió sus mismos pasos, esperando junto a él y el tortuoso silencio que había entre los dos.

–¿Rubén?– Vegetta se atrevió a romper el silencio. Rubius volteó a ver al pelinegro vagamente, aunque poniéndole un poco más de atención –¿Qué tienes?

–Nada, ¿por qué lo dices?– respondió Rubén, más cortante de lo que Vegetta hubiera esperado.

–¿Pasa algo malo?– preguntó Vegetta inocentemente, a lo que Rubén solamente negó –¿Hice algo que no te gustó?

–No es eso, Vegetta...– respondió Rubén, con más tacto, mirando finalmente aquellos ojos que había extrañado ver esa mañana.

–¿Entonces qué es?– preguntó Vegetta, tomando confianza en sus palabras –Y no me digas que nada, porque te conozco y sé que algo está mal.

–¿Que me conoces dices? Llevas menos de un mes en el pueblo, tú no me conoces– soltó Rubén, exasperado de la situación.

–¿Es eso? ¿Desconfías de mí?– cuestionó el oji-morado, desafiando a Rubén con la mirada.

–Pues sí, sí desconfío de ti– escupió el rubio luego de unos segundos, encarando la mirada de su compañero.

–¿Ah sí?– dijo Vegetta, con las cejas levantadas y la respiración agitada –¿Aún cuando te salvé la vida?

–¡Claro, de un arquero que tú mismo entraste al pueblo!– alegó Rubén, alzando la voz, lo que logró hacer que Vegetta se inclinara un poco hacia atrás, por inercia.

Vegetta se quedó mirando a Rubén, cómo sus ojos parecían perdidos, o quizás cómo su alma parecía estar dormida dentro de él. Solamente estaba su cuerpo, dejándose llevar. Hubo un momento de silencio, que permitió que Rubén se calmara. Vegetta suspiró, desviando la mirada hacia las montañas lejanas, ignorando los ojos verdes de Rubén sobre él, que luego se posaron sobre la suave arena bajo ellos. 

–¿Cómo cruzaste la barrera?– preguntó Rubén, con una voz tranquila, buscando respuesta. Vegetta regresó la mirada hacia Rubén, y tomó una bocanada de aire, que dejó salir lentamente.

Vegetta llevó una de sus manos hasta el bolsillo de su pantalón, bajo la atenta mirada de Rubén. De él, sacó algo que hizo que Rubén palideciera tres tonos. Era un amuleto de Karmaland.

–Mi padre viene de Karmaland– contó Vegetta, mirando el amuleto en sus manos –Venía– corrigió automáticamente, levantando las cejas y ladeando la cabeza –Solía ser uno de los mejores guerreros, el más fuerte del equipo. Hasta que un día, durante una importante batalla por defender el pueblo vecino, se enamoró de la hija del rey...

Vegetta paró su relato con una melancólica sonrisa de lado. Subió su mirada hasta encontrarse con los ojos de Rubén, quien lo veía expectante, mientras abrazaba sus piernas con los brazos.

–¡No me jodas que eres...!

–Un príncipe, sí. Y cuida ese lenguaje– asintió Vegetta con una sonrisa, ganándose una mirada de asombro de parte del rubio –Pero de un pueblo devastado, y vencido.

Rubén asintió levemente, intentando procesar y comprender la historia que había escuchado. Sonaba fuera de este mundo, sin duda. Pero le creía.

–Tú lograste salvarte... ¿cómo?– interrogó Rubén, más por curiosidad que por desconfianza. Vegetta lo supo de inmediato, y sonrió.

–Mi madre tenía un don– dijo, guardando el amuleto de su padre nuevamente en el bolsillo.

–¿Un don?– preguntó Rubius. Vegetta asintió con la cabeza, mientras se sentaba un poco más cerca del rubio.

–Ella podía ver cosas, antes de que sucedieran– explicó el oji-morado, ganándose la completa atención de Rubén –Logró predecir el ataque de los Rapitorii, así logramos evacuar a mucha gente.

–Entonces, ¿por qué no se salvaron?– cuestionó Rubén, casi en un susurro, con miedo a preguntar algo indebido. Vegetta le miró fijamente, y Rubén pudo notar cómo sus ojos se cristalizaron.

–Ambos eran leales a su gente– dijo Vegetta, con la mirando cómo el sol se convertía de amarillo a naranja, y bajaba cada vez un poco más –Decidieron luchar junto a su pueblo, hasta el final.

Rubén sintió cómo sus ojos amenazaban en llorar ante aquella historia llena de emociones. Sin embargo, no llegó a hacerlo, pues Vegetta se adelantó. Rubén se paró rápidamente de su asiento al ver llorar al oji-morado, y se sentó a su lado, para poder abrazarlo y recortarlo contra su hombro.

Vegetta aceptó el gesto, y recostó su cabeza en el hombro de Rubén, mientras él pasaba su brazo sobre la cabeza de Vegetta, sosteniéndolo contra él. Ese día ambos vieron el atardecer más bonito de sus vidas, abrazadándose el uno al otro.

–Perdón por haber desconfiado de ti– se disculpó Rubén, haciendo sonreír genuinamente a Vegetta.

–No te preocupes, debí contarte mi historia mucho antes– respondió Vegetta, mientras cerraban el asunto con una sonrisa cómplice.

Ambos compañeros decidieron regresar a casa, pronto iba a anochecer y preferían estar a salvo en casa. Tomaron sus cañas, y los peces que habían conseguido atrapar para la cena, y emprendieron su camino de vuelta a la cabaña de Rubén.

–Oye– llamó Rubén a mitad del camino, a lo que Vegetta volteó a verle –¿Entonces cómo entró el arquero a Karmaland?

–Oh, no. El arquero ya estaba en Karmaland– dijo Vegetta, haciendo que Rubén frunciera el ceño.

–¿Cómo que ya estaba en Karmaland?– preguntó Rubén, aún sin entender la situación.

–Así es, él ya estaba de este lado de la barrera cuando yo pasé– reafirmó Vegetta –¿Por qué?

Quizás Vegetta no era el responsable del ataque del arquero, pero algo era seguro. Uno de los miembros de Karmaland sí que lo era.






En mis sueños (Rubegetta) Where stories live. Discover now