Capitulo 17

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Las cosas no estaban bien. Desde la muerte de Mangel, nadie se sentía seguro en Karmaland. Todos tenían por sus vidas, y no era para menos.

Los guerreros de Karmaland, aún adoloridos por la pérdida de su compañero, guardaron luto fielmente, mientras los guardias se encargaban de mantener el centro del pueblo a salvo.

A Rubén le estaba costando mucho seguir adelante con su vida ¿cómo podía hacerlo? Mangel siempre había estado a su lado, y ahora ya no podría verlo jamás. Ni hablar de lo mal que iban las cosas con Vegetta, aunque ya habían pasado días desde el funeral, ninguno de los dos cruzaba mayor palabra con el otro, apenas se veían por la mañana cuando Vegetta salía a hacer quién sabe qué, y regresaba de noche, cuando Rubén ya estaba dormido.

Ese día Rubén se encontraba desayunando solo en el comedor, como ya se había hecho costumbre para él.

–Voy a salir un rato– anunció Vegetta, cabizbajo, a lo que solamente obtuvo que Rubén asintiera con la cabeza –Oh espera, olvido mi abrigo.

Vegetta regresó deprisa hacia el que ahora era su cuarto, y Rubén regresó la mirada hacia su desayuno, sin prestar atención. De pronto alguien llamó a la puerta, por lo que Rubén se vió obligado a levantarse de su asiento y atender a quien fuera que estuviese al otro lado. Definitivamente no se esperaba encontrar aquel rostro detrás de la puerta.

–¡Hola!– le saludó la chica rubia sonriendo de oreja a oreja, que ahora llevaba una diadema dorada sobre su ondulado cabello –¿Está Vegetta?

–Está adentro– respondió Rubén de mala gana, mientras soltaba un largo suspiro cansado –¿Y tú quién eres?

–¡Oh, lo siento! No me he presentado, me llamo Akira– dijo animadamente la rubia. Rubén se arrepintió al instante de haber preguntado, ahora la muchacha que le había robado a su chico tenía nombre –Tú debes ser Rubén, ¿no es cierto?– Rubén frunció automáticamente el ceño.

–Así es– asintió, aún con una expresión molesta en su rostro –¿Tú cómo sabes?

–Vegetta habla mucho de tí– sonrió la rubia, tomando desprevenido a Rubén. Levantó ambas cejas en señal de sorpresa, y la expresión de molestia se esfumó –Me dijo que tenías ojos muy bonitos, y buen sentido del humor.

Rubén sonrió instintivamente. ¿De verdad Vegetta pensaba eso sobre él? De pronto sintió aquella punzada dentro de él, que ya creía muerta desde lo de la casa del árbol.

–¿Dijo eso sobre mí?– preguntó Rubén, ahora sonriendo bobamente. La rubia asintió, y Rubén sintió cómo el calor subió a sus mejillas.

–Ya Akira, deja de molestar al muchacho– regañó Vegetta entre risas, apartando a Rubén suavemente mientras lo tomaba por la cadera, para no golpearlo mientras salía –Veo que ya se conocieron, perdón por no haberlos presentado antes.

–No te preocupes– dijo Rubén, mientras sonreía de lado y escondía sus mejillas sonrojadas. Vegetta correspondió la sonrisa tímidamente.

–Bueno, te dejamos tranquilo, Rubén. Tenemos algunas cosas que hacer con Akira– sonrió finalmente Vegetta, palmeando amigablemente el hombro del rubio. Rubén asintió, mientras su sonrisa se desvanecía poco a poco, mirando cómo el hombre de sus sueños caminaba junto a la rubia hacia los Dioses sabrán dónde.

El resto del día de Rubén no fue tan interesante. Arregló un poco su huerto, las verduras se habían podrido por no haberlas cosechado a tiempo, y comenzaba a oler algo mal. Le dió un baño a Juan Carlos, que también olía mal, aunque no esperaba menos de un cerdo.

Terminó tan cansado del trabajo que hizo, que automáticamente supo que había algo mal. Tal vez era demasiado pronto para exigirse dar el cien por ciento de sí mismo, quizás necesitaba un descanso de todo. No estaría mal, tomarse unas vacaciones de la vida. ¿Pero a dónde escaparía?

La oscuridad de la noche lo alcanzó más pronto de lo que pensó, aún así, había sido el día más productivo que había tenido desde lo de Mangel. Se dió una palmada en el hombro a sí mismo, y se dió permiso de ir a descansar finalmente.

Rubén se encontraba acostado sobre su cama, removiéndose de vez en cuando al no encontrar total comodidad. Tiraba las cobijas que lo cubrían hacia cualquier lado, para luego volverlas a juntar y metérse debajo. Hace días que no conciliaba el sueño, cosa que tal vez, sólo tal vez, lo hacía estar de muy mal humor últimamente.

Cerró los ojos, harto del insomnio, y se dispuso a dormir, sin importar qué tan difícil fuera. Comenzó a recordar cómo había cambiado su vida desde que Vegetta llegó al pueblo, las prácticas de pelea por las tardes, los viajes a la playa, ir de compras al centro del pueblo, arreglar su jardín por las mañanas, pasar su cumpleaños en la casa del árbol que el pelinegro construyó para él, casi besarlo, verlo bailando con una chica extraña, el estallido de la bomba el día de San Valentín.

De pronto las imágenes en su cabeza comenzaron a cambiar abruptamente. Ahora veía el pueblo de Karmaland completamente destruído, rodeado de fuego ardiente. Hizo muecas al sentir el calor de las llamas muy cerca de él, mientras volteaba sobre sus talones. A sus espaldas, las casas se derrumbaban, y la gente corría totalmente aterrada. Intentó ayudar a un par de personas a escapar, mientras buscaba amenazas a su alrededor.

Sintió algo volar sobre él, aquella criatura voladora esparcía mucho más fuego sobre el bosque. Era un dragón. ¡¿Un dragón?!

De un momento a otro las imágenes cesaron, y Rubén pensó que podría respirar tranquilo, pero no fue así. Era de noche, todo era muy oscuro, apenas podía percibir la luz de algunas antorchas a la distancia. Caminó con sigilo, cuidando cada uno de sus pasos. Luego de algunos minutos, logró divisar una grande y llamativa estructura frente a él. Estaba frente al molino del pueblo.

Logró calmarse al reconocer el lugar, sentimiento que no duró tanto, pues logró ver también una sombra que permanecía de pie junto al molino. La sombra se veía aterradora, era de aproximadamente la misma altura que Rubén, por lo que supo que era un humano, y a pesar de no ver su rostro, Rubén sabía que le veía fijamente con una sonrisa macabra en el rostro.

Aquel ser extraño tendió su mano hacia el frente, revelando frente a Rubén un mechero, mientras frotaba el dedo contra él, haciendo que surgiera fuego del aparato. La sombra soltó el mechero sin ningún remordimiento, haciendo que el fuego abrazara poco a poco el molino, mientras cada pieza de él iba cayendo en cenizas.

Rubén despertó de golpe, sentándose sobre su cama con el corazón casi saliéndose de su pecho. Se llevó la mano al corazón,  suspirando lenta y profundamente. Solamente había sido un sueño, ¿verdad?

A pesar de estar despierto, algo dentro de él no se sentía bien. Aún se sentía en peligro, sentía que algo malo estaba por ocurrir. Por curiosidad y por inercia, Rubén se levantó de su cama y se vistió rápidamente, para dirigirse al primer lugar que se le ocurrió.

Caminaba a pasos apresurados, de alguna manera sintiendo prisa por llegar a su destino. Y cuando estaba a pocos metros de llegar, supo que era demasiado tarde.

–¡No, no, no!

El molino del pueblo estaba ardiendo en llamas frente a él. Rubén corrió lo más rápido que pudo hacia aquella estructura, asegurándose de que no hubiera ninguna persona a los alrededores, nadie que corriera peligro. Comenzó a mirar hacia todos lados, en busca del responsable, de agua o de alguien más que le ayudase a parar el fuego. Cualquier cosa le servía.

–¡Rubén Doblas!– escuchó un grito desde lejos, y entrecerró los ojos mientras distinguía las siluetas que se acercaban a él.

–¡Fargan, Alex, qué bueno que vienen! Necesitamos agua pero ya, mucha agua– dijo Rubén rápidamente al reconocer a sus compañeros con sus uniformes de policía. Fargan tomó al rubio de la muñeca, lo giró bruscamente y clavó las esposas contra sus manos en un rápido movimiento –¡Ey! ¡¿Pero qué diablos haces?!

–Quedas arrestado hasta nuevo aviso, por atentar contra la vida de los pueblerinos.











En mis sueños (Rubegetta) Where stories live. Discover now