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Capítulo sesenta y cuatro:
Un nuevo comienzo
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La nieve crujía bajo los pies de todos los presentes, endurecida por el frío implacable de aquel día que tanto habíamos temido. El silencio del claro era sofocante, apenas roto por el suspiro del viento que arrastraba consigo fragmentos de hielo. El momento había llegado. Las piezas estaban en su lugar, como si un tablero de ajedrez hubiera sido dispuesto en medio de la nada, y ahora solo esperábamos a que se moviera la primera ficha. Carlisle estaba a mi lado, erguido con esa serenidad imperturbable que lo caracterizaba, aunque conocía lo suficiente como para percibir la tensión en su postura. Esme y yo sosteníamos a los mellizos, bien abrigados, con el cuidado casi maternal que ella siempre irradiaba. La decisión de mantenerlos cerca había sido de Carlisle, convencido de que, si la batalla estallaba, él y Thomas se encargarían de protegernos. Aun así, la inquietud me calaba los huesos: había demasiadas miradas puestas sobre nosotros, demasiadas incógnitas que se acumulaban como nubes negras.
El grupo estaba dispuesto alrededor, cada quien tomando posición. Algunos intercambiaban miradas rápidas, cargadas de lo que parecía ser una mezcla de esperanza y resignación. En medio de esa tensión, la voz de Garret rompió el aire como un cuchillo.
—Si sobrevivimos, te seguiré a cualquier parte, mujer —dijo con esa valentía desenfadada que lo caracterizaba, lanzándole una mirada cargada de desafío a Kate.
Ella arqueó una ceja, visiblemente sorprendida, y le respondió con un tono en el que se mezclaba la ironía y un dejo de ternura que no pudo ocultar.
—¿Y me lo dices justo ahora? —murmuró, como si no quisiera dejar que la esperanza se instalara demasiado en su corazón.
El intercambio logró arrancar una breve chispa de vida entre tanta tensión, pero esa sensación se desvaneció casi de inmediato cuando un sonido lejano empezó a filtrarse entre los árboles: pasos, muchos, resonando al unísono. Segundos después, la niebla se abrió para dar paso a varias figuras encapuchadas en capas negras. El peso de su presencia era aplastante. Mi corazón latió con fuerza al verlos; eran más de los que había imaginado, más de los que estábamos preparados para enfrentar.
—¡Vienen los casacas rojas! ¡Vienen los casacas rojas! —exclamó Garret, como si quisiera insuflar algo de ánimo en medio del miedo.
Edward dio un paso adelante, sus ojos clavados en la neblina que se abría.
—Aro está buscando a Alice... y también a Charlotte —informó con voz grave.
Antes de que pudiera procesar sus palabras, aullidos potentes irrumpieron desde la espesura. Era un sonido ancestral, una advertencia salvaje. La manada de Sam apareció primero, seguida de la de Jacob, ocupando con firmeza los costados del claro. Su sola presencia me estremeció: lobos inmensos, de pelajes brillantes, que parecían personificaciones vivientes de la furia y la lealtad. En ese instante, Esme me entregó suavemente a Dylan y dio un paso atrás, dejando que los lobos tomaran su lugar. El lobo de Sam, Embry y Alex se movieron con precisión, rodeándome junto a Carlisle, como si yo fuera un secreto demasiado valioso para quedar a la vista de los Vulturis. No entendía qué estaba ocurriendo, ni por qué formaba parte de un plan que desconocía, y eso solo aumentaba mi desasosiego.
Carlisle, con la calma de siempre, se adelantó unos pasos, colocándose entre ambos bandos.
—Aro, hablemos como solíamos hacerlo, de una manera civilizada —propuso, con la voz firme y conciliadora.
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Bad Vibes - Carlisle Cullen
RomanceCharlotte Gilmore Swan, una joven de 17 años que había pasado la mayor parte de su vida en la bulliciosa y gris Londres, estaba convencida de que su destino no era distinto al de cualquier otra chica de su edad: terminar el colegio, hacer planes par...
