—Así es, así que mueve ese culito y ve a impedir que se meta con alguna zorra.

—¿Yo? — me señalé a mi misma.

—Te pagaré muy bien por ello — me entregó un papel directamente en la mano — Está es la dirección.

—Señorita Amelia, esto parece ser una misión imposible.

—Por favor, te lo ruego — suplicó.

Accedí, no sé si por ella o... Por mi.

Llamé a Esteban, diciéndole que algo importante había surgido y que no podría ir con él a su noche de baile. Enseguida tomé un Taxi y pedí que me llevara al que parecía ser un club de golf. No tardé más de media hora en llegar. Estaba nerviosa, sentía mi cuerpo temblar y el respirar resultaba ser una carga muy pesada.

Era un lugar inmenso y había guardias en la entrada y por los costados. «¿Cómo demonios iba a entrar?» Y justo cuándo opté por cambiar mi look y usar toda esta ropa incómoda tenía que hacer esto.

Rodeé el lugar en busca de una entrada de reserva, pero el sitio solo disponía de una sola. Lo que si encontré fue un árbol con la altura perfecta para saltar una de las bardas. Debía agradecer que no era una de esas típicas señoritas que evitaban hacer cosas algo atrevidas e imprudentes cómo estas. Me quité los zapatos y enrollé mi falda para que no estorbara y decidida y con cierta energía comencé a trepar el árbol cuidando que nadie me estuviese viendo.

Una vez llegué a la cima miré a mi alrededor y fue entonces cuándo lo vi del otro lado en una pequeña sala de estar con varios hombres. Él le daba un trago a su bebida y no pude evitar sonreír al verlo: Lucía tan guapo cuando no llevaba ropa de oficina puesta, al igual que cuando la llevaba. Pero la sonrisa no duró mucho tiempo en mis labios. Desapareció por completo en cuanto lo vi mirar con gran deseo a una hermosa mujer que se aproximaba en su dirección y todo fue peor cuando la sentó sobre su regazo. No sabía que fue exactamente, pero algo dentro de mi se revolvió y un inmenso coraje me atravesó.

No se cómo logré bajar del árbol a toda prisa y tocar tierra sin ser descubierta, pero lo había conseguido con gran éxito.

Y con un gran sigilo comencé a moverme por entre las sombras sin perderlo de vista. Tuve que soportar como la miraba, como la tocaba y lo peor de todo... Como la besaba. Esos labios que me habían besado antes ahora eran saboreados por otra mujer y el parecía estarlo disfrutando. Todo lo contrario a lo que yo le provoqué.

— Vamos.

«Me congelé»

Escuché unas voces a mis espaldas así que de inmediato me cubrí detrás de una pequeña cantinera que se encontraba en la zona de bebida junto a la piscina.

Se trataba de unos meseros que venían a preparar unas bebidas que habían sido encargadas por los amigos del señor Leonardo. Lo mejor que pude hacer fue tapar mi boca con ambas manos para que ellos no pudiesen escucharme respirar y aguanté lo más que pude hasta que ellos por fin se marcharon.

Pero ya era demasiado tarde.

En cuánto volví a poner mis ojos en aquel hombre que tan loca me volvía, lo único que logré ver fue el como decidió irse con aquella pelirroja a la cuál sujetaba de la mano y así  juntos desaparecían por el pasillo.

Un sentimiento de tristeza y furia me invadió por completo. Quería decirle que no entrara a ese cuarto, quería pedirle que no le hiciera el amor, que no la tocara y no lo sé... Simplemente actúe sin pensar.

—¡Maldito desgraciado! — grité  saliendo de mi escondite.

Entonces me di cuenta como todos los presentes me miraron asombrados y después confundidos. Todos menos él, habían escuchado mis palabras.

LA CHICA DESASTRE ©° Where stories live. Discover now