PARTE III

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¿CÓMO REACCIONAR?
|Sara Stone|

No podía dejar de ver todo a mi alrededor como si se tratara de una simple pesadilla. Posiblemente solo estaba en un mal sueño del cuál no tardaría en despertar.

Ojalá todo fuese tan sencillo.

El departamento estaba hecho un desorden total: fotografías, libros, cojines e incluso los cubiertos estaban tirados. Luego, el horno estaba destrozado y sin su puerta, batido de esa cosa que se suponía era café.

Los chinos y sus extraños inventos.

Y para finalizar estaba el señor Pereira: destrozado en el piso de la cocina mientras decía cosas sin sentido que a demás de ser por el alcohol, seguramente  también era causado por el golpe que recibió. Lo llevé a su recámara y lo senté sobre su cama, después me acerqué al lugar de dónde recordaba había  sacado el botiquín de auxilios de la vez que me queme.

— No vaya a despedirme — murmuré — Fue un accidente, yo no....

Oh mierda, estaba a punto de llorar.

—¿Qué voy a hacer con usted? — parecía tranquilo y no dejaba de mirarme con suma atención.

Su frente sangraba por el golpe que recibió y yo realmente estaba agradecida de que no hubiera sido nada más grave.

—No despedirme — me encogí de hombros.

— Aunque quisiera, no puedo hacer eso.

Bien, eso me aliviaba un poco.

Saqué un algodón y lo bañé con alcohol para luego ponerlo en la herida. Se quejo como un niño chiquito.

— Duele...

— No duele tanto como el tener que soportarlo todos los días, incluso los fines de semana, señor.

— Estoy ebrio.

— Lo sé y aún así es insoportable.

Una vez que logré parar el sangrado, logre ponerle un poco de  pomada sobre la misma. No habría forma de evitar que quedara cicatriz. Debía dejarlo dormido para así mismo poder limpiar el desastre de allá fuera y... ¿Cómo diantres le iba a explicar lo del microondas y su bendito rostro?

¿Podré hipnotizarlo?

— Usted estaba demasiado ebrio anoche, señor — comencé a decir — Y sin querer metió esa extraña bebida al microondas.

— Yo no haría semejante estupidez ni siquiera estando ebrio. — respondió él muy animal.

Ciertamente tenía razón. Incluso hasta me empujó antes de que estallara. Si no hubiese hecho eso, tal vez yo también habría salido herida.

—¡Ya duérmase! — le grité molesta.

— No tengo sueño.

¿Por qué no dejaba de mirarme tan atentamente? Su mirada era profunda y desdeñosa, pero no reflejaba enojo como tal, señal de que no estaba molesto conmigo.

— Lo único bonito de esa mirada del diablo es el hermoso color de sus ojos...

«Espera un momento...»

No sabía si estaba soñando o imaginando cosas que estaban tan alejadas de la realidad, pero lo cierto era que  se sentía sumamente real.

Una cálida sensación me abrasaba y la dulzura se sentía en ese sencillo tacto de piel suave y fría. Mis manos, sobre sus hombros y las suyas hundidas en el colchón. No fue hasta que lo escuché gruñir que entendí lo que estaba pasando. Era a él tomando posesión de mi boca.

El señor Pereira interrumpió mi retahíla con un... Beso.

Lo empujé casi inmediatamente después de haber comprendido la situación en todos sus sentidos y entonces él cayó hacia atrás dormido o quizá, inconsciente.

—Señor... — lo toqué instintivamente para comprobar su estado. Suspiré de alivio al ver qué solo estaba dormido.

Lo miré por unos instantes sin saber el por qué, hasta que recordé lo recién sucedido. Cubrí mi boca al recordar el tacto de sus labios sobre los míos y no pude evitar odiarlo.

Seguro que me había confundido con la pelirroja esa.

Abandoné su habitación molesta y sin siquiera meditarlo un poco más, salí de su departamento para ir directo a casa. Eran las tres de la mañana, pero eso fue lo que menos me importo.

Cuando llegué a casa me quedé pensando en lo idiota que había sido. Ni siquiera procuré limpiar el desastre que había dejado.

«¿Debería ir a trabajar o ya me doy por despedida?» me cuestioné, pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por una chancla aterrizando sobre mi cabeza.

— ¡Auch! — me quejé.

— Eres tu... — soltó mi madre, aliviada

—¿Cómo planeabas ganarle a un ladrón con una chancla?

— No subestimes a las madres — respondió jocosa — Pensé que no llegarías a dormir.

— Al final si.

— ¿Quién te trajo?

— Mi jefe — respondí en un reflejo.

— Debiste hacerlo pasar — se apresuró a la puerta.

— No, mamá. Él ya se fue....— me detuve al oír un grito ensordecedor.

— Es Fátima — aclaró mi duda — Julieta no está y ya sabes que no puede dormir con alguien más que no seas tú.

— Ni para que me desgasto en preguntar sobre su paradero —respondí — Ya ve a descansar, yo me encargo de ella.

Fui directo a su habitación y me metí con ella bajo las cobijas e intenté tranquilizarla para que dejase de llorar. En cuanto notó mi presencia, me abrazo con suma fuerza y así por fin consiguió conciliar el sueño envuelta en mis brazos.

No podía perder mi empleo, mi familia me necesitaba más que nunca. Así tuviese que ver la cara de ese hombre todos los días, me sacrificaría por ellos.

De todas maneras, ¿cómo podré verlo después de que se atrevió a besarme?

¡Cómo lo odiaba! No podía dormir, necesitaba buscar soluciones a las posibles interrogantes del día lunes.

 

LA CHICA DESASTRE ©° Where stories live. Discover now