Capitulo 4

32 3 0
                                    

— ¿Qué estoy haciendo? —pregunto en voz alta mientras añado una segunda capa de brillo de labios. Con la vista fija en el espejo del baño de chicas, me aplico rímel en las pestañas, contemplo mi imagen y pongo cara de exasperación.

De acuerdo, es lindo, pero eso no justifica el esfuerzo que me ha costado decidir qué aros ponerme esta mañana. No soy el tipo de chica que se maquilla para ir a la escuela, y siento como si quisiera cambiar por completo. Ayer creía que estaba loca porque veía visiones. Creo que prefiero esa locura a la de ahora.

Cuando salgo del baño y me dirijo a la clase de la cuarta hora, empiezo a notarla: la descarga de adrenalina que por lo general asocio al último kilómetro de una carrera. Me detengo delante del aula para recordar cómo he planeado hacer mi entrada: con aspecto sereno e indiferente. Sacudo los brazos, muevo la cabeza adelante y atrás, y respiro hondo por última vez antes de atravesar la puerta.

Localizo a Kellin de inmediato. Está reclinado en su silla, haciendo rodar su lápiz entre los dedos.

Supongo que apartará la mirada cuando establezca contacto visual con él, pero no lo hace. Por el contrario, se le ilumina el rostro, como si se alegrara de verme. Luego baja la vista sin dejar de sonreír y se pone a hacer garabatos en su cuaderno. No vuelve a levantar los ojos.

Me siento en mi silla y dejo salir el aire que no era consciente de estar reteniendo. Por hacer algo, saco mis deberes de la mochila mientras los demás entran tranquilamente.

Cuando suena el timbre, Argotta levanta los brazos bruscamente.

— ¡Examen sorpresa! —exclama.

Por fortuna, el coro de protestas colectivas y el sonido de las hojas que mis compañeros arrancan de las libretas ahoga el martilleo de mi corazón en el pecho.

Me sudan las palmas de las manos, y estoy casi convencida de que el calor que irradia mi cuerpo está a punto de alborotar al extremo mis rulos. Sin pensar, me estiro el cabello hacia atrás, lo recojo en una cola, lo enrollo en torno a mi dedo y lo recojo detrás de mi cabeza con una mano mientras revuelvo mi mochila en busca de algo que lo mantenga así. Mis dedos palpan libros, una colección de envoltorios de chicle y un CD, pero no encuentran pinzas ni gomas para el pelo. Me quedo mirando el lápiz que está sobre el pupitre y que me ha sacado de más de un apuro, pero es el único que tengo y lo necesito para el examen. El brazo que tengo levantado se me empieza a dormir, y cuando estoy a punto de rendirme, oigo un sonido detrás de mí.

—Pssst.

Me vuelvo sin soltarme el moño.

Tal vez sea porque se ha inclinado tanto hacia delante que prácticamente está recostado sobre su pupitre, pero me da la impresión de que está mucho más cerca que ayer. O quizá no sea solo su proximidad física, sino también su expresión. No parece ausente, como cuando ayer en clase me quedé mirándolo, ni confundido como cuando mi mejor amiga lo acusó de ser un repugnante acosador. Hoy tiene una mirada dulce en los ojos, como si estuvieran sonriendo por sí solos, y me percato de que son de un tono azul grisáceo, salpicados de motas doradas que capturan y reflejan la luz. Cuando por fin tomo conciencia de lo que estoy haciendo —admirando sus ojos alelada—, bajo la vista hasta su boca y descubro que no solo sus ojos sonríen; también sus labios. Como si algo lo divirtiera. Como si se burlara de mí. Y entonces caigo en la cuenta de que hay algo que he pasado por alto.

Apunta con el mentón, intentando desviar mi atención de su cara hacia la mano que tiene tendida hacia mí desde hace rato. En ella sostiene un lápiz.

Miro el lápiz y luego sus ojos, desconcertada. Entonces lo comprendo todo, y me inclino hacia él para agarrarlo.

«Gracias», articulo con los labios.

Time Between Us.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora