Suelo ser la primera en entrar en el aula, pero hoy llego a la clase de español justo en el momento en que suena el timbre de la cuarta hora. El señor Argotta me mira sorprendido, como si le pareciera inconcebible que yo me presente tarde a su clase. Agita ante mí la nota de impuntualidad de color amarillo chillón cuando paso frente a él.
—Hola, señorita Greene. —Intenta adoptar una expresión severa, pero no logra mantenerla durante más de un segundo antes de relajar el rostro y sonreír.
—Hola, señor. —Atravieso el aula con la cabeza gacha, pero luego me vuelvo y le dedico una sonrisa de disculpa mientras me siento en mi silla. Saco de mi mochila mi libreta de espiral y rebusco en ella una pastilla de menta mientras pienso en lo misterioso que ha resultado este día.
Él es real. Y está aquí mismo.
No consigo contener el torrente de preguntas que se agolpan en mi cabeza. En primer lugar: ¿dónde ha estado él durante toda la mañana? He recorrido el Donut entre clase y clase, y no he visto el menor rastro de él. En segundo lugar: ¿qué hacía un estudiante de secundaria que acaba de llegar a la ciudad en una pista universitaria a las 6.45 de un lunes? En tercer lugar: ¿por qué me miró como si me conociera y, dos horas más tarde, pasó de largo como un perfecto extraño? Por otro lado..., tal vez no me vio. Si al menos lograra dar con él, lo averiguaría.
¿Dónde está?
Gabe se deja caer en el asiento contiguo al mío, y Argotta agarra el bloc de notas de impuntualidad y mira hacia él con cara de reproche.
—Llega tarde, señor Barham —dice con su acento marcado, pero al cabo de unos segundos deja el bloc sobre su mesa y dirige a Gabe la misma sonrisa comprensiva que me ha dedicado a mí.
—Lo siento, señor —dice hacia el frente de la clase y luego se inclina sobre el pasillo entre las dos filas de asientos, invadiendo claramente mi espacio—. Hola, Anna. —El brillo de sus dientes, deslumbrante bajo la dura luz de los fluorescentes, me hace parpadear.
—Qué tal, Gabe.
Abre la boca para añadir algo, pero antes de que pueda decir palabra, Argotta carraspea al frente del aula y comienza a hablar.
— ¡Prestad atención, por favor! Hoy tenemos entre nosotros a un estudiante nuevo. —Cuando alzo la vista, se me corta el aliento—. Os presento a Kellin Quinn. —Argotta hace una pausa teatral mientras el chico nuevo traslada su peso de una pierna a la otra y se coloca bien la mochila en el hombro—. Dad la bienvenida a nuestro nuevo amigo y hacedlo sentir como en casa. —Argotta señala un asiento situado detrás de mí, en la hilera de al lado, y el chico nuevo echa a andar hacia él—. Y ahora, entreguen los trabajos, por favor.
Veinte pares de ojos curiosos lo siguen, se clavan en él por un momento y se vuelven hacia sus respectivas mochilas para extraer los trabajos sobre el ingreso de España en la Comunidad Europea. Mis ojos están entre los que lo miran, pero por lo visto son los únicos que no pueden despegarse de él.
Kellin. Se llama Kellin.
Tiene la mirada fija en su pupitre y juega con las páginas de su libro de texto como si lo avergonzara ser el centro de atención, pero al cabo de unos instantes, alza la cabeza poco a poco. Lo observo mientras posa la vista en la puerta del fondo de la clase, la desplaza en el sentido de las agujas del reloj por el perímetro y se detiene de repente cuando me ve, pues sigo sin apartar los ojos de él.
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Time Between Us.
FanfictionA mundos de distancia, ellos dos no tenían por qué conocerse. Pero un incidente conduce a Kellin a la vida de Anna y ambos se embarcan en un viaje lleno de romance y aventuras, conscientes de que lo que hacen podría acabar en un par de corazones rot...