Roma

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Lleva todo el día corriendo por la casa intentando encontrar el modelo perfecto para su cita. Cómodo y elegante a la vez, nada sofisticado, pero tampoco desaliñado. Abril, que lo observa desde lejos con media sonrisa, niega varias veces intentando recordar cada gesto que hace para luego compartirlos con sus amigas.

Van a pasar el día separados. Mientras Leo estará tomando algo con Marco, Abril se trasladará hasta Manzanares, donde ha quedado con Mari, Roma y, aunque indirectamente, con Miriam, para ver la iluminación de Navidad del pueblo de la segunda.

Lo ve acercarse dándose los últimos retoques en el pelo y cogiendo todas las cosas que se tiene que llevar. Se acerca a ella con cuidado, intentando captar señales que Abril no parece estar dispuesta a dar.

—¿Estamos bien? —la pregunta no le sorprende. Ella lleva haciéndose la misma desde el día anterior.

—Supongo, pero tenemos que hablar con calma —Leo asiente mientras Abril se encoge de hombros.

—Hablamos cuando vuelvas.

—Pásalo bien —corresponde al beso que su novio le ofrece—. Y dile a Marco que te cuide, que no me fio un pelo de tu promesa de tomarte solo dos cervecitas.

—De tu parte, florecilla —le guiña un ojo dirigiéndose a la puerta con la intención de llegar puntual—. Dale un beso enorme a Miri de parte de su tito Leo.

—Hecho.

—A Roma y a Mari también, pero el de ellas más pequeñito.

Se va moviendo la mano de un lado a otro como despedida. Abril sigue sentada en el sofá, mirando a la puerta con la misma sonrisa con la que lo despidió.

No es hasta que le llega una foto de Miriam ya en brazos de Roma que recuerda que el tiempo se le echa encima. Bloquea su teléfono después de leer el pie de la foto donde María le dice que la esperan para tomar algo juntas y para que le de la merienda a la más pequeña pues, por alguna razón que nadie entiende salvo ellas dos, Miriam suele acceder fácilmente a las cucharadas que le ofrece Abril sin hacer amagos de escupirlas, generalmente encima de quien le esté dando de comer.

Debe admitir que el camino hubiese sido más ameno con alguien al lado que siguiera cada uno de los gritos que pega cuando se reproduce una canción que le emociona especialmente, pero escucharse cantando sola a pleno pulmón y sentirse llena mientras analiza las letras es algo que siempre le ha hecho sentir libre y feliz.

Tarda menos de una hora en llegar a su destino y en abrazar a esas tres personas a las que cree que no puede adorar más. Especialmente a la que en ese mismo momento tira con dos pequeñas manos de su pelo intentando llamar su atención.

—Miri, mi vida, que me vas a dejar calva —no es, ni mucho menos, un reproche y, por ese mismo motivo, la niña ríe y no deja de hacerlo.

—Ya era hora de que alguien más que yo sufra las consecuencias de que sus tíos y tías la malcrían —después de la respuesta de María, Roma y Abril reprimen una sonrisa y se limitan a asentir sabiendo que eso no va a cambiar.

Ya sentadas en una mesa de una de las cafeterías que Roma indicó, Abril, con ayuda de esta usa el truco infalible para que la niña coma: las cucharadas simulando aviones. María abre la boca sorprendida y Roma le hace un gesto de obviedad. Si alguien le hubiera dicho que a su propia hija le gustaba tanto que aterrizaran compotas en su boca, sus tardes peleando para que coma hubiesen sido más sencillas. Aún así, se emociona con la manera en la que la conocen sus tías y como se guardan sus trucos para verla agusto.
Cuando la fruta molida se acaba, Miriam empieza a pasar de brazo en brazo hasta que consigue un hueco en el cuello de Roma, quien levanta una de sus cejas victoriosa por ser la elegida. Empieza a hacer un recorrido en el rostro de la pequeña que esta vez su madre sí conoce. El dedo índice de Roma va desde la parte alta de su nariz hasta cada una de sus cejas entreteniendose en el largo de su frente. Incluso la gente que las observaba desde lejos en ese bar se hubiese relajado con aquella delicadeza.

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