Manos De Tijera

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Un Lunes por la mañana. Igual que los demás. Diferente al resto.

Extraña el café cargado de todas las mañanas y los mil besos de buenos días que terminan siendo cinco minutos más de cama. Echa de menos esa voz que le repite incansable que llegan tarde, aunque vayan con tiempo suficiente como para sentarse durante media hora sin hacer absolutamente nada. Se siente terriblemente solo cuando abre el armario y descubre que su novia no ha invadido uno de sus estantes, como de costumbre. Porque ese ya no es su ropero. Ese ya no es su hogar.

A pesar de llevar allí todo el fin de semana, no ha conseguido sentirse a salvo en esas cuatro paredes. Tampoco ha logrado encontrarse a sí mismo. Mucho menos dejar de estar pendiente de los mensajes de Abril.

Poco a poco el café insípido de su taza se va acabando y eso solo indica que debe irse a trabajar. Con más miedo que nunca.

Abril no ha mostrado signos de enfado o algo que se le parezca, aún así, sabe que tienen una conversación pendiente. Y no es ella la que le impone. Es que ni él mismo tiene respuestas para eso que siente.

Con la poca seguridad que tiene estos días, se aventura a salir a la calle y decide ir hasta el trabajo caminando para que le dé el aire. Lo cree necesario, casi tanto como que se acabe el día cuanto antes, a pesar de que solamente esté empezando.

No tarda más de quince minutos a pesar de intentar distraerse con todo lo que encuentra a su alrededor.

Sube lo más discretamente que puede y se instala en el despacho dispuesto a ocupar su cabeza en algo que le saque de su bucle de pensamientos al menos un rato.
No lo logra por mucho tiempo pues, aunque no se ha dado cuenta de cuándo ha tocado la puerta, cuando levanta la cabeza, Abril está en frente suya, de brazos cruzados y, bajo su criterio, más guapa que nunca.

—Así que no pensabas pasar por mi despacho para saludarme…


—¿Sinceramente? —Abril asiente y susurra un “siempre”—. No sabía como te habías tomado que me fuera todo el fin de semana y no quiero tensar más las cosas entre nosotros.

—¿Qué tal si empiezas dándome un abrazo? Te he echado mucho de menos estos días —No necesita de más técnicas para convencerlo. Leo accede enseguida a la petición. Él también ha extrañado su presencia a cada rato.

—Soy un capullo —se separa del abrazo quedando a escasos centímetros de su novia.

—¿Por qué?

—Porque tú no te mereces nada de esto solo porque yo esté más confundido que nunca —por primera vez se está sincerando de verdad. Incluso con sí mismo.

—Tampoco es tu culpa estar confundido. Quizá yo hubiese elegido otra manera de afrontar las cosas, pero respeto tu manera de aclararte —deja una caricia en el hombro de Leo y esboza media sonrisa que lo  desestructura por completo.

—Joder, Abril. Pero haz algo. Enfádate, deja de hablarme, yo que sé.

—¿Perdón? —el tono con el que acaba de hablar Leo es uno que Abril nunca había contemplado.

—Pues que parece que te da igual lo que piense, lo que sienta, que me vaya de casa o que te esquive cuando entro a la oficina —con los brazos en jarra, empieza a caminar de un lado a otro reflexionando a posteriori todo lo que acaba de decir.

—Claro que no me da igual, pero respeto tus tiempos. Estuve años controlada, no quiero ser esa persona que te lo haga a ti —poco a poco adquiere el mismo tono de su novio asustándose incluso ella cuando las palabras salen disparadas de su boca.

—Abril, podrías ir dejando el pasado atrás ya… —Abril casi puede sentir como algo dentro de su pecho se rompe sin remedio. Siempre que le ha hablado a Leo de su pasado ha sido la persona más comprensiva del mundo y, de repente, ese chico ha dejado de existir.

—Pues aplícate el cuento. Si cada vez que te vuelvas a encontrar a una amiga del pasado vas a poner nuestra vida patas arriba avisame desde ya, porque a lo mejor me conviene tomar otras decisiones —se da la vuelta intentando contener la rabia y la desesperación que le está produciendo la situación y, cuando consigue reunir el valor para girar el pomo de la puerta y salir, da un portazo que, en otras circunstancias nunca se le hubiera ocurrido dar.

Leo, intentando hacer reflexión sobre todo lo que ha pasado, se repite más de cincuenta veces lo idiota que puede llegar a ser a veces y, aunque se muere de ganas de pedirle perdón, vuelve a hacerse inmovil, aunque sabe que se va a arrepentir de no salir corriendo detrás de ella. Al igual que se arrepiente de haberse ido de esa casa o incluso de haberla herido con palabras que nunca ha sentido y jamás llegará a sentir.

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¡Buenos días (no tan buenos para ustedes, seguro)!

Llegué con drama, pero no me maten, es que la novela y el cuerpo ya lo estaban pidiendo a gritos.

Yo me voy a mentalizar de las amenazas y esas cositas que me van a llegar metidita en la piscina porque así las penas se pasan mejor. Y de paso me meto en la cabeza que Wattpad me va a cambiar los signos y la estructura y me quito dos penas de un solo golpe.

Gracias por estar. Nos vemos el domingo que viene, como siempre. Un abrazo de aquí a donde estés. 🤍

LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora