V

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Salimos. La calle estaba llena de gente que caminaba, hacía fila para entrar a algún lado o estaba sentada tomando café, helado o cerveza. El viento me sopló en la cara y me despabiló un poco.

En cuanto recuperé el color, Lucía me dejó para irse con Fulvio, que caminaba varios metros más adelante, como si estuviera apurado. Cada tanto se daba vuelta para mirarnos, no sé si a Mauro o a mí, ignorando por completo a mi hermana, que revoloteaba a su alrededor como una polilla encandilada.

Yo estaba decidida a no seguirle el jueguito hasta que, a la quinta o sexta vez me interrumpí a mitad de un comentario sobre James Bond (del cual Mauro era muy fan, aunque tenía opiniones controvertidas) para decir:

—Che, ¿qué onda tu hermano?

Se detuvo en seco. Fue una fracción de segundo, pero juraría que se puso pálido.

—¿Eh? ¿Qué onda con qué?

—¿Tiene algún problema conmigo? No hace más que mirarme. Me pone nerviosa.

—No, no, es que... —Se rio, desvió la mirada, se rascó la nuca, levantó los hombros, cerró los ojos, suspiró, y al final de toda esa pantomima, tiró la bomba:—. Está interesado en vos.

No supe qué decir; se me habían amontonado tantas respuestas para eso que, simplemente, me quedé en blanco.

—No me jodas —espeté.

Él no daba más de colorado.

—No, no es joda.

—Pero si tiene un ejército detrás de él. Y convengamos que no soy su tipo. Mirá eso —agregué, señalando a mi hermana—. Hasta me da un poco de lástima, mirá. Tuvo mala suerte últimamente.

—Qué querés que te diga —respondió Mauro poniendo las manos en los bolsillos—. Dice que le gustan los desafíos.

No sabía si reírme o sentirme asqueada.

—No es mi tipo —terminé por decir—. Ya salí con un par así; no son nada del otro mundo.

Me miró como si no me creyera. De repente, pareció interesado:

—Y... ¿cuál es tu tipo?

En ese momento, no pude darme cuenta si lo decía en serio o en broma, pero no me importó.

—No tengo un "tipo", qué sé yo —dije, remarcando "tipo" haciendo comillas con los dedos—. Me gusta la gente con la que se puede conversar. Y que tenga sentido del humor.

Mauro movió los dedos como si estuviera contando:

—Conversar, sentido del humor... ¡Mirá qué suerte! Cumplo con las dos condiciones.

—Puta, qué ofertón.

—Y no vayas a decir que tampoco sos mi tipo —agregó mirándome más o menos disimuladamente de arriba abajo.

Era la primera vez que alguien hacía eso sin que yo me sintiera incómoda.

—¡Un kiosco, por fin! —exclamé apurándome a entrar.

Esta vez, la que no daba más de colorada era yo.

El kiosco estaba vacío, así que nos tomamos nuestro tiempo en decidir lo que queríamos. Terminamos comprando un café para mí, gaseosa para los demás y galletitas para todos. Nos cobró un hombre que parecía estar aburrido de nosotros y de la vida.

La cafeína y el azúcar me levantaron del todo. Es por eso que no me explico por qué no recuerdo cómo fue que llegamos a los bosques de Palermo. Sin darme cuenta, de repente solo estábamos nosotros, los árboles, los faroles, el Planetario a lo lejos, y las nubes, que, en ese momento, tapaban la luna. El viento era suave y agradable, una de esas brisas que nos hacen preguntarnos si de verdad estamos en noviembre.

Lucía y Fulvio se habían alejado bastante; todavía podía oír sus voces (mejor dicho, la de ella), pero ya no llegaba a entender nada de lo que decían. La frescura del aire me puso más alegre de lo que ya estaba, y, aprovechando la música de un auto que pasaba a lo lejos, me puse a cantar con los ojos cerrados:

I don't care if Monday's blue...

Estiré los brazos estilo novicia rebelde; una mano se cerró con firmeza en una de mis muñecas y me arrastró. Me reí por centésima vez esa noche. Al abrir los ojos, me encontraba con Mauro, que tenía la espalda contra un árbol. A pesar de la poca luz, podía distinguir su expresión divertida al continuar la canción. Como estaba apoyada en él, llegué a sentir el lejano latido de su corazón, a todo lo que daba. Me dio tanta ternura que lo besé sin pensar.

Me soltó, supongo que por la sorpresa, de modo que aproveché para rodearle el cuello con los brazos. Un instante después, apoyó con timidez las manos en mi espalda; una subió hasta mi nuca, mientras que la otra bajó con menos determinación y se detuvo en la cintura.

Los sonidos se diluyeron. A esta altura, yo ya no sabía dónde estaba mi hermana y no me importaba. Mauro me devolvía el beso con firmeza; me apoyé más contra él y cerré más los brazos. Tomé su mano, la que dudaba, y lo llevé con lentitud hacia abajo. Al llegar al bolsillo trasero de mi jean, se soltó.

—¿Qué es eso? —preguntó.

Sin entender, me toqué el bolsillo.

—Ah... —dije al darme cuenta de qué se trataba—. Es un diente de ajo. Me había olvidado de que lo tenía, ja.

Acerqué mi boca a la suya, pero él se alejó. Seguía sonriendo, pero su curiosidad era genuina.

—¿Y qué hacés con un diente de ajo en el bolsillo?

—Por si me cruzo con un vampiro, hellooo.

Juro que, en cualquier otra situación, jamás habría respondido eso. Pero no sé cómo este tipo me había hecho bajar la guardia.

Tosió como si se hubiera atragantado con saliva.

—Qué.

En lugar de repetir lo que había dicho, como pensé en primer lugar, lo miré de arriba abajo y pregunté:

—No serás un vampiro, vos... ¿no?

Volvió a toser.

—¿¡Estás loca!? ¿Cuántas veces me viste en Ciudad a plena luz del día?

Me quedé pensando. Era un buen punto.

—Tenés razón —tuve que admitir.

—Claro que la tengo —dijo riéndose—. Y más vale que tengas una muy buena explicación para esta charla.

—Claro que la tengo —repetí—. Después te cuento. Ahora besame, boludo.

Me acerqué otra vez, cuando un grito de horror nos hizo saltar al mismo tiempo:

—¡LUCRECIA!

Bueno, POR FIN estoy acercándome al final de este cuento. ¿Qué les pareció? Espero que les haya gustado, porque tardé tanto en llegar a esto que temo que no esté a la altura de las expectativas. En lo personal, estoy satisfecha, aunque hay detalles de estilo que hay que pulir. Cuéntenme sus opiniones, buenas o malas, todo viene bien para mejorar :)

Por cierto, el video es de la canción que canta Lucrecia. Un clásico de una de mis bandas favoritas <3

Los hombres lobo no se depilanWhere stories live. Discover now