III

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Esta vez, la que abrió los ojos fui yo. Me di vuelta. En efecto, ahí estaba, mirándonos sin disimulo ni ninguna clase de expresión en la cara.

—¡Te dije que no mires! –exclamó mi hermana.

Yo llamé al barman y le pedí otro mojito.

—¿Sigue mirando? –pregunté sin moverme.

—No, no. Está hablando con alguien. No lo distingo, no sé quién es. ¡No puede ser tan lindo! Lástima el nombre horrible que tiene.

—Si se acerca, me voy a la mierda.

Lucía se volvió a mí con una expresión asesina y me apretó el hombro:

—Ni se te ocurra. Me lo debés.

Me tomé el mojito de un tirón.

No pasó mucho tiempo antes de que el otro se acercara; traía una lata de cerveza y un plato de maníes.

—¿Qué tal? Me mandaron a tantear el terreno –dijo, riéndose, y agregó, señalando a Flavio:–. A él supongo que lo conocen; a mí no sé si me vieron alguna vez, soy Mauro.

Saludó con la mano. Claro que lo conocíamos, pero siempre lo habíamos visto de lejos. Le hicimos lugar y él se sentó con total naturalidad. El nivel de aplomo que tenía era sorprendente; más aún porque no se parecía en nada a Flavio. Era prácticamente todo lo contrario de aquel: rellenito, de estatura promedio; ojos redondos y pelo oscuro y revuelto. Ya se le notaban las entradas y todo. Lo que más llamaba la atención era la cantidad de vello. Entre la barba y lo que asomaba desde la camisa no había solución de continuidad. No era mi tipo, pero su expresión simpática y voz profunda me resultaban agradables. Nos agradeció con una sonrisa y se dio vuelta para llamar a Flavio con un ademán.

—Él es mi hermano –dijo sin esperar a que el otro llegara–. Se llama Fulvio.

Se me escapó una carcajada. Lucía me miró con espanto. Mauro sonrió con expresión de sorpresa.

—¡Y yo creía que Estanislao era de lo peor! —exclamé.

—Prefiere que le digan Flavio. Él se llevó toda la facha, pero el del nombre cool soy yo.

—Ya les dijiste lo del nombre intervino el susodicho con tono de disgusto al llegar y, volviéndose hacia nosotras, agregó:–. Siempre hace el mismo chiste imbécil.

Se sentó al lado mío. Al verlo, se notaba enseguida por qué les gustaba tanto a mis compañeras: era alto, esbelto, rubio, tenía un rostro que equilibraba, de una manera notable, suavidad y dureza en los rasgos. No tenía un solo pelo fuera de lugar. Me hizo pensar en los modelos de las publicidades de máquinas de afeitar. Me alejé un poco de él.

Tampoco era mi tipo. Pero sí el de Lucía.

Tomó un sorbo de su vaso. Por un momento, pareció que iba a hablar, pero permaneció callado. Hubo un silencio incómodo.

Mauro tomó un poco de cerveza. A mí se me antojó algo más dulce y pedí un daiquiri de frutilla. Lucía pidió una gaseosa light.

—¿Ustedes quieren algo? –pregunté, más por amabilidad que por otra cosa.

—No, gracias –respondió Mauro, llevándose otra vez la lata a la boca –. Hace rato que no las vemos. ¿Se cambiaron de carrera?

El pobre la remaba como podía. Fulvio me miraba sin disimulo ni expresión definida. Lucía, por su parte, no hacía más que acomodarse la ropa, tocarse el pelo; en fin, moverse, en un esfuerzo inútil por llamar la atención de aquel. Decidí ignorarlos a los dos; me ponían nerviosa.

—Con lo que gastamos en orientación vocacional, más vale que no –dije, riéndome–. Por suerte pudimos promocionar todo. ¿Y ustedes?

Así nos enteramos de que Fulvio se había anotado en Arquitectura, pero que estaba planeando cambiarse de carrera; por eso daba tantas vueltas por los pabellones de Ciudad Universitaria. Parece que a la madre, una especie de matrona autoritaria, por cómo la pintaban, no le gustaba la idea de que su hijo menor se dedicara al modelaje y lo presionaba para que se anotara en algo, cualquier cosa.

—Bueno, no la culpo –acoté–. Con ese tipo de carreras siempre es mejor tener un plan b.

Al tipo no se le movió un pelo, pero juro que algo en su rostro se ensombreció. Podía poner cara de malo todo lo que quisiera, yo no pensaba dejarme hechizar por su belleza.

Mauro, por su parte, estudiaba Veterinaria y lo amaba. Mejor dicho, amaba los perros; estuvo como quince minutos disertando con gran elocuencia sobre diferentes razas y sus cualidades. Era de lo más aburrido, a decir verdad, porque yo soy más de gatos y Lucía, de conejos. Sin embargo, no era el momento de revelarlo. Este chico me caía cada vez mejor y me estaban entrando ganas de bailar, así que, en cuanto comenzó a sonar Just can't get enough, lo agarré del brazo y me lo llevé a la pista.

No duramos mucho; me quedé sin aire enseguida. Cuando volvimos a la barra, Lucía hablaba y hablaba sin parar, mientras Fulvio miraba alrededor con aire ausente.

—¿Ustedes no van? –pregunté.

Mi hermana me miró, un poco molesta.

—Claro que no –respondió Mauro riendo–. Fulvio no baila. Es demasiado sexy.

—Yo no ando por ahí haciendo el ridículo –dijo aquel con aire digno.

—Por lo menos me divierto –replicó el otro, y agregó, dirigiéndose a nosotras. Justo en ese momento, comenzó a sonar Wake me up before you go go, y agregó:–. Es tu canción, ¿no tenés ganas de irte a fumar a una estación de servicio?

El chiste era pésimo, lo sé, pero en ese momento me hizo reír tanto, que perdí pie. Mauro, con una velocidad pasmosa, me atajó antes de que cayera al suelo; cuando quise darme cuenta, me tenía entre sus brazos.

—¿Estás bien? –preguntó.

Me estremecí, pero no era miedo. Me enderecé de un salto y me senté junto a mi hermana. Sentí un mareo bastante fuerte y me refregué los ojos.

—¿Estás bien? –preguntó ella.

—...Sí. –respondí como pude.

—Te pegó el alcohol.

—¿Qué...? No, nada que ver.

—¿Comiste algo? Desde que volviste del trabajo no te vi comer nada.

No lo recordaba. Era posible que ella tuviera razón. Tenía la cabeza medio aturdida, pero no estaba segura si era por el alcohol o por otra cosa. No había tomado tanto... ¿O sí?

—No tengo mucha hambre, en realidad –dije, hablando despacio para que no me patinaran las palabras–. Lo que me vendría bien es un poco de aire.

—Podemos salir, si tienen ganas –se apuró a decir Fulvio–. Caminamos un poco y buscamos un kiosco o una estación de servicio para tomar un café con leche o algo.

Era la primera vez que lo veía tan amable. La sonrisa me pareció forzada, pero pensé que era cosa mía. Algo en él me generaba desconfianza; todo lo contrario de su hermano.

A Lucía se le iluminó el rostro al oír la propuesta, y aceptó antes de que pudiera detenerla. El alcohol me había vuelto lenta; ahí mismo decidí que sería la última vez en la vida que bebía tanto. Me disculpé para ir al baño y me llevé a la rastra a la inconsciente de mi hermana.



Bueno, por fin apareció el tal Flavio, y no está solo. ¿Cómo les cayeron estos muchachines? ¿Les gustaron las descripciones? Cuéntenme qué opinan del capítulo, si les gustó, no les gustó, les parece que falta algo...

Por cierto, el video explica la referencia que hace reír a Lucrecia XD

Los hombres lobo no se depilanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora