La premonición

19 2 0
                                    

Durante los días más calurosos del verano me alejaba de las calles frías y oscuras de la ciudad. Los verdes campos del interior se convertían en mi hogar durante los meses de Julio y Agosto. Disfrutaba con el olor del rocío al amanecer, el sonido del río entre las ondulantes colinas. Atrás quedaban los gáses de los coches y todos aquellos sueños sumergidos entre alquitrán y cemento.
Durante la mañana del tercer día en mi estancia veraniega, salí a pasear por los dorados y serpenteantes senderos de las montañas cercanas. Cada año hacía la mísma ruta, pues me gustaba sentarme a descansar bajo una vieja roca desde la que se podía ver todo el valle. Al llegar a mi destino, suspiré, coloqué mi roída chaqueta en el suelo y empecé a reposar.
Cuando el sueño me consumió por completo, tuve la sensación de que mi cuerpo se elevaba y avanzaba a una velocidad vertiginosa. Atravesé oceanos y desiertos, hasta que, aparentemente, mi cuerpo cayó de bruces contra un suelo blanco y frío. Era nieve. Frente a mi se levantaban cuatro imponentes torres de cristal helado, unidas por lo que parecían ser diversos pasadizos y puentes. Sin saber por qué, y llevado por una inercia ancestral, mi cuerpo se acercó a la gran puerta de entrada. Una puerta negra, apuntada, de un material desconocido. Estaba asustado, pero sin saber el motivo, llamé a la fría y oscura puerta. Los materiales comenzaron a desplazarse hacia la derecha. Entré en el interior. Hacía frío, la estancia era de proporciones gigantescas, y humillaba cualquier tipo de catedrál gótica construída por el hombre. Un potente azul inundaba las paredes de la habitación, como si de hielo se tratáse. Sobre mi, la oscuridad se extendía, apenas se alcanzaba a ver el final de la estructura. Frente a mi cara tostada por el sol, se levantaba un enorme trono blanco, decorado con detalles de extrañas criaturas. Sentado sobre él, un ser de grandes dimensiones me miraba, debía de medir unos diez metros. Sus ojos carecían de parpado y pupila. Estaban bañados por un potente escarlata. Su piel era pálida, lisa, carente de imperfecciones. No tenía pelo. Una túnica dorada cubría su cuerpo desnudo. Había algo en su mirada que me amedrentaba. Extendió su mano derecha con la palma abierta, parecía estar muerta, sin ningún atisbo de vida. Mi cuerpo, mágicamente, comenzó a acercarse hasta estar cara a cara con el extraño ser, cuyo rostro mostraba una implacable seriedad. Me analizaba con la mirada.
Se movía lentamente, de forma perturbadora y serpenteante. De su mano izquierda emanó una luz blanca. Algo me empujó a mirarla, imnotizado. Me di cuenta de que, en el interior de aquella luminosidad se proyectaban imágenes en movimiento. Me fijé bien, no podía moverme. Pude ver ciudades y campos ardiendo. Gritos de hombres y mujeres resonaban en mi cabeza, torturandome. Cualquier mortal habría pensado que se trataba del propio infierno, de no ser porque, entre el caos, alcancé a ver mi casa en la ciudad, ardiendo y haciendose cenizas. La puerta se abrió bruscamente y de su interior apareció mi rostro, entre profundos gritos y con la piel llena de pústulas y quemaduras. Quedé horrorizado ante aquella visión. Pude notar como el rostro serio de aquél extraño ser se intercambiaba por una malévola sonrisa.
De nuevo empecé a moverme rápidamente, elevandome. Avanzaba a tal velocidad que no era capaz de ver donde me encontraba. Sin embargo, tenía claro que ya no estaba en el edificio, que me estaba alejando a kilometros de allí. Desperté sobresaltado, era de noche, había perdido toda noción del tiempo. La vieja roca sobre la que mi cuerpo descansaba estaba mojada, había llovido. Yo, sin embargo, estaba completamente seco, como si no hubiese estado nunca sobre aquella fría piedra. Me levanté y me dispuse a regresar a la casa de campo. No podía borrar aquellas imagenes infernales de mi mente. El dolor de cabeza penetraba mi cerébro como si se tratara de mil alfileres clavandose a la vez. ¿Había visto a Dios? ¿Tal vez había visto al diablo? ¿O se trataba de una visión del futuro? ¿Una premonición?
Estaba confuso, puede que mi cabeza solo se lo hubiese imaginado. Pero me es imposible explicar por qué mi cuerpo estaba seco mientras a mi alrededor parecía haber caído una ola del cielo. No lo se. Me senté junto al fuego del hogar, cálido como los primeros chocolates del invierno. Pensativo. Cuántos dioses antiguos desconocemos, anteriores a Cristo, anteriores a la mano creadora del Dios conocido. Tal vez nos vigilen desde sus castillos de plata, tal vez controlen nuestro funesto destino.
Mi vida ha cambiado, vivo con miedo y, a menudo, siento una presencia fría detrás de mi. Tengo la sensación de que rezar en el nombre de nuestro diminuto Dios no hace más que empeorar mi locura. Tengo constantes visiones.
El suelo tiembla, cada vez hace más calor. Está empezando a quemar. La hora ha llegado. ¡Quema! ¡Demasiado!

Relatos desde un rincón desconocido. Onde histórias criam vida. Descubra agora