Ideales
Dos mellizos son los estudiantes más destacados de España y ganan la mejor beca universitaria de Estados Unidos. Pero se ven implicados en un secuestro de la hija de la familia más popular de la ciudad y acusados de ser los culpables. ¿Perde...
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Kylee «Cooke» Sorní
Mi hermano sostenía mi brazo para hacer el intento de detenerme, seguía mis pasos, pero estos no me llevaban a ningún lado por estar sostenida.
—¡Véanlo! ¡Es un asesino! ¡Un psicópata absuelto!
—Cooke, ¿qué te pasó? Estás-
—Este imbécil es un asesino —le interrumpí de mala manera—. Lanzó su vehículo al lago conmigo dentro luego de golpearme la cabeza contra el cristal de la ventana. ¡Es un homicida!
—Cálmate Co-
—¡¿Cómo quieres que me calme cuando veo a un asesino frente a mí, sonriendo como si nada?! Está delante de esta bola de inútiles fingiendo demencia mientras yo pierdo la cordura. ¡Es un asesino y no tengo la menor duda de que es el culpable de la muerte de Mara!
Karter me tomó con más fuerza y me jaló para que me alejara de la escena, pero yo evité que me lleve con él, quiero enfrentarme a ese imbécil cínico que tenía a unos metros.
—Cooke —empezó Amaya con una voz dulce—, mejor vámonos, nosotros-
—Juro por mi vida que te haré pagar —escupí con rabia cuando sus comisuras subieron más—. Y cuando lo haga, no te olvidarás de mi nombre.
—Cooke, deja el maldito espectáculo y vámonos a la habitación. —Karter me movió por impulso, pero yo caminé en contra de la dirección a la que él iba—. Cooke, la beca.
—¡Me importa una mierda la beca! ¡Karter, maldita sea, pude morir ahogada, hermano! ¡Pude morir como Mara! —Me enfrenté a él para gritarle aquello, para volver a girarme otra vez al castaño.
Todos soltaron sonidos, atónitos por lo que había dicho, los murmullos se levantaron a nuestro alrededor. A mí no me importaba en absoluto, quería volarle esa maldita sonrisa como fuera, quería desaparecer a ese infeliz. A pesar de eso, Maxwell seguía en silencio con sus manos dentro de sus bolsillos, como si no sucediera nada.
—Karter. —Me di la vuelta para tomar por los hombros a mi hermano, él se sorprendió por el giro repentino—. Karter, tienes que creerme. Te lo ruego, Karter. Por lo más santo que tenemos te pido que me creas, yo nunca te mentiría con esto.
—¿No lo harías? ¿Así como lo del ácido fólico? ¿O lo de tu pelo blanco?
Abrí los ojos con sorpresa, el sudor se me hizo frío al saber que hablaba en serio, que me sabía descubierto. Entendía que era cuestión de tiempo, pero no tan rápido. Pero luego le aclararía las cosas, ese no era el momento.
—¡No! ¡No! Esto es real, esto es un intento de asesinato. —Señalé al chico detrás mientras sostenía a mi mellizo—. Podemos ir al lago, su auto sigue debajo del agua. Te lo juro por el abuelo. Créeme por el amor de Dios, ¡créeme!