Sodomía

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—Ave María purísima...— dijo el Padre North

—...sin pecado concebido— contestó el joven Beltrán.

Hubo un pequeño silencio en la iglesia, al otro lado de la capilla, Beltrán podía oír como el padre North tomaba saliva.

—Cuéntame hijo, ¿Qué os perturba como para venir a pedir perdón a nuestro señor?— preguntó el Padre North

—Veréis Padre, últimamente he tenido sueños...indebidos— explicó Beltrán, le empezaban a doler las rodillas.

—Mmm...no temáis hijo mío, sois joven aún, con el tiempo y con la ayuda de nuestro señor esos sueños desaparecerán—

Beltrán tosió levemente para aclararse la garganta, debía ser sincero totalmente con el Padre North para que este lo ayudará de la mejor forma posible.

—Padre...he soñado...con otros hombres— explicó el joven nervioso.

Al otro lado de la fina pared de madera, Beltrán pudo oír al Padre North ponerse en pie.

—¡Hijo mío, diez días de penitencia con pan y agua en tu habitación, no podrás salir en ese tiempo, reza a Dios para que te ayude!— gritó el padre saliendo del confesionario y agarrando a Beltrán por el brazo derecho.

Luego de unos segundos de ser llevado a la fuerza por los pasillos del convento, el Padre North tiró a Beltrán a su habitación y cerró la puerta con llave para que no saliera. El joven monje se quedó quieto en el suelo, en su mente no entendía el porqué era mal visto soñar con otros hombres, para él era algo normal, siempre había pensado en otros jóvenes como él, pero por algún motivo la gente lo veía mal. Aquella noche, tumbado en su cama y arropado bajo las sábanas, el joven Beltrán tuvo de nuevo aquellos sueños, estaba caminando por el bosque, desnudo, como si fuera un cuento griego, de pronto, llegó a un riachuelo y se miró en el agua, estaba muy distinto, tenía el pelo largo y la piel más morena, como si hubiera pasado un tiempo muy largo.

—¿Hola, hay alguien?— preguntó el joven mirando a ambos lados, deseando estar solo para que nadie viera su desnudez.

Hubo unos segundos de silencio, hasta que escuchó unos pasos y una voz detrás suya.

—Un joven tan bello y unos deseos tan primitivos, nadie debería juzgar aquello que deseas, ¿no lo crees?— preguntó la voz a sus espaldas, era un hombre.

Beltrán estaba rígido, incapaz de moverse, aquella voz masculina lo había dejado quieto. Se notaba raro, estaba tranquilo, sudando ligeramente y su miembro estaba duro como una piedra. De pronto, noto unas manos cálidas en su cintura y el pecho duro de aquel hombre en su espalda, Beltrán giró su cabeza para verlo, era un joven, pelo largo, ojos verdes, labios carnosos y cejas gruesas, el joven miraba al frente, serio.

—Amar a alguien no debería ser pecado, ¿no crees?— preguntó el joven.

—No...quiero decir...no lo se— Beltrán estaba nervioso, podía notar el miembro de aquel joven alto en su espalda, cálido y también duro.

El joven se rió, para acto seguido agachar su cabeza y pegar sus labios a los de Beltrán, estaba besando a otro hombre, en un sueño, era una sensación rara y placentera. Beltrán sintió su mente en blanco y sintió como el apuesto joven...

Beltrán apartó aquel recuerdo de su mente, debía concentrarse en encontrar su libro, aunque el hecho de que se hubiera sentado a la orilla del río que había al lado del campamento no era la mejor forma de buscarlo. Pero si no lo encontraba alguien podría encontrar lo que había escrito en él, todos sus pensamientos más íntimos saldrían a la luz. Aquel libro no era como el que te podías encontrar en un monasterio, entre sus hojas había pequeños folios escritos de forma rápida sobre lo deseos carnales del joven Beltrán, el cual había vuelto a tener sueños pecaminosos, con el mismo joven que aquella vez, aunque ahora le podía poner cara, era Solo, él era el que se aparecía en sus sueños, pero por alguna razón, cuando Beltrán caía en sus brazos todos sus miedos desaparecían, como si al ser tocado por Solo, pudiera ser más libre.

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