— Lo tuyo con Sara es distinto, pues tal pareciera que ambos se esfuerzan por hacer las cosas mal — respondió.

Me quedé en silencio sopesando sus palabras. Cada una de ellas fue como una estaca directa al corazón.

— Mándale un saludo de mi parte y espero que algún día podamos tomar un café como buenos amigos.

— Esperemos.

Me regaló una cálida sonrisa para poco después depositarme un beso en la mejilla en son de despedida. Se marchó no sin antes recordarme que era un completo idiota.

 

[... ]

Salí a almorzar con Esteban. Necesitaba distraerme con una urgencia, pues mi cabeza estaba hecha un lío.

— Pensé que arreglarían las cosas. — comentó.

— Ella no quiere y yo tampoco.

— ¿Por qué son tan tercos? Todo mi esfuerzo para juntarlos pensando que arreglarían las cosas fue en vano. — se quejó. — Me siento decepcionado.

Le di un trago a mi cerveza, pues era lo único que acostumbraba a tomar últimamente mientras comía. El sonido de la música en el restaurante de cierto modo me relajaba y es que no solía ser muy fan de Bob Marley, pero esta vez me hacía sentir... Distinto.  Y es que no importaba que tan ebrio o sobrio estuviese, o donde estuviese y con quién. No podía dejar de pensar en ella ni un miserable segundo desde que apareció en mi vida aquel día en mi oficina.

Esa era la realidad. Desde que la conocí comenzó a ocupar cada parte de mi mente. Poco a poco se fue apoderando de ella. ¿Quién diría que esa mujer que vi tan insignificante en aquel momento se volvería tan valiosa para mi?

— No puedo creer que no estés dispuesto a luchar por ella. De haberlo sabido, lo hubiera hecho yo.

— Jódete —. Murmuré.

Suspiramos en unísono y sabía que aunque ya habíamos arreglado nuestras diferencia, el hecho de que Esteban siguiera enamorado de Sara, no me molaba ni un poco.

— No puedo imaginar cómo sería un hijo tuyo y de Sara — comentó con la intención de calmarme — Tu tan amargado y ella tan dulce. ¿Me pregunto cómo sería?

—Estoy cagándome de los nervios y tu ya estas pensando en eso — musité cansado  — Aún no se cómo me siento con respecto a todo esto.

— Es normal sentirse asustado en papás primerizos— respondió —, pero deberías ya de comenzar a cuestionarte sobre ello. En que es lo que te depare la vida, ya sea niño o niña. En lo personal me gustaría que fuera una niña.

— Si es una niña...— respondí con una sensación extraña en el corazón. Una sensación agradable y cálida, pero al final de cuentas era una sensación extraña — Es... ¡Joder, solo espero que sea como Sara!

— Esperemos, porqué si no... ¿Te imaginas que sea como tú y se tire a casi todos los chicos de Córdoba?

No respondí, pero en su lugar lo fulminé con la mirada. De tan solo imaginarlo ya me consideraba un asesino de pubertos calenturientos.

— Y hablando enserio. ¿Qué vas a hacer? — cuestionó.

— ¿Con qué?

— Con Sara — respondió — Vas a darle su parte mensual y van a dividir al bebé en dos. ¿O cómo está el asunto? ¿No piensas volver a intentarlo?

— No lo sé —murmuré inseguro.

Me recargué sobre el respaldo de la silla y entrelazando mis manos sobre mi regazo solté un entrecortado suspiro y simplemente lo sentí:

Aquí estaba yo, Leonardo Pereira a mis casi treinta y siete  años, esperando por un hijo que pensé no tendría jamás; con una peculiar mujer que jamás imaginé conocer en mi vida. Y cuya vida cambió en una milésima por segundo justo cuando yo no estaba preparado para tal golpe. Pero lo que si era seguro, y lo cual reafirmaba con suma certeza, es que no lo hubiese preferido diferente.

— Marisol Pereira... — comentó analizando el nombre — O, Sofía Pereira. Ambos suenan genial.

— Si tu lo dices...

— O si es niño, Esteban Pereira. ¡Vaya chulada!

— Y una mierda — respondí divertido.

Ambos reímos.

— Leo, no la dejes escapar. Ella te ama, solo esta dolida, al igual que tu. — continuó — No es por ser un bocaza, pero ella se comporta de esa manera porque piensa que si te casaste con Amelia.

Ah.

— ¿Qué? — pregunté anonadado.

— Si no fuera por eso, ella te lo hubiese dicho. De eso estoy más que seguro.

— ¿Y por qué ella no me dijo nada al respecto? — pregunté molesto.

— Tal vez porque no le diste la oportunidad — respondió irónicamente — Ella simplemente no quería encasillarse como la otra y dejar a su hijo lidiar con ese infierno.

Me levanté de golpe y me bebí la cerveza de una sola. ¿Cómo pude haber sido tan idiota y no darme cuenta de sus inseguridades? Ahora entendía su discurso de vivir entre las sombras como la madre de mis hijos.

— Debo irme, yo... — susurré con urgencia y un poco de desesperación. — Necesito verla y... Decirle tantas cosas.

Salí a toda prisa en dirección a mi coche, y sobándome las manos para secar el sudor en ellas, arranqué en dirección a su casa bajo la luz del sol.

Estaba nervioso y asustado, pero ya no podía huir más. Esta era nuestra última oportunidad.

LA CHICA DESASTRE ©° Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora