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Por fin era libre y había sido invitado a un evento por parte del grupo de golf al que hacía donaciones anualmente para que siempre estuviese en buenas condiciones. Era una gran oportunidad para despejar mi mente y distraerme un poco del trabajo. No había mejor manera de hacerlo que con amigos y mujeres sensuales que nos acompañasen.

Salí de la oficina temprano, puesto que era sábado y debía ser antes de que Amelia se diese cuenta y se ofreciera a acompañarme o... Ese era mi plan. Al entrar al elevador, ella ya se encontraba ahí

— ¿Sales?

— Si — respondí indiferente.

— ¿A dónde? — me cuestionó.

— Al club.

— ¿Por qué no me dijiste? — se cruzó de brazos y me miró molesta.

— Solo van hombres, Amelia — dije — No hay lugar para ti y lo sabes

— Bien — respondió encogiéndose de hombros para luego darme un beso en la mejilla — Diviértete, amor.

Cambió de humor repentinamente.

Una reacción por su parte que me dejó sorprendido. El hecho de que no buscara una pelea o en su defecto, insistir en acompañarme me dejó un muy mal sabor de boca.

Al llegar me encontré con Mariano, un muy buen amigo mío y ex compañero de terapia. No duró mucho en ella, pues al mes la abandonó. Hacía un tiempo lo encontré deambulando por las calles y es que el hecho de que su esposa e hija murieran en un accidente lo dejaron destrozado. Fue muy difícil para él  y se dejó caer en la miseria. Esa vez decidí  hacer las cosas bien, lo que no hice hace tantos años.

Lo apoyé a qué retomara las terapias junto conmigo, lo escuché cuando lo necesitaba y después lo ayudé a conseguir este empleo. Aunque su vida ya no era la misma de antes y a pesar de que no hay día en que no sufra la perdida de su familia, ahora da lo mejor de si.

— Que bueno que viniste, Leo — me recibió con un gran abrazo.

— ¿Te nos unes? — pregunté.

— No — negó con la cabeza — Estaré trabajando, pero si acabo antes no dudare en unirme a ti. Diviértete.

— Eso haré.

Entré a un pequeño recinto, donde se encontraban los demás miembros. Tomé asiento a lado de Nicolás, dueño del club, y lo saludé cordialmente.

— Pensé que tú mujer no te dejaría venir —comentó y yo respondí con una ligera carcajada.

Cada miembro no perdía la oportunidad de burlarse de mi relación con respecto a lo posesiva que Amelia era conmigo, pero era un buen tema para divertirnos un rato.

— ¿Qué tienes para ofrecerme hoy, Nick? — pregunté y no perdí la oportunidad de darle un trago a mi copa de whisky.

— Una belleza — respondió mientras que una rubia se sentaba sobre sus piernas. — Es pelirroja y alta. Cómo se que a ti te encantan. La encontré especialmente para ti. Es prima de Susana. 

Susana, una de sus amantes favoritas.

— ¿Y dónde está? — pregunté ansioso. Necesitaba a alguien que me sacara a Sara de la maldita cabeza.

— Justo viene entrando — respondió señalando a una hermosa mujer que entraba al lugar.

Era justo como la imaginé cuando la mencionó y aún así sus palabras no le hacían justicia. Caminaba como si estuviera modelando en una pasarela, contoneando las cadera y cuyo cabello se movía en una fina danza cargada de sensualidad. Era muy alta, delgada, pero con unas tetas maravillosas. Eran grandes y firmes siendo cubiertas por una tela color carmesí — operadas, sin duda — Su mirada era decidida y esos ojos azules bajo esas abundantes pestañas demostraron la inmensa seguridad que poseía.

Y lo consiguió.

Consiguió que Sara fuera borrada de mi mente, logro desaparecer su existencia y definitivamente está vez yo iba a divertirme.

— Hola, guapo — se sentó sobre mi regazo y  mi hombría reaccionó de inmediato.

— Hola, hermosa — le regalé un cálido beso en la mejilla y apreté su muslo derecho con suma lasciva.

No quería demorar más, necesitaba follármela de una jodida vez. El ser visto por los demás perdía importancia.

— La mejor para ti, Leo — dijo Nicolás y yo le agradecí con la mirada. Sin duda era la más hermosa de todas las presentes.

— Y... ¿En qué te puedo ayudar? — preguntó y sentí como  presionó más sus caderas contra mi entrepierna. — Creo que acabo de descubrirlo.

— ¿Cuál es tu nombre? — pregunté y presioné su cuerpo más al mío. Era exquisita la sensación que provocaba en mi.

— Sara Medina — respondió y juro por dios que se me fue la sangre a los pies.

¡Esto ya era demasiado!

— ¿Estás bromeando?

— No, ¿por qué bromearía contigo?

Comenzó a besar mi mentó para luego descender hasta mi garganta. Definitivamente ya estaba listo para ella.

Decidí ignorar la coincidencia de sus nombres, en su lugar opté en darle un nombre más adecuado para ella.

— Por hoy serás Lola — giré su rostro para evitar que respondiera y comencé a besarla con desesperación. 

Sabía a fresa y sus labios eran fríos y suaves. No eran como los de ella, pero por ahora era más que suficiente.

La levanté para enseguida hacerlo yo y comencé a caminar al rincón del lugar que es donde se encontraban los cuartos que en el pasado eran de mi uso exclusivo.

Entonces, debía continuar.

La levanté en mis brazos  y la empotré contra la pared aprisionándome contra ella y restregándome en su centro de placer. La escuché gimotear y eso me prendió aún más. Pase ambas manos por la cara externa de sus muslos con la única intención de quitarle el tanga que no hacía más que estorbar, — me gustaban sin nada — pero antes de poder conseguir mi objetivo, un grito llamó nuestra atención.

— ¿Qué fue eso? — preguntó ella.

— Ni puta idea — ignoré tal sonido, no me interesaba, yo solo quería follar.

Entonces escuché una voz la cual intentaba defenderse. Me pareció tan familiar su timbre que no se en que momento comencé a caminar, pero lo cierto era que no me importó dejar atrás a Lola. Y cuando menos me lo visualicé, yo ya me encontraba frente a la piscina.

Y ahí estaba, defendiéndose de los guardias que intentaban sacarla por invadir propiedad privada. Entonces, lo siguiente que vi fue a ella cayendo al agua en uno de sus arrebatos dejando a todos boquiabiertos.

No sabía cómo, pero Sara había logrado llegar hasta mi.


LA CHICA DESASTRE ©° Onde histórias criam vida. Descubra agora