Spin off ACTBH - Capítulo 3

136 10 1
                                    

Her soul is black and it's a fact that her sneer will eat you alive.

***
Aquella noche, como de costumbre, Jane durmió fatal. Y, como siempre, su sueño estuvo repleto de pesadillas que parecían aferrársele al cuello y la sofocaban con sus fríos y letales dedos de hielo.

Aquel sueño que la acompañaba cada maldita noche desde hacía dos años como una sombra siempre tomaba la misma forma: eran una serie de imágenes, ruidos y sensaciones inconexas que le recordaban, una y otra vez, aquel suceso que la había destruido por dentro cuando tenía veintiún años.

Como todas las noches, Jane tuvo que enfrentarse a la pesadilla que la atacaba con el recuerdo de su corazón latiéndole desaforado de miedo dentro del pecho. El frío nocturno que le mordía la piel. La sensación de vértigo que acompañaba cada una de sus respiraciones. La manera en la que todo daba vueltas a su alrededor de manera vertiginosa. El peso sofocante sobre su cuerpo, que parecía aplastarla más, y más, y más, hasta que Jane se preguntó si no llegaría a convertirse en parte del suelo y el suelo en parte de ella.

Y, sobre todo, el dolor. El dolor insoportable que la recorría de parte a parte. El intenso y punzante dolor de su interior. El dolor de su piel, de sus articulaciones, y de su mente. De su corazón, que sabía que no volvería a ser la misma de siempre.

***
Jane se despertó con un sobresalto, sintiendo que no podía respirar, el corazón latiéndole tan desaforado que parecía a punto de salírsele del pecho, avisándola de un peligro inexistente. Jane trató de respirar, pero el cuerpo le temblaba tanto que se sentía incapaz de ello.

Tranquila. Estás bien. Se dijo a sí misma. Estás a salvo. No estás en peligro.

Respira profundamente. Inspira. Recuerda: dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera.

Se repitió aquel mantra una y otra vez, con una mano en el pecho. Cerró los ojos y se repitió aquellas dos palabras al ritmo de su respiración agitada, una, y otra, y otra vez. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Cuando pasaron unos minutos, Jane sintió cómo su cuerpo dejaba de estar alerta y comenzaba a relajarse muy lentamente. El corazón recuperó su ritmo normal y su respiración se serenó. Las manos dejaron de temblarle y, por fin, se sintió con fuerzas suficientes como para abrir los ojos y asimilar su entorno.

Y sintió cómo el corazón le daba un vuelco de sorpresa cuando se percató de que estaba en la habitación de Jack, que dormía plácidamente y roncaba ligeramente tumbado bocabajo en su cama, abrazado a una almohada, el pelo castaño dorado ocultándole parcialmente el rostro.

Y ese vuelco se repitió cuando, por primera vez, se dio cuenta de que el sol estaba bastante alto en el cielo, y que su luz iluminaba la habitación con un resplandor que le ardía en sus ojos aún velados por el sueño.

Oh, oh.

Mierda.

Oh, no.

Se había quedado dormida en el diván. Aún llevaba puesta la chaqueta y los zapatos, y su bolso reposaba a los pies del diván.

Lo que significaba que...

Jane tragó saliva con fuerza y buscó corriendo su teléfono en el bolso. Una desagradable sensación de frío se aposentó en su pecho cuando miró la hora y vio que eran las diez y media de la mañana.

La madre que...

Y aquella sensación de terror se incrementó cuando vio que tenía diez llamadas perdidas de Guinevere, quien probablemente se estaba preguntando dónde demonios estaba y por qué no se había presentado en la Universidad junto a los demás. Asimismo, Gin le había llenado el móvil de mensajes del estilo: Jane, ¿dónde demonios estás? La primera conferencia va a empezar en cinco minutos // ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? // Jane, estoy empezando a preocuparme, responde a mis llamadas, por favor.

También tenía algunas llamadas perdidas de su hermana Charlotte. Y lo que era peor... de su madre.
Mierda. Aquello sí que le iba a causar problemas. Nadie se atrevía a no contestar a Julia cuando ella llamaba. Sobre todo si se trataba de alguno de sus tres hijos.

Jane estaba jodida. Su madre la iba a matar.

-Maldita sea. – Masculló Jane, para no despertar a Jack. Lo que menos necesitaba en ese momento era tener que lidiar con ese imbécil.

Por ello, se levantó del diván y, casi en cuclillas para no hacer ruido con sus botines de tacón en el suelo de madera, salió de la habitación y se metió al baño más cercano (aún le parecía increíble lo grande que era la casa de Jack, y no pudo evitar preguntarse cuántos baños tendría). Una vez allí, inspiró profundamente y se lavó la cara con agua helada para intentar despejarse. Su corazón continuaba latiendo a un ritmo desenfrenado, a pesar de los ejercicios de respiración que, como cada mañana, había realizado para apartar de sí las telarañas de su recurrente pesadilla. Por eso, con un suspiro Jane buscó en su bolso y sacó el blíster de pastillas que siempre llevaba consigo.

Al principio de todo, se había odiado a sí misma un poco más cada mañana, cuando tenía que tirar de aquellas pastillas en el desayuno como si fuesen parte de sus cereales. Sin embargo, después de dos años se había acostumbrado a ellas y había llegado a una especie de acuerdo consigo misma y con el hecho de que aquello era parte de su proceso de sanación.

Y de supervivencia.

Por ello, sin pensarlo dos veces sacó una pastilla del blíster, se la llevó a la boca y la tragó con ayuda de agua del grifo. Volvió a mojarse la cara y se observó momentáneamente en el espejo. Trató de no ser demasiado dura consigo misma cuando se percató de la palidez de su rostro, de lo hinchados que tenía los ojos y de las oscurísimas sombras que los bordeaban. Hasta su largo pelo rojo dorado parecía haber perdido brillo en los últimos meses. Se sentía como si fuese tan solo una sombra de lo que había sido en el pasado. Una copia barata de sí misma. Y lo peor era que no sabía si podría volver a ser la de antes. A veces ni si quiera estaba muy segura de recordar cómo había sido antes de aquella fría noche de enero de hacía dos años.

¿Cómo podía volver a ser una persona que ni si quiera recordaba?

Y aquello la llenaba de un terror tan primitivo que sentía como si unos dedos de hielo estuviesen estrujando su corazón con el objetivo de convertirlo en un amasijo de sangre que trataba por todos los medios de continuar vivo.

Para. No sigas por ese camino, se dijo a sí misma. En un gesto que ya repetía de manera inconsciente, se levantó la manga de la chaqueta y se llevó la mano al tatuaje de una rama con flores de almendro que le ocupaba toda la parte interior del antebrazo derecho. Inspiró profundamente, apretó el tatuaje durante unos instantes y finalmente pudo recuperar un ritmo normal de respiración.

Entonces, sacó su cepillo de dientes del bolso, tomó algo de la pasta de dientes que tenía Jack en un vaso sobre el lavabo y se lavó los dientes rápidamente. Aquella era otra parte de su rutina matutina que le había costado aceptar y que había tratado de rechazar por todos los medios al principio, hasta que se había dado cuenta de que no servía de nada luchar contra sí misma. Mientras escupía lo que le quedaba de pasta de dientes y se enjuagaba la boca, sintió un estremecimiento cuando su mente le recordó el sabor de la bilis en la garganta aquella horrible mañana cuando se había despertado tras aquella noche de infierno.

Una vez hubo terminado, se sentó en la taza del váter y decidió no aplazar más lo inevitable: primero, respondió rápidamente a los mensajes de Gin, diciéndole que sentía no haber respondido antes, pero que había estado toda la mañana sintiéndose mal y vomitando y que por eso no había podido ir a la universidad.

Después, decidió llamar a su hermana Charlotte, que contestó prácticamente al instante.

-Hola, Lottie. – Dijo Jane, bostezando.

-Vaya, por fin apareces. – Respondió su hermana pequeña, con un tono cálido y cariñoso. – Estaba preocupada, me parecía muy extraño que no respondieses a ninguna de mis llamadas.

-Sí, lo siento. Es que anoche salí de fiesta y me acabo de despertar. – Jane sabía que siempre podía ser sincera con su hermana; Charlotte y ella se querían con locura y nunca, jamás, se juzgaban. Siempre habían estado ahí la una para la otra, y se habían apoyado tanto en las buenas como en las malas.

Por eso Jane se sentía tan mal consigo misma, porque nunca le había llegado a contar a Charlotte lo que había ocurrido hacía dos años. En realidad, no se lo había contado a nadie. Su psicóloga (a la que había acudido justo después de aquello) era la única que lo sabía, y Jane prefería que de momento continuase así.

-He hablado con mamá. – Dijo Charlotte. – Deberías llamarla lo antes posible. Ya sabes cómo se pone cuando no consigue contactar con nosotros: está histérica.

Jane soltó un suspiro. Si Charlotte lo decía, era porque realmente Julia estaba histérica. Charlotte tenía una complicidad con su madre que Jane jamás había llegado a tener. Mientras que los mellizos Charlotte y Jamie habían sido siempre el ojo derecho de Julia, Jane se había entendido más con su padre. Suponía que se debía a su carácter o a su forma de ver la vida; de hecho, aunque Jane y su madre se querían con locura, eran muy distintas. No veían las cosas del mismo modo. Nunca lo habían hecho. Para Jane, su madre era excesivamente intransigente, mientras que su padre siempre parecía haberla comprendido mejor.

Jane recordó cuando su madre vio por primera vez el nuevo tatuaje que tenía en el brazo: jamás podría olvidar la mirada de desaprobación que Julia le había dedicado. Y aunque Jane sabía que no debía culpar a su madre, ya que ésta no tenía ni idea de lo que realmente significaba el tatuaje, Jane no pudo evitar sentir cierto rencor hacia ella.

-Sí, supongo que la llamaré ahora... aunque me da pánico. – Admitió Jane. – Seguro que comienza a regañarme y a hacerme sentir mal por no haberla llamado y blablabla. Siempre es igual.

-Entiéndela: es una mamá gallina. Solo quiere lo mejor para nosotros. – Dijo Lottie, tan mediadora como siempre.

-Lo sé, lo sé. Solo digo que a veces podría ser... un poco menos brusca conmigo.

Aunque no la estaba viendo, Jane sabía que su hermana pequeña estaba sonriendo con calidez al otro lado de la línea. Sin embargo, a Jane le dolió que su hermana no sacase la cara por ella aunque fuese solo con eso. Lottie adoraba tanto a su madre que jamás se le ocurriría decir algo en contra suya.

Ni si quiera cuando Jane tenía razón.

-En fin, Lottie... cuelgo ya, ¿vale? – Dijo finalmente. – Cuanto antes acabe con lo de mamá, mejor. Dale un beso al idiota de Jamie. Os quiero.

-Adiós, Jane. Te quiero.

Y, así, Jane colgó la llamada. Y aunque estaba contenta de haber podido hablar con su hermana, de algún modo aquella conversación le había dejado un pequeño sabor agridulce.

Últimamente todo la hacía sentir así.

Con un largo suspiro, buscó el nombre de su madre en la lista de contactos y la llamó por videollamada. Se mordió el labio inferior y, aunque sabía que no estaba bien, deseó que su madre no contestase a la llamada. Allí en Nueva York eran ya las once de la mañana, lo que significaba que en Londres eran las cuatro de la tarde. Con un poco de suerte, Julia estaría dando alguna clase o estaría trabajando en el museo.

Tal vez...

Tal vez, Jane tenía la peor suerte del mundo, porque su madre contestó en seguida a la videollamada. Y al instante Jane supo que se iba a arrepentir de ello.

-Hola, mamá.

-Maldita sea, Jane, ¿dónde demonios estabas? ¿Tú sabes lo preocupada que estaba? – Le increpó Julia, y su rostro, tan parecido al de Jane, mostró una expresión que mezclaba la decepción, la preocupación y el enfado.

Al parecer, Julia estaba en casa trabajando. Jane vio que el pelo rojo de su madre ribeteado por una serie de canas plateadas estaba recogido en una larga coleta, y que tenía el rostro y las manos manchados de pintura de todos los colores imaginables. Jane nunca había sido especialmente buena con la pintura (su hermano Jamie era el que había heredado el don de Julia para el arte), pero por las manchas del rostro y la camiseta de su madre, probablemente debía de estar metida en un proyecto bastante importante y complicado.

-Lo sé, mamá. Lo siento. Sé que debería haberte llamado antes. – Jane repitió aquellas palabras casi mecánicamente. Estaba bastante acostumbrada a las reprimendas de su madre en lo que a estar pendiente del teléfono se trataba y, además, en ese momento no se encontraba muy de humor.

Julia debió de notarlo, no solo en la voz de su hija, si no también en el terrible aspecto que tenía tras aquella noche que había pasado, tras haber dormido tan poco, y tras aquella horrible pesadilla.

Por ello, Julia entrecerró los ojos con cierta sospecha y, con cierta cautela, dijo, pillando por sorpresa a Jane:

-Jane, ¿dónde estás? Ese no es el baño de casa.

Mierda. Oh, por el amor de Dios, ¿cómo no podía haberse dado cuenta antes? Soy idiota, se recriminó Jane. Pues claro que su madre se iba a percatar de que Jane no estaba en el baño de la casa que tenían en Nueva York, y en la que Jane se iba a quedar durante su mes allí. No debería haber llamado a su madre por videollamada. Debía encontrar una excusa lo antes posible, porque obviamente no podía decirle la verdad. Y, sobre todo, debía decirlo con convencimiento, porque su madre era capaz de pillar una mentira a kilómetros de distancia.

-Estoy en el apartamento que ha alquilado Guinevere para pasar el mes aquí. Ayer salimos de fiesta y volvimos un poco tarde, así que preferí venir a pasar la noche con ella para no tener que volver sola a casa.

Durante unos instantes, Julia se quedó mirando a su hija, como si no terminase de creerse aquella historia. Jane sabía que tenía que decir algo cuanto antes. Si no lo hacía, su madre podría continuar haciéndole preguntas y al final podría terminar descubriendo su mentira. Por ello, añadió rápidamente:

-En fin, ¿qué tal todo por casa?

Si Julia se percató del repentino cambio de tema en la conversación, no mostró señales de ello. Fuera porque había decidido hacer como que no se había dado cuenta o, por el contrario, porque prefería no decir nada, el truco de Jane funcionó; su madre se relajó y, con una sonrisa, dijo:

-Todo va bien. Llevo todo el día en el estudio comenzando un cuadro para la exposición de septiembre; mira, estoy deseando enseñártelo. – En ese momento tomó el móvil y lo llevó a la gran sala principal de su estudio que Jane tan bien conocía; había pasado horas allí cuando era pequeña fascinada viendo a su madre trabajar en un cuadro mientras tarareaba para sí misma, al igual que había pasado horas tumbada en la mullida alfombra del estudio de su padre escuchándole cantar y tocar la guitarra.

Recordó el cuadro que su madre pintó para ella cuando Jane tenía seis años: el atardecer en la playa de Cornualles a la que siempre iban en verano, dos figuras que las representaban a ellas dos sentadas al borde del acantilado, abrazadas y viendo el sol esconderse tras el mar. Y también recordó todas aquellas veces en las que, en su casa de campo en Irlanda, su padre le había cantado con la guitarra You are my sunshine y Can't help falling in love, y ella le había pedido, una y otra vez, que las repitiese.
Repentinamente, Jane sintió una punzante sensación de nostalgia y culpabilidad. Hacía mucho que no bajaba a Londres a ver a sus padres o a pasar con ellos unos días en la enorme casa de su infancia. Hacía tanto tiempo que se había refugiado en sí misma que había dejado fuera de sus murallas hasta a su familia, a sus padres. A todas las personas que la querían. Puede que ella y su madre siempre hubiesen tenido sus diferencias, pero eso no significaba que Julia se mereciese que su hija le hiciese el vacío, como había hecho con todos los demás, sin darle ningún tipo de explicación.

Pero Jane simplemente era incapaz de ponerle voz a lo que había ocurrido hacía dos años. Era incapaz de explicarles a sus seres queridos aquello. Aún estaba tratando con su psicóloga la vergüenza, la culpa, el miedo, la decepción y el trauma de lo que ocurrió. Por ello, aún no había llegado el momento en el que se encontrase lo suficientemente segura como para contárselo a nadie.

Aunque eso significase crear aquel muro de hielo que la separaba del resto del mundo, para así protegerse de su propio pasado y de su propia mente traicionera.

Aquellos pensamientos tóxicos, y que habían comenzado a posarse en su corazón, se vieron interrumpidos cuando su madre giró el móvil para que Jane pudiese ver el cuadro en el que estaba trabajando, y que estaba en las etapas iniciales, por lo que Jane solo pudo ver algunas líneas a lápiz y manchas de color que no supo identificar muy bien. De nuevo, nunca había tenido ni idea de arte, por mucho que su madre hubiese tratado de inculcarle esa pasión por él, así que no supo muy bien qué era lo que su madre iba a retratar en aquel cuadro. Seguro que su hermano Jamie sí lo sabría.

-Seguro que quedará genial, mamá. – Dijo Jane, con una sonrisa sincera. Entonces, se percató de que tarde o temprano Jack se despertaría, y que por ello era mejor que se despidiese de su madre para asegurarse de que éste se encontraba bien cuando lo hiciese. Así podría irse a casa y tratar de trabajar en su manuscrito durante el resto del día. Por ello, carraspeó y añadió: - Esto... mamá, debería irme ya. Te llamo otro día, ¿vale?

Jane trató de ignorar la manera en la que la brillante mirada de ojos verdes de su madre pareció oscurecerse por una sombra casi invisible de tristeza. Hacía mucho que ella y su madre no hablaban largo y tendido, y Jane sabía que Julia se entristecía muchísimo por ello. Aunque siempre habían tenido sus diferencias y no habían estado tan unidas como lo estaba Charlotte con su madre, Jane y Julia siempre se habían querido con locura y habían compartido muchas cosas.

Aunque parecía ser que ya no era así. De algún modo, una especie de muro invisible de cristal se había colocado entre ambas, y ninguna era capaz de atravesarlo o romperlo para llegar a la otra. Jane era consciente de que en gran parte era culpa suya, pero tampoco podía evitar culpar a su madre en cierto modo. Sentía que Julia se había rendido con ella hacía tiempo, y que había dejado de luchar por ella. Tal vez sus hermanos eran más fáciles de querer y tratar que ella.

-De acuerdo, cariño. Cuídate mucho, ¿vale? Te quiero.

Y, con esas palabras, colgó la llamada. Jane bajó su móvil a su regazo y soltó un largo suspiro. Ojalá las cosas no fuesen tan difíciles, pensó. Ojalá su mente no fuese un constante barullo chirriante que no la dejaba descansar en ningún momento. Ojalá encontrase una forma de volver al mundo real y abandonar la pesadilla que era vivir en su cuerpo y su mente. Volver a conectar con las personas de su vida que seguían ahí para ella.

Con estos pensamientos sombríos mordiéndola por dentro, Jane guardó el móvil en su bolso y finalmente, aunque no a regañadientes, salió del baño. Se quedó unos instantes en el pasillo quieta como una estatua, atenta a cualquier ruido que le dijese que Jack se había despertado y que, en cualquier momento, iba a comenzar una guerra verbal entre ellos, como de costumbre. Sin embargo, en seguida escuchó de nuevo los suaves ronquidos de Jack, y que indicaban que seguía durmiendo, por lo que se permitió relajarse y, en silencio, decidió volver a la enorme sala de estar que había visto la noche anterior al llegar.

Una vez allí, volvió a maravillarse de lo enorme que era aquel espacio. Si bien ella se había criado en una casa de tres pisos y, por tanto, estaba acostumbrada a las casas grandes, sus padres siempre habían optado por salas más pequeñas con jardines grandes. De hecho, muchos de los mejores recuerdos de Jane eran en el gran jardín trasero de su casa, metida en una piscina de plástico, jugando en su columpio amarillo o corriendo detrás de su padre jugando al pilla pilla, escondiéndose tras la arbolada que tenían y asustándose mutuamente.

El ático de Jack, por el contrario, era lo más urbanita que Jane había visto jamás: unos enormes sofás de color crema coronaban el centro de la estancia frente a una gigantesca pantalla de televisión; a su izquierda, la pared estaba compuesta única y exclusivamente por unos grandes ventanales que daban a una terraza prácticamente del mismo tamaño de la estancia. A la derecha, se encontraba la pulida y pulcra cocina americana de mármol blanco en cuyo centro se encontraba una elegante isla rodeada por una serie de taburetes. Y, junto al ventanal que daba a la terraza, había un precioso piano de cola de color negro.

Jane sintió cómo la respiración se le atoraba en la garganta al ver el instrumento, y durante unos instantes no pudo hacer más que quedarse mirando el piano con una sensación casi insoportable de anhelo. Inspiró profundamente y se movió casi como si estuviese siendo guiada por una dulce mano invisible; dejó el bolso en el brazo de uno de los sofás y, como en un trance, se acercó al piano. Tragó saliva con fuerza y sintió cómo los ojos le ardían con unas lágrimas que ella no permitía escapar. La mano derecha comenzó a temblarle y, en un gesto inconsciente, la estiró en dirección al piano.

Jane no había vuelto a cantar o a tocar el piano y la guitarra desde el incidente. Simplemente, no había podido. La música siempre había sido su válvula de escape, la manera que había encontrado desde que era pequeña para darle sentido a su mundo, a lo que la rodeaba, a la vida y a las personas.

Pero en el momento en el que su mundo pareció romperse, se sintió como si le hubiesen arrancado la voz de cuajo y ya no pudiese volver a cantar. Como si le hubiesen cortado los dedos y ya no pudiese volver a tocar nunca más ningún instrumento. Sus padres, por supuesto, se habían extrañado y decepcionado ante este comportamiento, sobre todo Niall; la música siempre la había unido a su padre de una manera que Jane jamás había podido compartir con nadie más. Él fue quien la enseñó a tocar, y quien le dio sus primeras lecciones de canto. Y ella había amado cantar con cada molécula de su ser; de pequeña cantaba a todas horas: en la ducha, mientras coloreaba, jugando, e incluso en el colegio (lo que le había costado más de una reprimenda por parte de los profesores). Pero desde hacía dos años, se había cerrado completamente a la música, y no había vuelto a tocar una guitarra o un piano.

Por eso, en ese instante, se sintió tan extraña junto a aquel precioso piano negro; había algo en su interior que parecía empujarla hacia las teclas, pero su mente parecía impedirle acercarse ni un milímetro más...

-Vaya, veo que lo de anoche no fue un sueño – Dijo de repente una voz a su espalda, sacando a Jane de su ensimismamiento.

Con un respingo, se giró para encontrarse a Jack en la entrada de la sala de estar, apoyado de costado en la pared de brazos cruzados, con su desparpajo habitual. Se había cambiado de ropa, y en vez de llevar el conjunto de color negro de la noche anterior vestía una camiseta blanca de manga corta que marcaba sus bíceps y unos pantalones grises de chándal. El cabello revuelto le caía en mechones sobre la frente y sus sensuales labios mostraban una sonrisa pícara que parecía hacer brillar sus ojos verdes con diminutas estrellas doradas. Era la primera vez que Jane veía a alguien tan compuesto tras una borrachera como la que Jack había tenido la noche anterior. Esa era otra faceta de Jack que también odiaba con todo su ser: desde que eran pequeños había sido Don Perfecto, Don Sonrisa perfecta y Don Príncipe Encantador.

Jane pensó en ese momento que, si supiese dibujar como su madre o su hermano, probablemente dibujaría a Jack con esa postura y unas alas negras a su espalda, como si fuese un ángel vengador o uno caído. Algo que no supo identificar se posó en su estómago cuando se lo imaginó, y sintió que le costaba respirar.

-No fue un sueño para ti, pero para mí desde luego fue una pesadilla. – Repuso Jane, cruzándose a su vez de brazos cruzados, y apartándose del piano. Lo que menos necesitaba en ese momento era que Jack le hiciese preguntas al respecto.

Jack rió suavemente y, dotando a su voz de una sensualidad tal que parecía estar ronroneando, dijo:

-Eres la primera persona que dice eso tras pasar la noche en mi casa. – Para Jane, lo peor de todo era, sin duda, que Jack dijo aquello con naturalidad, simplemente constatando un hecho, en vez de con arrogancia y prepotencia. Eso no hizo más que enfurecerla incluso más.


Jane puso los ojos en blanco y se colocó su armadura invisible a su alrededor, preparada para cualquier ataque de Jack hacia su persona. En ese momento se percató de que la noche anterior había sido demasiado blanda con él. De algún modo, el hecho de que Jack hubiese estado tan borracho (y, por tanto, que no fuese para nada consciente de lo que hacía o decía) la había hecho olvidar durante unas horas la guerra que tenía con él. Y lo mucho que le odiaba.

Y ahora que se encontraban los dos completamente solos cara a cara, y que Jack volvía a ser consciente de sí mismo, Jane se sentía tan vulnerable como siempre lo había hecho cuando se trataba de él. Y sabía que éste podía aprovechar cualquier oportunidad para tratar de meterse en algún hueco de su fría y gruesa armadura de hielo y llegar hasta el latiente y blando corazón que se resguardaba a sí mismo debajo.

Pero Jane no estaba dispuesta a dejarle hacerlo.

Por ello, se refugió incluso más tras aquellos altos muros de su interior y se colocó la máscara de fría indiferencia que siempre utilizaba única y exclusivamente para Jack.

Cuando éste se percató de que Jane no parecía tener intención de decir nada, se encogió de hombros en un gesto indiferente y se separó de la pared, caminando hacia la gran cocina americana de la derecha de la estancia. Sin decir ni una palabra, tomó una taza de la alacena de cristal sobre su cabeza y la colocó en la cara cafetera automática que tenía sobre la encimera. Fue entonces cuando dijo, girándose hacia Jane con una sonrisa impertinente:



-¿Quieres un café? Que yo sea... ¿cómo era? la persona más despreciable del mundo no significa que no sea un buen anfitrión.

Muy a su pesar, Jane se ruborizó ante sus palabras. Así que Jack sí recordaba ciertas cosas de la noche anterior. Esperaba que no recordase el momento en el que había posado sus labios sobre el cuello de Jane, y cómo ella le había dejado hacerlo durante unos instantes.

-No, no quiero. – Respondió Jane, tajante. – No me debes nada por lo de anoche. No hace falta que finjas ser agradable conmigo, porque no ha cambiado nada entre nosotros.

Ante su comentario, Jack se quedó momentáneamente en silencio. Jane pareció ver algo en su rostro que cambió imperceptiblemente, pero debió de ser solo su imaginación, porque entonces Jack puso los ojos en blanco y repuso:

-Maldita sea, Jane, eres insufrible.

-¿Perdón?

Jack alzó los brazos en una especie de gesto de paz; sin embargo, desde luego no se mostró pacífico cuando dijo de manera envenenada:

-Simplemente te estoy ofreciendo un estúpido café. Eso no significa que me sienta tan humildemente agradecido por lo de anoche que quiera besarte los pies para pedir tu bendición. – Salió de detrás de la isla de la cocina y dio un paso hacia Jane, sus ojos verdes brillando con algo de ira: - No te preocupes, porque me ayudases anoche o no, me sigues pareciendo una persona irritante y un tanto mortificante. Así que, no, no ha cambiado nada entre nosotros.

-¿Cómo? Eres un desagradecido y un arrogante de mierda. – Jane dio un paso a su vez hacia Jack y le señaló con el dedo índice: - Te puedes meter tu hospitalidad de anfitrión por donde te quepa.

-Yo no te pedí que me ayudases. Lo hiciste porque te dio la gana. Y, además, eres tú la que ha empezado a atacarme sin motivo alguno. Que me parezcas más molesta que un grano en el culo no significa que tenga que tratarte a patadas en mi propia casa, al igual que, como tú dijiste, que según tú yo sea la persona más despreciable del mundo no significa que no merezca un mínimo de decencia por tu parte.

Maldito imbécil, pensó Jane, y no porque se sintiese ofendida porque Jack la hubiese llamado "grano en el culo", sino porque, si seguían por aquel camino, Jack terminaría ganando aquel asalto verbal. Y si ya de por sí a Jane no le gustaba perder, hacerlo contra Jack le parecía simplemente inconcebible.

Por ello, negó con la cabeza y replicó:

-Esto ha sido una idea horrible. Debería haberme ido antes de que te despertases. O, mejor, tendría que haber apartado mi decencia y haber dejado que te pudrieses en la discoteca.

Jane sintió cómo aquel comentario marcó un antes y un después en Jack; lo notó en la manera en la que sus ojos verdes parecieron velarse por una sombra oscura, y en cómo apretó la mandíbula. Jack dio unos lentos pasos hacia Jane hasta que tan solo les separaban unos pocos centímetros, y cuando estuvo tan cerca de ella, Jane volvió a asombrarse de la abismal diferencia de altura que los separaba; ella no era una persona especialmente bajita, pero comparada con Jack se sentía un duende.

Jane vio cómo se movía la garganta de Jack cuando éste tragó saliva y masculló, entre dientes:

-Pues haberlo hecho. Haberme dejado allí.

Casi inconscientemente, como empujada por esa mano invisible que parecía haberla acompañado desde que se había despertado, Jane se acercó más a Jack, hasta el punto de que, si respiraba profundamente, su pecho chocaría con el de él. Trató de que ese pensamiento no la distrajese del momento presente cuando dijo, esbozando una feroz sonrisa felina:

-Tal vez la próxima vez lo haga.

-Pues vale. – Replicó Jack.

-Vale.

-Vale.

-Vale. – Repitió Jane, con mordacidad, sin apartar su mirada desafiante de la de Jack.

Durante unos instantes, ninguno dijo nada más, y se limitaron a quedarse mirando fijamente, casi sin pestañear. Jane sintió cómo se le secaba la boca y la garganta, por lo que tragó saliva. Como si se hubiese percatado de este hecho, Jack bajó su mirada a los labios de Jane y, a continuación, su cuello. La respiración se le atoró a Jane en la garganta, y trató por todos los medios de detener el repentino temblor de sus manos, piernas y corazón. Jane no entendía por qué demonios estaba reaccionando de esa manera, y ni si quiera sabía lo que significaba... ¿acaso era miedo?

Entonces, gracias a Dios, Jack volvió a alzar su penetrante mirada a los ojos de Jane, y pareció salir del trance en el que se había sumido momentáneamente cuando repuso, con una sonrisa cruel:

-Oh, vaya, veo que la señorita perfección está empezando a romper el cascarón. ¿O acaso es que mi influencia ha empezado a convertirte a ti también finalmente en una persona interesante?

-Que seas un sinvergüenza sin ningún tipo de consideración por nadie ni por nada que anda por el mundo como si le perteneciese no te hace una persona interesante. Tan solo te convierte en un imbécil con media neurona tan ahogado por su propio narcisismo que no se da cuenta de lo patético y ridículo que es.

-¿Eso es realmente lo que opinas de mí? – Preguntó Jack, con una intensa seriedad.

Jane esbozó una sonrisa ladina y alzó la barbilla con altivez. No iba a dejarle ganar aquel asalto. Oh, claro que no. Por encima de su cadáver.

-En realidad opino cosas peores de ti, pero, como tú has dicho, no voy a tratarte a patadas en tu propia casa, ¿no?

-¿Quieres saber lo que yo opino de ti? – Dijo Jack. En ese momento Jane se dio cuenta de lo increíblemente cerca que estaban; tanto, que podía ver con toda claridad los puntos marrones que salpicaban los irises verdes esmeralda de Jack, la sombra de unas ojeras bajo esos mismos ojos y los reflejos dorados de su cabello castaño bajo la luz del sol de la mañana. – Opino que te crees doña perfecta. Te has preocupado tanto desde que eras pequeña en ser el reflejo de la perfección y la excelencia delante de los demás que te has terminado convirtiendo en la reina del hielo, una que utiliza las palabras como cuchillos para evitar que los demás se den cuenta de que, en el fondo, no es esa niña buena y perfecta que ha mostrado siempre a los demás. Puede que hayas conseguido engañar a todo el mundo, pero tarde o temprano alguien se dará cuenta de que esa fachada de perfección no es más que una pantomima.

Jane trató por todos los medios de que su rostro no reflejase lo muy cerca a su corazón que aquellas palabras habían conseguido atacar. Se obligó a sí misma a mantener una expresión de fría apatía para que Jack no pudiese percatarse de lo cerca que estaba de la verdad. De la realidad de lo que ella se había convertido. Por eso, enarcó una ceja y sonrió, diciendo:

-¿Así es como tratas a las personas que te subes cada noche a casa? Guau, chico, cada vez me sorprende más que ligues tanto si utilizas la boca para decir esas cosas.

Jack imitó la sonrisa ladina de Jane y, en un murmuro cómplice, ronroneó:

-No me hace falta utilizar la boca para hablar con ellos. Con que la utilice en otras partes de su cuerpo es más que suficiente.

El estómago de Jane dio un extraño vuelco ante aquellas palabras. Las piernas se le convirtieron en gelatina momentáneamente por la sorpresa de aquel comentario, pero consiguió recomponerse lo suficientemente rápido como para atacarle diciendo:

-A mí me bastaría con verte usando esa bonita boca tuya para lamer el suelo de rodillas. Como un perro.

Jane sintió una sensación de triunfo cuando el rostro de Jack mostró un desconcierto tal que se quedó sin palabras. Desconcierto y otra emoción que Jane no supo identificar, pero que desapareció tan rápido de la mirada de Jack que tampoco le dio demasiada importancia. En su fuero interno, supo que había ganado aquella batalla verbal, la última de las muchas que habían tenido desde que eran pequeños.

Entonces Jack rió por lo bajo. Finalmente puso distancia entre él y Jane y, girándose para volver a la cocina, dijo, por encima del hombro:

-Que esa sea tu mayor fantasía sexual demuestra lo insulsa y aburrida que eres, Jane Horan.

Jane tragó saliva con fuerza y apretó los puños a sus costados. Su mente se convirtió en un rugido que no pudo soportar, sobre todo en comparación con el silencio de la sala que les rodeaba. Utilizando una gran fuerza mental, toda la que había conseguido tras entrenarse desde hacía dos años, trató por todos los medios de apagar los pensamientos que el comentario de Jack había desencadenado. Ya ni si quiera se trataba de él, sino de si misma y del demonio de niebla gris que dormía en su interior, y que aprovechaba cualquier oportunidad para atacarla. No le iba a dar esa satisfacción.

Entonces, meneó ligeramente la cabeza, fue a por su bolso (que había dejado olvidado en el sofá), y dijo:

-Vete al infierno, Styles.

Sin darle oportunidad de decir nada más, se fue hacia la puerta principal y salió por ella como si estuviese siendo perseguida por un brazo de fuego que amenazaba con atraparla en un abrazo mortal. Y, mientras salía del apartamento, trató por todos los medios de ignorar la desagradable sensación de profunda amargura que su discusión con Jack le había dejado en el estómago.

Y, sobre todo, trató de no pensar en lo que esa sensación significaba. Porque era la primera vez en sus veintitrés años que se sentía así tras discutir con Jack.

***

Jack observó cómo Jane salía por la puerta de su ático dando un portazo. Durante unos instantes, se quedó mirando en esa dirección completamente paralizado, como si le hubiesen dado una descarga, dejando que el repentino y abrumador silencio de su casa le oprimiese como una manta de lana en un caluroso día de verano.

-Mierda. – Dijo, para sí mismo. – Mierda. Maldita sea.

Aquello no había ido para nada bien.

Con un gruñido, se sentó en una de las butacas de la isla de la cocina y apoyó los codos sobre la pulida superficie de mármol. Se pasó las manos por el pelo revuelto y se quedó mirando fijamente el brillante mármol, sintiendo cómo un dolor de cabeza atronador comenzaba a machacarle las sienes como un martillo pilón. Trató de ignorar la sensación de nausea que le recorría el cuerpo de parte a parte por la resaca y la presión de su pecho, que se había aposentado ahí en el momento en el que había comenzado a discutir con Jane.

Cuando se había despertado, por unos instantes pensaba que todo lo que había ocurrido la noche anterior había sido simplemente una alucinación provocada por su mente ebria, que era incapaz de distinguir lo real de lo irreal. Sin embargo, cuando había escuchado unos pasos suaves en el pasillo, se había dado cuenta de que, efectivamente, todo había ocurrido. Que Jane había vuelto con él a su casa y que, al parecer, se había quedado toda la noche allí.

Durante unos instantes no había podido hacer más que quedarse mirando el techo tumbado en la cama, tratando de mantener su respiración y su corazón a un ritmo normal. Por alguna razón, no había sabido cómo enfrentarse a Jane después de lo que había pasado la noche anterior. De lo que el alcohol le había hecho hacer.

No con el recuerdo del cuello de Jane y del desaforado latido de su corazón contra sus labios aún quemándole la mente.

Pero, ¿qué demonios...? Se dijo Jack en ese momento presente, saliendo repentinamente de la neblina de recuerdos borrosos y sensaciones desaforadas de su mente.

Maldita sea, ¿por qué tenían que ser siempre las cosas tan difíciles entre los dos? Siempre había sido difícil tratar de tener una relación cordial, y era cierto que ambos siempre habían tenido una relación de competitividad y mordacidad. Nunca habían congeniado ni se habían llevado bien. Pero, por la razón que fuese, desde la última vez que había visto a Jane hacía dos años, sentía que algo había cambiado en ella. Lo veía en su mirada derrotista, en su palidez y en la manera en la que inconscientemente parecía encogerse, como si desease que la tragase la tierra.

¿Qué demonios le había pasado a Jane?

Con un suspiro, Jack se levantó del taburete y fue a buscar su ordenador portátil, que el día anterior había dejado abandonado en uno de los sofás. Se tiró en éste y tomó su ordenador; ya que había perdido su móvil, lo mejor que podía hacer era comprarse otro lo antes posible. Con el portátil encendido, buscó la página donde siempre compraba los móviles y aprovechó para abrir también sus redes sociales. Hasta que le trajesen el nuevo teléfono, tendría que utilizar el ordenador para gestionarlas. Abrió Instagram y decidió comprobar sus mensajes privados nuevos, que no eran pocos.

Comenzó a borrar los mensajes que no le interesaban, respondió aquellos de marcas que le escribían para que colaborase con ellos... hasta que se encontró con un mensaje en particular que le hizo enarcar una ceja en un gesto de curiosidad.

Porque entre aquella maraña de mensajes (la mitad de los cuales ni le importaban) se encontraba uno de una tal Guinevere...

Hasta que se dio cuenta de que era la amiga de Jane que había conocido la noche anterior.

Oh, claro. Teniendo en cuenta lo presente que Jack estaba en el mundo de las redes sociales, la amiga de Jane no había tardado en darse cuenta de quién era él realmente, por mucho que Jane le hubiese dicho que simplemente "era el hijo de los mejores amigos de sus padres".

Durante unos segundos, Jack se quedó mirando el mensaje de Guinevere, sin saber muy bien qué hacer. Entonces, recordó todo lo que Jane le había dicho, y la mirada de absoluta aversión que ella había mostrado durante su discusión.

En ese momento tomó una rápida decisión y, sin pensárselo dos veces, respondió al mensaje de Guinevere.

________________________________

Aquí está el capítulo 3. Espero que os haya gustado :)

Los personajes originales de ACTBH seguirán apareciendo continuamente aquí, en este spin off, así que se vienen cosillas con ellos 👁👄👁

¡¡Muchas gracias por leer!!

Faithfully [actbh #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora