XX

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En la nueva búsqueda no se encontró rastro de nada, lo que dejó los ánimos agotados y caras largas. Las únicas que lucían animadas del pequeño grupo voluntario éramos Rita, Shellay y yo. De alguna forma, las chicas se sentían más involucradas en el tema de los símbolos y la supuesta secta, así que decidimos ir al diner El ciervo feliz para comer algo.

De camino, decidí escribirle al desconocido, quien era uno de los que estaban en el orfanato cuando oculté el celular.

Yo: ¿Tú lo tomaste?

Se tardó un poco en responder, pero, para mi grata sorpresa, lo hizo.

El desconocido: ¿?

Yo: El celular que dejé en el orfanato.

El desconocido: Ni idea de qué celular hablas. Espera... ¿Estabas ahí porque escondías evidencia?

Su pregunta me la tomé mal, como una acusación.

Yo: No juegues conmigo.

El desconocido: No lo hago. Al igual que tú te hacía una pregunta. Moni, no estés tan a la defensiva.

Yo: ¿Y cómo quieres que esté?

El desconocido: Tranquila.

Yo: Pides algo imposible... Estar aquí es un caos diario. Quiero irme a casa.

El desconocido: ¿Puedo acompañarte?

Esas eran las insinuaciones que el Dreeven de los mensajes hacía. Bueno, no. Dreeven no, porque, después de todo, con quien hablé todo ese tiempo fue el desconocido haciéndose pasar por Dreeven.

Yo: Ven. Te estaré esperando. Vayamos a Nevada juntos. Oh, cierto, no quieres decir quién eres.

El desconocido: ¿Sigues molesta por eso?

Yo: :)

El desconocido: Oh, vamos...

Yo: ¿Qué? Dices que te gusto desde hace tiempo y no quieres decirme quién eres. A mí no me importa si eres feo.

El desconocido: Feo no soy 😉 Ah, y que no se te olvide que yo también te gusto ^^

Yo: ????????????

El desconocido: Soy la persona con la que hablaste todo este tiempo. Es decir, el chico de los chats a quien te le declaraste, soy yo. El amor es mutuo, quién lo diría... Deberíamos casarnos.

En definitiva, la persona al otro lado de la línea se tenía una confianza arrogante, igual a la que Skyler Basilich se jactaba. Yo admiraba eso, porque mi confianza era variable y siempre constante: un día despertaba hecha una fiera llena de confianza, en otros me quería ocultar del mundo.

Yo: Retiro lo dicho, no me gustas, yo creí que eras Dreeven.

El desconocido: Pues no. Resulté ser yo.

Yo: Mi acosador personal.

El desconocido: Todavía no puedes llamarme «acosador personal». No he sacado mi título en Licenciatura del Acoso todavía

Cuando Norwick Hill vistió de rojo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora