VII

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Con los ánimos agotados, no sé de dónde saque la fuerza para sonreírle a Rita y a Shellay cuando ellas se despidieron de mí. Las seguí con la mirada hasta que ambas se detuvieron a intercambiar unas miradas extrañas, como si intentaran decirse algo, llegar a un acuerdo.

Rita asintió después de unos largos segundos de complicidad haciendo el amago de acercarse. Bajé la mirada para solapar el hecho de que había previsto sus intenciones, no quería cortarles el rollo.

—Sé que sonará raro porque no tenemos mucha confianza, no fuimos amigas ni hemos hablado suficiente, pero a esta maldita ciudad le faltan adolescentes y una buena conexión a internet, no hay mucho para divertirse. Shel y yo nos apartamos del aburrimiento con juegos de mesa, así que... si quieres distraerte un momento, la bella mesa de mi casa tendrá una silla extra para ti.

Oh, eso fue tan conmovedor... 

En realidad, no tanto, pero me gustó que me tomen en cuenta.

—Gracias. Me lo voy a pensar, tengo la cabeza hecha un desastre.

Eso, y porque papá me pondría muchas restricciones con el hallazgo.

—Su casa es la número 23 en la misma calle del colegio —indicó Shellay con voz suave. No sé en qué momento se acercó también—. La pasarás bien, no nos divertimos como en las grandes ciudades, pero bueno...

—Ah, tranquila, mis planes para matar el aburrimiento son sentarme a ver películas en blanco y negro.

—Súper. Si decides ir, te esperamos a las 20:00.

Nos despedimos con formalidad. Al girarme, descubrí que papá me observa con un gesto de orgullo, como si me hubiera titulado en la carrera de sus sueños. Y no es para menos, estar socializando y agradándole a alguien era hito, sobre todo teniendo en cuenta que no había querido volver a la isla y que siempre me he definido como un ser repelente.

De regreso en el auto, el ambiente me sintió bastante pesado.

—¿Entonces habrá una próxima búsqueda? —La voz de papá sonaba baja. Pareciera que sentía temor de que su pregunta resultara inoportuna.

—No tengo idea. Ahora que he reunido personas, espero que la policía tome consciencia y me permita poner la denuncia para buscar a Skyler. Sé que somos muchos, hoy éramos unos treinta, pero nada se compara con personas que conocen más del tema. Skyler no escapó, nada me hará cambiar de idea, y es imperativo encontrarla pronto. Ya viste lo que pasó.

Un peso cayó sobre mi cabeza. Poseía dos cosas importantes por contar: sobre la nota que encontré en el motel Greywind y sobre los sospechosos en el diario de vida de Skyler. Ambas pertenencias podían servir para encontrar su paradero, emitir una denuncia teniendo como respaldo la persecución de su desconocido acosador. Si las enseñaba todo se simplificaría. 

Ese podía ser mi aporte para su búsqueda.

—Señor Basilich...

Si algo malo le ocurrió parte de la responsabilidad la tendremos nosotros.

Pero el inoportuno comentario de Dreeven provocó que no pudiese conciliar palabra alguna, ni siquiera para emitir la confesión del diario o inventarme algo. La culpa me empezó a carcomer la cabeza poco a poco, mordida por mordida, y temí ganarme el odio de papá por ello.

No quería eso, tampoco tener parte de la culpa.

—¿Ocurre algo, Harrell?

Papá fue el de la pregunta. Ambos adultos esperaban a que dijera algo.

Tragué saliva, nerviosa, y lastimé mis dedos ya heridos.

—Me preguntaba si habló con algún amigo de Skyler que haya asistido a la fiesta.

«Egoísta», me llamé a mí misma, porque incluso en una situación tan apretada como en la que el padre de Skyler se encontraba, yo intenté salvarme el pellejo.

—Hablé con todos. Si algo malo le pasó en esa fiesta solo fue la discusión con su novio. Los vieron discutiendo y no hay más. Por cierto, ¿por qué Dreeven y tú iban tan atrás?

—Hablábamos de Skyler; compartimos el pesar de la situación.

Sus ojos me observaron por el espejo retrovisor; fuertes, intimidantes. Era como si quisiera meterse en mis ojos y llegar a mi cerebro para desvelar mi mentira. Descubrí entonces que sus ojos podían describirse como cambiantes y el cobijo de misterios, muy similares a los de Dreeven, y eso... Eso era peligroso.

—¿Te dijo algo sobre la noche del viernes? ¿Algo extraño? ¿Lo notaste nervioso?

La confrontación encubierta me agitó más de lo que me gustaría admitir. Mis nerviosos dedos quedaron en evidencia. Como efecto, la inquietud subió por todo mi cuerpo pidiendo a gritos evitarlo. Me repetí una y otra vez que debía resistir por mi propio bien.

—No, nada extraño o fuera de lo común —respondí mirándolo a los ojos, sin pestañear—. Se veía bastante abatido, no quise preguntar mucho. ¿Por qué lo pregunta? Creí que confiaba en él.

—Lo hago, que no te quede duda de eso. Me resultó extraño que él se desviara tanto de la búsqueda con lo alerta que ha estado en estos días.

Su mirada persistió; la mía, no.

Cuando Norwick Hill vistió de rojo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora