IV

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Un halo de luz azulado se adentraba por la ventana, proyectándose por la habitación entre sombras de aspecto terrorífico. Desde mi perspectiva en la cama, cada rincón ennegrecido me recordaba a la película El Grito, donde el cabello largo y azabache de la mujer asiática serpenteaban para atrapar a la protagonista. Mi respiración se aceleró y el corazón me dio un vuelco cautivo por el temor a que mis imaginativos pensamientos se hicieran realidad. Y es que siendo muy fan de lo paranormal y el terror, seguía sin superar el trauma que me dejó aquella película.

La lluvia tampoco ayudaba mucho. Los goterones golpeaban las ventanas, el viento rugía demostrando su poderío, las cortinas se movían con revuelo y parecía que toda la casa se quejaba. Norwick Hill nunca se había destacado por tener climas cálidos, sino más bien por sus días nublados y fríos, en otoño e invierno las tormentas empeoraban.

Por el rabillo de mi ojo izquierdo, una silueta alta en la puerta me inquietó. No pude verla bien, me giré antes de presenciar alguna facción perturbadora. Inspiré hondo, cubriéndome la cabeza con las sábanas y cerré mis ojos con fuerza para hacer una cuenta regresiva en un murmuro piadoso.

«Vamos, Harrell, no seas cobarde», murmuré para confrontar mi terror.

Estremecida en cuerpo y alma, me volví hacia la puerta sin despegar las pestañas. Me convencí una vez más de que nada habría en la puerta y abrí los ojos. Atenta a cualquier sonido o movimiento a mi alrededor, empecé a bajar la sábana. Punto para mí: en la puerta no había figura terrorífica alguna.

Me deslicé hacia el borde de la cama y me senté. Traía el cuerpo cansado, sucio, me hallaba extraña en una habitación que no era la mía. De manera torpe me coloqué de pie, sintiendo el frío apegarse en mis piernas descubiertas. Fui por mi celular.

Eran las 2:36 de la madrugada, el momento perfecto para colarme en la habitación de Skyler.

Con cuidado de no emitir ruido, celular en mano, abrí la puerta de mi habitación y asomé mi cabeza al oscuro exterior. La imagen de una mujer alta, arropada en una camisola de hospital, apareció al inicio del pasillo. Era mamá, tal cual la vi antes de su muerte. Agité mi cabeza para convencerme de que ella no estaba allí, que solo recobraba recuerdos vagos de mi niñez, y di el primer paso afuera. Podía percibir el frío de la madera a través de mis calcetines, el cual erizó la piel de mis piernas todavía más. Di el siguiente paso, luego otro y otro. Frente a la puerta de Skyler, mi mano temblorosa tocó el pomo. Lo apreté, aferré a ella mis temores y la giré.

Cerrada con llave.

¿Cómo entraría ahora?

Me regañé diciéndome que debí prestarle más atención a Johnny, mi estrafalario amigo del club de cine, cuando llegó con un clip diciendo que nos enseñaría a abrir puertas. Ni siquiera contaba con una buena conexión a internet como para preguntarle.

Encendí la linterna de mi celular para iluminar el pasillo. Probablemente en el despacho del señor Basilich encontraría la llave, o en su habitación, pero ahí no iba a entrar a menos que quisiera llenarme de problemas. Mi caminata era cautelosa. La madera crujía bajo mis pies. El golpeteo de la lluvia en la ventana me pareció envolvente, pero distante y ronco, perfecto para no emitir tanto ruido y delatarme. Frente al despacho traté de abrir la puerta, sin embargo, muy a mi pesar, esta también tenía llave. Desesperada, intenté girar el pomo de lado a lado, forzar la cerradura, empujarla... Y nada resultó. La indignación llenó mi boca y la dejé escapar en forma de resoplido. Volví a la puerta de Skyler, la forcé también, pero de nuevo, nada conseguí.

De pronto, la figura oscura de antes se proyectó en el pasillo de manera rápida. Permanecí quieta, preguntándome si lo que había visto formaba parte del doble filo de mi imaginación y me volteé con lentitud para encontrarla de frente. La luz de mi celular apuntó un rostro arrugado, serio y pálido; sus ojos oscuros me observaban inexpresivos e inanimados. El aire llenó mis pulmones, di un grito ahogado y luego retrocedí chocando con la pared. Era Clementine, la asistente, con un semblante peor que el de un espectro. ¿Lo peor? Me había pillado infraganti.

Cuando Norwick Hill vistió de rojo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora